Brazos aragoneses para el carbón belga

Bélgica atrajo a finales de los años cincuenta a decenas de mineros de Aragón por falta de mano de obra tras sufrir una catástrofe que dejó 262 muertos en un pozo.

El 'llauter' de Mequinenza José Soler –primero por la izquierda en la fila de atrás– cambió el porte de carbón por el Ebro por las minas belgas.
El 'llauter' de Mequinenza José Soler –primero por la izquierda en la fila de atrás– cambió el porte de carbón por el Ebro por las minas belgas.
A.S.

La catástrofe minera ocurrida en Marcinelle (Bélgica) en agosto de 1956, que costó la vida de 262 mineros, sacudió toda Europa. Su eco alcanzó también a la provincia de Teruel. A raíz de la tragedia, Italia, principal suministrador de mano de obra para la extracción del carbón, cortó la salida de emigrantes y el Gobierno belga buscó una alternativa en España. A finales de 1956 firmó un convenio con el Ejecutivo español que propició la partida de 7.000 trabajadores para emplearse en la minería valona. Decenas de ellos procedieron de localidades de las cuencas mineras aragonesas y su entorno: Mequinenza, Andorra, Utrillas, Escucha, Albalate del Arzobispo y Valderrobres.

Sesenta años después de aquel fenómeno migratorio, la mayor parte de los mineros aragoneses siguen en su país de acogida, a dónde se llevaron también a sus familias, y solo algunos pocos regresan periódicamente a sus localidades de origen ya jubilados. Muchos dejaron los pozos carboníferos al cabo de los cinco años que se exigía como mínimo antes de cambiar de trabajo. La peligrosidad de las explotaciones belgas debido a la presencia de grisú y a la silicosis motivó numerosos cambios de ocupación.

Uno de los principales núcleos emisores aragoneses fueron las minas de Mequinenza (Zaragoza), amenazadas en parte por la construcción del pantano de Riba-roja, que inundaría las galerías. Una veintena de mineros y trabajadores vinculados a este sector –también marcharon ‘llauters’ que transportaban el carbón en barca por el Ebro– probaron suerte en Bélgica, cuyo gobierno, al igual que el español, daban toda clase de facilidades para el viaje.

Montse Vidallet, esposa de un minero de Mequinenza, partió en 1958 siguiendo los pasos de su marido, que unos meses antes, había entrado a trabajar en una mina de Charleroi (al sur de Bélgica). Vidallet recuerda que las explotaciones de carbón de su pueblo "estaban cerrando por la construcción de la presa. Nos llegaban malas noticias y teníamos que buscar trabajo donde lo hubiera".

Su esposo, José Soler, se incorporó a una mina belga como mecánico a finales de 1957 y, afortunadamente, no tuvo que soportar la inhalación del polvo que provocaba muchos casos de silicosis. Al cumplir un lustro como minero, se marchó a una industria metalúrgica, donde se jubiló. Aunque Montse Vidallet reconoce que les trataron "bien" en Bélgica, dejar su país y cambiar de lengua y de cultura "no fue una fiesta". Recuerda que los belgas miraban a los inmigrantes españoles "como si llegaran para quitarles el trabajo". Curiosamente, el reconocimiento social mejoró en 1960 con la boda del rey Balduino con la española Faviola de Mora y Aragón, según recuerda la emigrada desde su residencia en Charleroi, uno de los principales destinos aragoneses.

De Valderrobres, localidad vecina del foco minero de Beceite, partió en 1957 un grupo de cuatro vecinos en busca de un lugar en el que ganarse la vida. La hija de uno de aquellos emigrantes, Alina Albesa, explica que cuando su padre, Luis Albesa, llegó a las minas belgas no había ningún autóctono empleado en los pozos. "Los belgas no querían trabajar allí. Solo se veían italianos, españoles, griegos y polacos", explica. Esta expedición turolense recaló en la región de Lieja, donde los españoles "solo se relacionaban entre sí. Tenían un centro cultural, un bar, una tienda de alimentación y hasta un almacén de muebles", recuerda.

Luis Albesa partió con José Dilla, Rafael Arrufat y Miguel Blasco, alguno de los cuales tenía experiencia como minero en Beceite. Albesa se estrenó en el oficio en Bélgica, donde trabajó como mecánico antes de marcharse a una cantera. Tuvo que aprender francés y luego estudiar mecánica en una escuela nocturna para dejar el pozo. No fue picador y evitó así la grave secuela de la silicosis, que llevó a la tumba a muchos españoles, como recuerda su hija.

Otros grupos partieron de las restantes cuencas de la provincia. Durante 1957, el año con más salidas, 71 turolenses pidieron permiso a la Administración para emigrar a Bélgica, 24 de ellos de la cuenca andorrana. Un minero de Andorra, Antonio Fernández, relataba en un documental de Canal Sur sobre la emigración minera a Bélgica que se marchó "en busca aventuras y de una vida mejor". Varios compañeros andorranos y de Utrillas intervienen en el reportaje, que refleja la pervivencia de las costumbres españolas a pesar del más de medio siglo transcurrido desde la llegada de España.

Joaquín Pérez tenía 29 años cuando se marchó desde Escucha porque "había mucha diferencia" entre el sueldo de las minas belgas y las turolenses. Frente a las 14 pesetas al día que ganaba en su pueblo, en Bélgica recibía 60. Con Pérez partieron otros cuatro vecinos de Escucha y otros tantos de Utrillas. De su experiencia belga destaca la gran profundidad que alcanzaban los pozos, que se hundían a más de 1.100 metros, las estrechas betas de mineral –de apenas medio metro,– y la mecanización de la extracción, que tardaría en llegar a la cuenca turolense. Recuerda que en su compañía había trabajadores "de todas partes" de Europa.

Rafael Moreno también partió de Escucha con un grupo de compañeros en 1957. Un tiempo después, le siguió su esposa. Tras establecerse allí y tener dos hijos, el matrimonio decidió regresar a España en 1976 y se asentó en Zaragoza. Su hija, Eloísa Moreno, explica que sus padres pensaron que si ella se casaba en el extranjero nunca regresarían a su país, y no estaban dispuestos a morir fuera de su patria.

Eloísa cuenta, todavía con un marcado acento francés, que su padre se marchó de la cuenca minera central de Teruel con un contrato en el bolsillo de una minera belga en la época del "bum" de la emigración a Bélgica, donde se ganaban mejores sueldos que en Escucha.

Manuela Gómez, hija de un andorrano emigrado en 1962, Plácido Gómez, explica que su padre le contaba que el trabajo allí, aunque mejor pagado, era "más duro" que en Andorra. Mientras en el tajo turolense "trabajaba de pie, en Bélgica lo hacía de rodillas y un montón de veces tumbado" debido a la disposición y estrechez de los filones. Pero la pujante industria del momento "necesitaba mucho carbón" y con él brazos dispuestos a extraerlo, entre otros, los de Plácico y los de numerosos mineros turolenses que cubrieron los huecos que dejó la mano de obra italiana tras el siniestro más mortífero de la historia minera belga.

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