Sebastián Ruiz: "El clima de incertidumbre es peor que un sí o un no por respuesta, es una muerte lenta y dolorosa"

El más que probable cierre de la Térmica de Andorra en 2020 mantiene en vilo a los mineros de Ariño. Exigen alternativas de empleo a las instituciones y que se garantice la quema de carbón autóctono.

José Callizo, Joaquín Noé, Féliz López y Sebastián Riuiz el viernes delante de la mina de cielo abierto de Samca en Ariño.
Sebastián Ruiz: "El clima de incertidumbre es peor que un sí o un no por respuesta, es una muerte lenta y dolorosa"
Pablo Marqués

Félix López, Sebastián Ruiz, José Callizo y Joaquín Noé esperan en el Hostal Los Cinco Arcos de Ariño, un establecimiento que a día de hoy sigue siendo uno de los centros de reunión de los trabajadores de la mina de Samca. Todos saben lo que es convivir con el carbón y comparten una misma pasión, trabajar por y para su pueblo.

En las últimas semanas han visto ratificada una decisión que ya sabían desde hace tiempo. Aunque desean mantener la esperanza de que la central térmica de Andorra siga echando humo más allá de 2020, reconocen que será difícil. Principalmente, porque las instituciones no están por la labor. Endesa no va a invertir si no hay un compromiso político en España por el carbón autóctono y así lo manifestó Enel, propietaria de la eléctrica, en la última junta general de accionistas.

El Hostal Los Cinco Arcos está ubicado en la parte baja de la localidad, una zona relativamente nueva donde se construyeron viviendas para los trabajadores que llegaron a Ariño en los años setenta. Joaquín Noé, que además de ser minero es el alcalde del pueblo, recuerda que en 1976 "llegamos a tener 1.700 habitantes", una cifra que se ha visto reducida en las cuatro últimas décadas hasta llegar a los cerca de 700 de la actualidad. Ariño ha cambiado mucho. Lo que antes era un supermercado, ahora se ha convertido en una exposición en la que se explica la historia minera.

Félix llegó al pueblo desde Zaragoza cuando tenía 24 años. Lo hizo por amor. Ha trabajado en la mina más de 27 años y en el mes de marzo logró la prejubilación después de pasar por las explotaciones subterráneas y de cielo abierto. "No tenía ni idea de lo que era una mina, pero al llegar me quedé impresionado", recuerda mientras observa la mina de cielo abierto con nostalgia.

La situación de Sebastián y José, de 38 y 26 años, respectivamente, es diferente porque los dos mamaron el carbón desde niños y han acabado trabajando en las minas. "Para mí es más que un trabajo, es una forma de vida que ha mantenido una población y una comarca durante muchos años", reflexiona Sebastián. "Es un orgullo estar en la mina y siempre voy fardando por ahí de mi trabajo", añade José.

La conversación fluye sin problemas. Los cuatro ariñeros se van soltando y cuentan historias y anécdotas de su vida laboral. No pueden olvidar el buen clima de trabajo que ha existido siempre. Pero tampoco el peligro, porque la mina conlleva grandes riesgos. "Mi hermano tuvo un grave accidente trabajando en la mina interior. Fue una catástrofe. Casi muere todo el relevo pero se cumplieron las normas de seguridad y se salvaron de algo peor gracias al gran compañerismo. A raíz de ese episodio se juntan todos los años para conmemorar ese día", destaca con cierto orgullo Sebastián.

Con el paso de los años el trabajo ha ido evolucionando. Las minas subterráneas se cerraron –la última en diciembre de 2016–, y se pasó a trabajar sobre la superficie. Ahora las faenas son más ágiles y la seguridad también es mayor, pero los más veteranos todavía conservan la esencia minera. "Los que han trabajado bajo el suelo han agudizado sus sentidos", coinciden los cuatro. "Tienen como otro sentido más, el de anticipación. En cuanto escuchan un crujido saben lo que va a pasar", añaden.

"Una muerte lenta y dolorosa"

El gesto de los mineros cambia en cuanto se habla de la problemática actual, de la incertidumbre que existe en toda la comarca en cuanto al más que posible cierre de la térmica en el 2020. "Es lo peor que hay. Este clima es peor que un sí o que un no, es una muerte lenta y dolorosa", destaca Sebastián al mismo tiempo que Félix sugiere que "algunos quieren que esto se acabe".

La incógnita de no saber qué pasará en un plazo de dos años les mantiene en vilo. El futuro es incierto y es algo que no solo influye en los propios trabajadores, también en la gente joven, que termina por marcharse del pueblo. "Trabajamos para que lleguen otras alternativas y nuevos proyectos a la zona como el balneario, pero es complicado dar salida a todo el empleo que ha dado el carbón", asegura Joaquín Noé.

"Los enemigos están en casa. No se dan cuenta de que Teruel es un desierto demográfico y nos quieren cerrar ya, sin ofrecer alternativa alguna. Otros países están realizando la misma transición energética y cuentan con el carbón, ¿por qué aquí no pasa lo mismo?", se pregunta Sebastián.

Mientras algunos deciden desde sus despachos sobre el futuro del sector de la minería en Teruel, los trabajadores seguirán disfrutando, hasta que les dejen, con su trabajo. Su verdadera pasión fue, es y será "el orgullo" de ser minero.

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