Adiós a una voz del pueblo

Muere a los 101 años José Iranzo, ‘El Pastor de Andorra’, emblema de la jota campesina.

José Iranzo (Andorra, Teruel, 1915-2016) era el cantador de jotas hecho a sí mismo. Se hizo famoso El Pastor de Andorra. Encarnaba el espíritu popular de la jota, la jota campesina y bravía, enérgica y directa, nacida del pueblo. Su pasión musical nació ya en su niñez en la soledades del Ventorrillo, tal vez, cuando gritaba y gritaba bajo el cielo, con más temor que alegría, porque sus padres lo habían dejado solo. Su garganta soltaba al campo en calma una voz aguda, como ayes antiguos y legendarios.

 


Pronto descubrirá, casi a la par que el amor por la joven y hermosa Pascuala Balaguer, que la jota le gustaba, que era el canto de su gente, del tajo, de las emociones profundas. Y durante el servicio militar inició su carrera, ayudado por Pascuala Perié, que le dijo: “Qué chorro de voz, y qué mal entonas, hijo mío”. Quería decirle, claro, que era una voz sin educar, poderosa. Asistiendo a sus clases, oyendo aquí y allá cuanto podía, aprendió los secretos de una música que ha enamorado a grandes compositores como Glinka, Liszt, Albéniz o Falla.


Empezó a ganar premios. El Premio Oficial de Jota en 1943; el Premio Extraordinario; también recibió la Medalla de las Cortes en 1997. Dos años después fue reconocido con el Premio Aragón. Y dijo: “Algo que no me esperaba. Si se lo hubieran dado a un escritor, a un pintor, a un torero, a alguien de fama no me hubiera sorprendido. Me dio mucha alegría y le estoy agradecido al gobierno. Aragón me ha tratado muy bien: me han dedicado calles, bustos y homenajes en toda mi provincia. ¿Qué más puedo pedir?”.


Poseía muchas distinciones importantes, y una más, tal vez la mayor: el cariño y la admiración de sus paisanos y de la gran familia de la jota y de la música popular. Con José Oto, Cecilio Navarro y Jesús Gracia era y es uno de los grandes; ahí aparece ya el carisma y la calidad de voz de José Iranzo, 'El Pastor de Andorra', el hombre que se atrevió con todos los estilos, desde 'La fiera' a 'La palomica', las jotas de picadillo o las jotas de ronda.


Cantó con todos y con las grandes voces femeninas: María Pilar Lasheras, Felisa Galé, con su maestra Pascuala Perié. Y todo ello, sin dejar de apacentar sus rebaños y sin dejar de querer a su Pascuala, objeto de muchos cantos.


José Iranzo, sin ser un ilustrado ni un estudioso, ha cantado con solvencia, con fuerza, con una honestidad incuestionable. Y ha conmovido al público, año a año, disco a disco, concierto tras concierto, con la energía de su voz y la sinceridad de sus emociones hecha canto, temblor y grito. Cantó en diversos lugares del mundo, de Europa, África (en Marruecos lo hizo ante Hassan II), en América; uno de sus mejores momentos fue su actuación ante Robert Kennedy, que le regaló una medalla con la efigie de su hermano John Fitzgerald Kennedy; se atrevió incluso a entonar alguna jota en inglés.


Ha sido objeto de biografías de Alfonso Zapater, Joaquín Carbonell y Fernando Solsona, de documentales, es protagonista de un museo en Andorra, su localidad turolense…


Y así, sin reblar nunca, rebasó el siglo. Se sintió ligado a una tierra, a una tribu, a un canto coral, a Aragón. Además, en el machadiano sentido de la palabra, un hombre bueno. Un artista popular, directo, sencillo y hondo, sin impostura, que acaba de partir a los 101 años, que había cumplido hace un mes. La tierra, el cielo y las ovejas del Ventorrillo, su paraíso minúsculo e inacabable, se sentirán más desamparados que nunca.

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