Ojos Negros: el rey de los tornados cumple 30 años

Un estudio de la Aemet elaborado con motivo del treinta aniversario de un gran vendaval recuerda que registró una intensidad que «rara vez» se alcanza incluso en EE. UU.

Pedro Sanz trabajaba en Sierra Menera cuando el tornado desmanteló la nave de clasificación, al fondo.
Ojos Negros: el rey de los tornados cumple 30 años
J. E.

Creí que había llegado el fin del mundo. Todo estaba negro a mi alrededor, recibía golpes por todos lados y el viento me arrastraba por el suelo". Lucio Martín todavía habla con aflicción sobre el tornado que el 23 de septiembre de 1986 lo arrancó del corral de Ojos Negros donde trabajaba con su familia y lo arrastró 20 metros en medio de una nube de polvo y piedras. Seis vecinos resultaron heridos, pero solo Lucio precisó de hospitalización para reponerse de los cortes y las contusiones.


Aquel singular fenómeno meteorológico acaba de ser objeto de un estudio de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) con motivo de su 30 aniversario. El autor, Benito Fuertes, analiza las causas atmosféricas del torbellino, su comportamiento y sus consecuencias. Concluye que alcanzó un nivel EF-3 –en una escala de 5 intensidades–, que "rara vez" se alcanza "incluso en los Estados Unidos". El viento soplaba a velocidades de entre 219 y 267 kilómetros por hora.


"Lo que más me impresionó fue ver las torres metálicas del tendido eléctrico retorcidas con forma de ese por la fuerza del viento", recuerda por su parte el entonces alcalde, Manuel García, que solo llevaba cinco meses en el cargo.


El vendaval arrasó cuanto encontró a su paso y dejó un panorama de granjas y parideras demolidas, torres eléctricas dobladas, árboles arrancados y máquinas volcadas. Mil conejos perecieron al derrumbarse una explotación ganadera y 163 ovejas murieron en un corral cercano. El pasillo de destrucción se inició en las explotaciones mineras de Sierra Menera y terminó en el cementerio, donde un muro se derrumbó y las lápidas se partieron por el impacto de las piedras arrancadas por el viento huracanado del suelo y las paredes. Aun así, hubo suerte porque el ciclón no afectó al casco urbano.


Pedro Sanz trabajaba por entonces en Sierra Menera. "Dos tormentas se juntaron cerca de la mina y se desató un viento fuerte que levantaba las excavadoras del suelo". Cuando alertado de lo ocurrido se personó en la explotación minera, se tropezó con un espectáculo desolador. "Era algo inimaginable –relata–. Todas las chapas de uralita que cubrían la planta de clasificación habían sido arrancadas y bidones de 200 litros aparecieron, abollados, a cuatro kilómetros de la mina. Una furgoneta acabó estampada contra un terraplén. Carrascas centenarias estaban arrancadas de raíz".


Benito Fuertes analiza la evolución del torbellino y señala que su impacto destructivo afectó a un pasillo de 8 kilómetros de longitud, frente a los 4 estimados en su día. Los efectos de aquel tornado, uno de los más graves registrados en España, son aún visibles en forma de fragmentos de uralita esparcidos por todo el término municipal. Manuel García dice que todavía hoy, cazando, localiza fragmentos de la cubierta de la nave de clasificación de mineral de Sierra Menera a 8 kilómetros de su emplazamiento original.


Benito Fuentes cuenta en su informe que las condiciones de la provincia son "muy favorables" al desarrollo de tormentas y de "supercélulas", unas tempestades caracterizadas por generar potentes corrientes de aire ascendente en rotación que son capaces de desencadenar tornados. A su juicio, si en Teruel no se contabilizan más de estos fenómenos es porque en muchos casos pasan desapercibidos por la despoblación.


Fuertes recuerda que el 23 de septiembre de 1986 amaneció despejado, pero "el entorno era favorable" a la aparición de tornados al corresponderse con "la situación tipo" que los desencadena. Aunque al mediodía "soplaba una brisa fresca y húmeda" y "al oeste el cielo se había cubierto de unas nubes negras que amenazan tormenta", nadie imagina la tempestad que se iba a desatar cuando "los relojes estaban a punto de marcar las cinco de la tarde". El meteorólogo ha reconstruido los mapas del tiempo y ha recuperado la única imagen por satélite que se conserva de la zona de Ojos Negros en aquella jornada y que coincide, precisamente, con las 17.00. El área aparece "afectada por varios sistemas convectivos" que desencadenaron el torbellino.


Lucio Martín, la víctima peor parada, estaba en un corral de cabras con su hermano y su padre cuando el vendaval se desató. Vio como las tejas de la casa situada delante de la paridera saltaban por el aire "levantadas una tras otra como un dominó".


No tuvieron tiempo de cerrar la puerta de la paridera y el viento penetró en el interior haciendo estallar el edificio. Su padre fue empujado a un rincón donde quedó protegido en el hueco que dejó una viga al desplomarse, su hermano se agarró a un pilar para resistir la embestida pero Lucio fue expulsado del edificio y quedó a merced del viento. En una de las sacudidas, las raíces de un árbol arrancado se le clavaron en la espalda. "Solo duró un minuto, pero se mi hizo muy largo", recuerda.


Ricardo Rubio, también exminero, regresaba a casa tras pasar el día cogiendo setas cuando se encontró paredes derribadas, torres de luz retorcidas y tejados evaporados. Al pasar cerca de la paridera de Lucio ayudó a trasladar a los heridos. "Si el tornado hubiera pasado por el pueblo, hubiera causado una catástrofe", sentencia.


El informe del treinta aniversario concluye que los destrozos causados en las minas de hierro supusieron un "golpe del jamás se recuperaron". Manuel García –alcalde cuando la explotación cesó a finales de 1986– considera excesivo achacar al tornado el fin de la mina, aunque fue "una piedra más en el camino" de Sierra Menera, el principal sustento de Ojos Negros.

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