EDITORIAL

Política demográfica

Iniciativas como la de la localidad turolense de Castelnou para atraer población merecen respeto y despiertan simpatía. Pueden ser, en algunos casos, un antídoto contra la lacra de la despoblación. Pero los expertos alertan de sus contraindicaciones. Y no pueden considerarse sustitutivos de una auténtica política demográfica, todavía pendiente en Aragón.

LA crisis ha agudizado el gran problema demográfico que padecen algunas zonas de España, Aragón entre ellas. El crecimiento de población experimentado en los últimos años gracias sobre todo a la inmigración se ha detenido bruscamente. La Comunidad no ha conseguido superar los datos que la sitúan en crecimiento vegetativo negativo, es decir, que mueren más personas de las que nacen. Muchas comarcas aragonesas son desiertos demográficos. Y, ante esta situación, es lógico que haya localidades que agucen el ingenio y recurran a ofertas de todo tipo para atraer a familias, preferentemente con hijos en edad escolar, que aumenten los menguados censos y ayuden a mantener abierta la escuela. Son iniciativas respetables, pero de incierto resultado, como demuestra la experiencia. La opción de vivir en el medio rural ha de ser consciente y meditada; solo la necesidad o la pura voluntad no bastan. Lo mismo puede decirse del afán de los gobernantes autonómicos en fiar el aumento de población a las familias inmigrantes: una vez en España, suelen encontrarse con las mismas dificultades que las españolas. Frenar la sangría demográfica es una tarea compleja que requiere un conjunto de medidas que trascienden las loables y ojalá que muy exitosas iniciativas de municipios como Castelnou.