VÍCTIMAS DEL TERRORISMO

Pascual Grasa y José Marco: "Nos interesa la paz, pero no claudicando ante unos asesinos"

Son víctimas de la casa cuartel y de San Juan de los Panetes. Tienen miedo, pero no se resignan. No se sienten moneda de cambio con ETA.

José Marco, sargento del Ejército, y Pascual Grasa, guardia civil.
Pascual Grasa y José Marco: "Nos interesa la paz, pero no claudicando ante unos asesinos"
E. CASAS

El guardia civil Pascual Grasa llegó a la casa cuartel de Zaragoza la mañana fría del 12 de diciembre de 1987. A las 6.00, detectó el coche aparcado y salió a por el terrorista mientras daba la voz de alarma. "Vi que era una bomba y se lo dije a un compañero para que avisara a los desactivadores -recuerda-. Entonces explotó. Se me llevó como una ola y sentí mucho calor. La onda expansiva me lanzó hasta la avenida de Cataluña. El año pasado aún me quitaron metralla de la cara". Grasa, de 55 años, quedó incapacitado. Once personas, cinco de ellas niños, fallecieron en ese día dramático.


Unos meses antes, el 30 de enero de ese año, el sargento del Ejército José Marco iba en autobús a la Academia General Militar. Eran las 8.10 cuando una furgoneta bomba fue detonada al paso de los militares por la iglesia de San Juan de los Panetes. Fallecieron el conductor y un comandante. Marco, herido, bajó del vehículo "como un zombi". Tras casi 12 meses de baja, se recuperó de las lesiones de oídos y ojos pero el año pasado tuvo que retirarse por secuelas psicológicas: sufre agorafobia, es decir, miedo a salir a la calle, un trastorno que pasa factura y que entonces no se atendía como ahora. Marco es vicepresidente nacional y delegado en Aragón de la Asociación de Víctimas de Terrorismo.


¿Cómo recibieron el comunicado?

P. G. Lo que anuncie ETA no me dice nada dado lo que han hecho en otras treguas. Parece que hay dos bandos y solo ha habido uno. ETA ha atentado contra el Estado. Hay que perseguirla hasta que el último terrorista acabe en prisión.


J. M. A todas las víctimas con las que he hablado estos días les suena a engaño y a más de lo mismo. Solo exigen y ofrecen un presunto alto el fuego que otras veces les ha servido para rearmarse. No es un paso adelante. Solo les sirve para tener pendientes a los medios de comunicación. La noticia del siglo sería no hacerles caso. No hay presos políticos, hay que asfixiarlos hasta que se extingan.


¿Conocieron a los asesinos?

P. G. Yo fui al juicio. No quise mirar a quien no tuvo compasión conmigo ni con las setenta familias que vivían en ese edificio y sabía que iba a causar mucho dolor. Ni siquiera miro su foto en los periódicos. Es despreciable.


¿Cómo se afronta ser víctima?

P. G. Me resigné porque la vida sigue. Volví a aprender a andar, a mirar por la ventana. Rehabilitarme y superarme fue un estímulo.


J. M. Aprendes a simular que no estás afectado más que a superar.


¿Se duerme bien años después?

P. G. Sufro sobresaltos. Cuando veo un coche mal aparcado tengo que pensar que no pasará nada. O un gas que huele mal...


J. M. Necesito la pastilla para dormir todas las noches. El 'shock' postraumático te afecta a toda tu vida. Me cuesta ver la tele y pasar por las murallas. He desarrollado micosis en la garganta por el estrés y la bajada de defensas.


¿A qué tienen miedo?

P. G. Me he vuelto un miedoso a la oscuridad. Nací en una aldea de Alquézar, bajaba al colegio de Radiquero y cuando salía de clase era de noche. Entonces volvía a casa. Hoy no sería capaz.


¿Se sienten respetados y reconocidos en la sociedad?

J. M. Las víctimas somos molestas porque nos ven como 'pepitos grillos' por repetirnos. Es imposible hablar con estos tíos y en la tregua de 2006 tuvimos que decirlo en la calle. Si damos algo a ETA a cambio de dejar de matar, nuestra democracia quedará herida. Tenemos que recordarlo constantemente. Hay puntos de inflexión como el asesinato de Miguel Ángel Blanco o la ley de 1999 de ayuda a las víctimas.


P. G. No me gustaría ser moneda de cambio. Nos interesa la paz, pero no claudicando y cediendo ante unos asesinos.


¿ETA debe rendirse?

P. G. Ellos iniciaron una contienda y necesitamos que se rindan.


J. M. Me daría igual que ETA se rinda. Lo mejor sería que la venciéramos. No quieren dejar de matar porque les conviene, sino porque les obliga toda la sociedad.