CANDIDATA DE CHA A LA DGA

Nieves Ibeas: «Me pasaba horas mirando al mar, escuchando las olas»

El destino quiso traerle hasta Zaragoza desde su Vitoria natal y aquí ha aprendido a querer y a defender Aragón, hasta el punto de que está al frente de un partido como Chunta Aragonesista y de ser su candidata a la presidencia de la DGA.

Nieves Ibeas, el pasado viernes, en las Cortes.
Nieves Ibeas: «Me pasaba horas mirando al mar, escuchando las olas»
JOSé MIGUEL MARCO

A Nieves Ibeas (Vitoria, 1961), la vida le dio un brusco giro cuando el destino se le cruzó bajo la apariencia de una selectividad. «Yo soy de ciencias, ciencias puras, física, química, matemáticas, biología…. Y se me nota. Quería estudiar Medicina y dedicarme a la investigación pero tuve un pequeño tropiezo en la selectividad. Me preparé mucho y saqué nota, pero...». Un hecho que acabó por marcarle el destino y traerle hasta Zaragoza para estudiar Filología Francesa, «y ahora no cambiaría nada de lo que he vivido», reconoce.


A ella le gusta decir que es «una encrucijada de espacios y culturas», porque es hija de una generación inmigrante, la de los años cincuenta que llevó a sus padres, castellanos, a ir allá donde entonces había trabajo, en el País Vasco. «Pero mis padres siempre me han enseñado que donde yo viviera tenía que quererlo a muerte», y esto es, precisamente, lo que le pasa con Aragón. «Si hubiera estudiado Medicina puede que nunca hubiera venido y cuando yo llegué no sabía que me iba a quedar aquí, pero se fueron mezclando factores personales y luego el trabajo… De todas maneras, hay cosas que se pueden defender en cualquier sitio, como el derecho a la libertad, el tener orgullo por lo propio, que el lugar donde vives sea el mejor posible para ti y para quien venga detrás de ti».


Presidenta de Chunta Aragonesista y del grupo parlamentario de CHA en las Cortes de Aragón y candidata por su partido a la Presidencia de la DGA, es una mujer vital, vehemente y apasionada que se ha implicado a lo largo de su vida en mil batallas, «cuando era estudiante en el Colectivo Feminista de la Universidad, después en la asociación de padres del colegio de mis hijos; fui vicerrectora cuando era profesora en la Universidad. Siempre he estado metida en muchas cosas con mayor o menor compromiso. Hay gente que piensa que los políticos somos bichos raros, pero somos gente normal».


Su vida ha ido pareja a la de su marido, Antonio Gaspar (concejal del Ayuntamiento de Zaragoza por CHA y ex teniente de alcalde de Urbanismo), ya desde sus años de estudiantes en la Facultad de Filosofía y Letras. Están juntos desde hace 27 años: «Me casé muy joven, con 24, porque yo ya tenía trabajo y teníamos muy claro que queríamos estar juntos. Nos casamos por la Iglesia porque no tuve el valor de enfrentarme a toda mi familia». Desde entonces, se han ido repartiendo los tiempos para ir sacando adelante su familia y sus proyectos profesionales. «Tenemos dos hijos y desde el principio decidimos que no estaríamos los dos involucrados al mismo tiempo. Por eso, él leyó primero la tesis doctoral y yo cuidé de nuestra hija; entonces estábamos en Huesca donde yo daba clases en el Colegio Universitario. Después fui yo quien la hizo y preparé las oposiciones para profesor titular en Zaragoza, en 1992. Cuando él tenía responsabilidades en el Ayuntamiento, yo estaba centrada en la Universidad y cuando yo fui vicerrectora él estuvo más en casa». Sus hijos, hoy de 21 y 17 años, han vivido de cerca la primera plana política, «pero siempre hemos mantenido un cuidado exquisito para que alguno de los dos estuviera para mantener la vida familiar», aunque eso no impide que recuerde que sus hijos, cuando eran pequeños, les solían decir: «Bueno, ¿hoy qué hay, manifestación o concentración? Tampoco teníamos aquí a nuestras familias».

Los pies en el suelo


Sus hijos, su vida familiar, es lo que cada día le pone los pies en el suelo. «Mire, la política te tiene que absorber todo lo que tenga que hacerlo, pero tienes que mantener una parcela de tu vida personal y si no, no puedes dedicarte a ella. Necesitas tener esa vida normal, la de la pequeña discusión, la de cocinar, escuchar a tus hijos. Mis hijos son muy conscientes de quiénes son sus padres y de su vida, estoy muy orgullosa de ellos. ¿Que cómo llevan las críticas que nos hacen? Hubo un tiempo en que la prensa era muy agresiva contra su padre; al fin y al cabo somos personas y ellos lo vivían mal. Ha habido alguna repercusión indirecta en los centros donde estudiaban, pero siempre han tenido unos amigos que les han protegido muchísimo, y nosotros también, porque, para nosotros, llegar a casa es otra cosa».


Mientras habla, sus manos desvelan una íntima pasión imposible, el mundo de la danza por el que siente una gran admiración: «Me hubiera gustado poder hacer ballet clásico, pero nunca me lo planteé porque tengo problemas en los pies que me lo impiden, aunque he hecho danza contemporánea y danza jazz. El ballet es el colmo de la simplicidad, de la sencillez cuando ves a un bailarín sobre un escenario y es, a la vez, el colmo del trabajo. Valoro mucho el esfuerzo que significa llegar a hacer las cosas que tú ves en una obra. Cómo se puede llegar a esconder o disfrazar tanta belleza y tantas y tantas horas de trabajo». La danza le lleva, también, a la música clásica, «que intento escuchar en el Auditorio, aunque es complicado con mis horarios» y se ríe al recordarle que estudió música gracias a su hija, porque «a mí siempre me había gustado pero no lo había hecho, así que cuando tuvo algún problema con ella en el colegio decidí que era mi momento. Tengo cuatro cursos y tocaba algo el piano, pero desde que estoy en las Cortes ya no lo hago», y es entonces cuando vuelve su cabeza de ciencias y te dice que incluso cuando va al Auditorio no puede evitar «contar las columnas o las palomillas que caen de arriba. Y cuando nado, que me encanta, voy contando también los largos».


Así es esta mujer, política, que reconocer ver poco la televisión y estar todo el día enganchada a las noticias y que añora, sobre todo, «tener el control de mi tiempo. Yo valoraba esto muchísimo cuando estaba en la Universidad, porque si quería me quedaba hasta la madrugada organizando una clase o me preparaba una ponencia para un congreso y luego ibas y te podías mover, te enriquecías mucho. En política no sabes qué va a pasar, porque los acontecimientos se van solapando y nunca sabes si vas a tener que salir a algún sitio o dar una rueda de prensa».


Un tiempo que busca en el sosiego de sus recuerdos. «Todos los veranos volvemos al Atlántico francés. Para mí es como regresar a casa porque durante muchos años todos los veranos iba allí a cuidar niños, a la playa de Lacanau, a cincuenta kilómetros de Burdeos. Yo me pasaba horas y horas mirando al mar, escuchando las olas, porque es un mar muy fuerte. Había que bajar una duna para llegar y te encontrabas con esa belleza. Años después, en las clases de preparación al parto, nos decían que teníamos que buscar una imagen de concentración y la mía era aquella playa que era como si te perdieras del mundo, y cada vez que tenía que volver a casa se me hacía un agujero en el estómago, porque pasé allí muchas horas ocupándome de unos niños a los que adoraba y leyendo mucho, pero también muy sola». Porque Francia es para ella un punto de serenidad donde vuelve cada vez que quiere relajarse, «cambiar de lengua es una de las cosas que más me descarga. Viví mucho en Francia, a donde he viajado por mi trabajo en la Universidad y allí he sido rata de biblioteca», y vuelve de nuevo su pasión por la Universidad, por una vida que, dice, retomará algún día. «Es muy absorbente pero muy gratificante, aunque solo quien vive en ella sabe la cantidad de penurias que se pasan para todo».

Respeto


Pero Nieves Ibeas nunca vuelve la vista atrás, aunque recuerda que el verano de su vida fue el de los 16 años, en Vitoria, cuando empezaba a salir. Y cuenta que ya ha perdido el miedo escénico en las Cortes de Aragón, pero que no olvida aquel día de 2003 cuando tomó posesión de su escaño, «más que nerviosa, estaba impresionada porque la institución en sí me producía, y me produce, muchísimo respeto. Aquel día yo me oí el vestido al caminar desde mi escaño hasta el lugar donde estaba el Estatuto de Aragón y donde iba a prometer mi cargo como diputada. Fue sentir un silencio… y me decía, '¡pero si solo son diez segundos, menos, lo que cuesta llegar hasta ahí! Sin embargo, se me hizo eterno. Y es que me parece que es una gran responsabilidad representar a la ciudadanía».