Lacasta recobra la vida tras ponerse a la venta por 180.000 euros

Antes, el silencio lo inundaba todo. Ahora, el ladrido de los perros, el balido de las ovejas, el rebuzno de algún burro o el canto de los gallos rompen esta tranquilidad. Son señales evidentes de que ha vuelto la vida a Lacasta. La ropa tendida al sol y dos chimeneas humeando confirman que también hay vecinos dentro de las casas.


Aunque no hay una fecha clara de cuándo marchó el último vecino de Lacasta, en Luna, municipio al que pertenece, aseguran que hace más de medio siglo que sus calles y sus casas dejaron de estar habitadas a diario. Hace algo menos de un año, la situación cambió. Primero llegaron dos vecinos y en los últimos meses, la cifra ha crecido hasta siete.

Durante un tiempo, gran parte del pueblo estuvo a la venta por 180.000 euros. Apareció en varios medios de comunicación y así fue como Ramón, uno de los últimos vecinos en llegar, se percató de su existencia. Ricardo Bennassar, de 32 años, y su hermano Rafael, de 42, dejaron la localidad catalana en la que vivían para convertirse en los primeros ‘inquilinos’ de Lacasta.


El propietario de la casa en la que ahora viven puso un anuncio. Buscaba gente para habitar su casa. Rafael también quería un lugar para tener sus caballos y otros animales. Y así fue como las dos partes se pusieron de acuerdo y ahora mantienen un particular contrato de arrendamiento. Unos mantienen la casa y otros viven en ella. Después de ellos llegó Abdoulaye Diallo, de 21 años. Aunque es de origen senegalés, hacía tiempo que tenía como vecino en Barcelona a un descendiente de Lacasta. Le convenció y no lo dudó. Ahora, vive en una casa frente a Ricardo.


Hace solo dos meses que Juan Antonio Pérez, Desi Menchise y su abuela, Eunice Ruth Wigotzky, se mudaron a Lacasta. “Aquí estamos las Naciones Unidas”, bromea Eunice, de origen brasileño. Les atrajo la tranquilidad del lugar, a 14 kilómetros de Luna por camino. Su futura casa y las calles por las que pasean se han convertido en su quehacer diario. Pero quieren que esto no se queda en una simple rehabilitación. Les gustaría convertir Lacasta en un pueblo autosuficiente.


“Antes, por estas calles no se podía ni andar. Estaba todo lleno de zarzas”, explica Ricardo. Cuando llegaron no tenían ningún servicio, pero ahora ya han conseguido ver la televisión, tener luz a través de un generador y agua gracias a un depósito.


Uno de sus primeros proyectos ya ha echado a andar. Aprovechando la formación y la experiencia de todos, han puesto en marcha un multiservicios en el que se ofrecen para realizar trabajos de mecánica, audiovisuales, carpintería, electricidad, pintura y albañilería. Además, a los animales que ya tienen en el pueblo van a sumar pronto 25 burros más con los que quieren organizar paseos por el monte. En cuanto a la alimentación, con la leche de las ovejas quieren hacer quesos, en casa ya hornean su propio pan y elaboran las masas de las pizzas.


Pronto se unirá al grupo el hermano de Desi y cuentan con que llegue una familia belga, que ya ha visitado el lugar. Unos arquitectos madrileños se hicieron con unas casas que ahora van a rehabilitar. Y Ricardo y Rafael empezarán pronto a levantar la suya, de la que ahora solo se ven restos.


La iglesia, en lo alto de Lacasta, es uno de los edificios que mejor se conserva. Tiene aire románico, aunque durante muchos años el templo se ha utilizado para encerrar ganado, algo que ha deteriorado mucho su interior. El alcalde de Luna, José Antonio Fullerat, asegura que hasta hay un proyecto para recuperarla. El primer edil recuerda que este núcleo fue dado de baja del censo de población hace tiempo, aunque ahora cuenta con nuevos vecinos. Lo mismo ocurrió con Júnez, un pueblo totalmente deshabitado que está en el camino hacia Lacasta.