ANIMALES

La incineración de mascotas se convierte en el nuevo negocio de las funerarias

Para las cremaciones hay que ir a Navarra o a Cataluña porque en Aragón no se realizanEn el cementerio de animales de Peñaflor descansan alrededor de 150 perros y gatos.

La incineración de mascotas se convierte en el nuevo negocio de las funerarias
La incineración de mascotas se convierte en el nuevo negocio de las funerarias

Todos los meses medio centenar de aragoneses viajan a Cataluña o Navarra para brindar una muerte digna a sus animales de compañía. La incineración de mascotas parece haberse puesto de moda y ayuda a las empresas funerarias a sortear la crisis. En Aragón existen muchas trabas legales para instalar un crematorio de mascotas, aunque sí hay empresas que ejercen de enlace entre los desdichados hogares y los hornos crematorios del entorno.

"Es un servicio más que ofrecemos al cliente. Tenemos guardería, residencia, escuela de adiestramiento y, también, trabajamos con la funeraria Tayel de Noáin, en donde se incineran mascotas conforme a todas las normativas legales vigentes", explica Javier Hernández, del centro canino Sa Roca, situada en Peñaflor.

El proceso es sencillo: una vez muerto el animal, sus dueños contactan con la residencia que va a recogerlo, lo traslada a Navarra y, en unos pocos días, les devuelven una urna con las cenizas de la mascota. Generalmente son perros, gatos, algún conejo y también cobayas, aunque Ruud Van Beurden, gerente de Funeral Products, explica que también se han cremado serpientes, pájaros, y existe demanda para la incineración de caballos, aunque en España aún no se realizan porque los hornos no son lo suficientemente grandes.

En el catálogo de la citada empresa pueden encontrarse todo tipo de urnas, desde 0,3 mililitros hasta 7 litros de capacidad, cuyo precio oscila entre los 50 y los 300 euros.

Más cara es la cremación en sí, que cuesta entre 400 y 500 euros (en función del tamaño del animal) y para las que ya se disponen de 35 hornos desperdigados por toda la geografía española.

"Es extraño que no haya incineradoras en Zaragoza porque sí existe Facultad de Veterinaria y porque también está radicada una empresa de fabricación de estos hornos (Kalfrisa S. A.)", comenta Sergio Larrea, gerente de Duín, que confirma que todos los meses reciben más de una veintena de clientes aragoneses. Algunos llevan ellos mismos a sus animales y quieren, incluso, ver el proceso de incineración. Esta puede hacerse de forma colectiva o individual y, después, los antiguos propietarios de las mascotas tienen la oportunidad de llevarse sus cenizas, por ejemplo, en unas nuevas urnas ecológicas y biodegradables -se desintegran al entrar en contacto con la tierra o el agua- que ya comercializa la funeraria navarra.

En otras comunidades también se ofertan entierros en nichos y criptas, y muchos servicios funerarios también posibilitan que los perros o gatos sean incinerados junto a sus juguetes, sus mantas u otros objetos 'animales'.

Tarragona, Guipúzcoa, La Rioja, Navarra o Madrid son algunas de las provincias con crematorios animales, aunque quienes quieran ahorrarse la excursión (y un buen dinero) también tienen la opción de enterrar a sus mascotas en el cementerio de animales de Sa Roca. Se les entierra en tumbas prefabricadas de hormigón blanco y los dueños pueden ir a visitarlos cuando lo deseen.

"La cultura canina en Aragón aún es pobre y, aunque se quiera a la mascota, lo más sencillo es llamar a Focsa que retira el cadáver", comenta Javier Hernández, en cuyo camposanto animal se han sepultado unos 150 animales en doce años. Sa Roc es un centro autorizado por la DGA y en su página web se advierte de que enterrar por cuenta propia en cualquier lugar el cadáver de su mascota pone en peligro el medio ambiente y la salud pública. De hecho, todas estas actividades han de atenerse a más de una decena de leyes que incluyen normativas relativas a residuos, reglamentos de 'epizootias' y diversas directivas de la Unión Europea.

Sobre la huella que dejan las mascotas en sus dueños, Hernández explica que "al comienzo, cuando el recuerdo aún perdura, viene la gente a ver las lápidas de sus mascotas. Podemos recibir entre 10 y 15 visitas al mes. Después la memoria se va diluyendo". Y eso que las tarifas de mantenimiento (55 euros al año) son más económicas que las del entierro propiamente dicho, que cuesta unos 350 euros.