Los dos motes de Santiago Ramón y Cajal cuando estudiaba en el instituto de Huesca

El premio nobel aragonés cursó el primer año de bachillerato en Jaca y los restantes, entre, 1863 y 1868, en la capital oscense. 

Don Santiago Ramón y Cajal
Don Santiago Ramón y Cajal

Santiago Ramón y Cajal, científico aragonés que en 1906 obtuvo el Premio Nobel de Medicina, sufrió en su infancia y adolescencia "el maltrato de palabra y obra", según recogió él mismo en sus memorias, de sus compañeros de bachillerato en Huesca, donde estudió entre 1863 y 1868. Sus padres lo enviaron primero a Jaca y después a la capital oscense.  

El Centro de Interpretación Ramón y Cajal de Ayerbe ha recordado a través de sus redes sociales que Santiago Ramón y Cajal fue objeto, no de uno sino de dos motes a su llegada al Instituto de Huesca, situado en lo que hoy es el Museo (plaza Universidad).

En su obra 'Recuerdos de mi vida' el insigne neurólogo señala que, por suerte, en el Instituto de Huesca, al cual llegó con 11 años, no se estilaban novatadas; "pero en cambio había algo tan deplorable como ellas: el abuso irritante del fuerte contra el débil, y la guapeza y matonismo regulando los juegos y relaciones entre mozalbetes".

Ramón y Cajal relata que "todo recién llegado que por su facha, indumentaria o carácter desagradaba a los gallitos de los últimos cursos, veíase obligado, para librarse de belenes, o a recogerse prudentemente en casita durante las horas de asueto, o a implorar el amparo de algún grandullón capaz de hacer frente a los insolentes perdonavidas".

En el capítulo XII de su autobiografía literaria, que se publicó por entregas en la Revista de Aragón entre 1901-1904, cuenta que tuvo la desdicha de "resultar antipático a los susodichos caciques, puesto que sin causa justificada, y desde mi aparición en los patios del instituto, me maltrataron de palabra y obra, obligándome a meterme en trapatiestas y camorras, de las que salía casi siempre mal librado".

Entre los que más abusaban de sus fuerzas recordaba a un chico que había repetido varios cursos y que tendía entre 18 y 19 años cuando él llegó a Huesca. "Este salvaje conoció bien pronto el flaco de mi carácter, y dispuesto siempre a gastar pullas y divertirse a mi costa, cuantas veces topaba conmigo en los alrededores del instituto llenábame de improperios", escribe Ramón y Cajal. Entre otros motes, que el pequeño bachiller "estimaba mortificantes", le puso los de italiano y carne de cabra. "Este último remoquete dábase entonces por burla a todos los ayerbenses", explica aludiendo al apodo 'carnicraba'. 

En cuanto al mote de italiano, el científico entendió al escribir que hacía  falta una explicación y relata que su madre, "extraordinariamente hacendosa y económica", le confeccionó, con un antiguo abrigo de su padre, un  amplio gabán. "Lo malo fue que, preocupada con mi rápido crecimiento y anticipándose un tanto a los sucesos, dejó los faldones del gambeto algo más largos de lo prescrito por la moda de entonces", señala el autor. 

Cajal admitía, tantos años después, que "mi facha recordaba bastante a la de esos errabundos saboyanos que, por aquellos tiempos, recorrían la península tañendo el arpa o haciendo bailar al son del tambor osos y monas". Según cuenta, entre aquellos señoritos "vestidos à la dernière", la súbita aparición de su extraño gabán produjo "regocijada sorpresa". "Y una voz recia y dominante (la del referido repetidor) tradujo de repente la idea imprecisa que bullía en aquel coro de zumbones. -¡Mirad al italiano!... -Es verdad- repitieron sus alegres compinches. -Solo le falta el arpa- decía uno. -¿Dónde has dejado el mico?- exclamaba otro".

Lejos de amilanarse y bajar la cabeza se enfrentó "como un tigre" al grupo que le gritaba y que le propinó una buena paliza. La situación se repitió varias veces, con las mismas consecuencias. Dice Ramón y Cajal que él no era el único que sufría los insultos y atropellos y apunta que, aunque no hubiese llevado el abrigo largo concurrían en él dos circunstancias que, más temprano o más tarde, le habrían señalado a la animadversión de aquellos salvajes: "La bien ganada fama de audaz y arriscado traída de Ayerbe, patria de calaveras y solar fecundo de guapos y matones, y la indignación que me han producido siempre la injusticia y el abuso de la fuerza".    

Así, decidió entregarse por sistema a los ejercicios físicos, "a cuyo fin me pasaba solitario, horas y horas, en los sotos y arboledas del Isuela, ocupado en trepar a los árboles, saltar acequias, levantar a pulso pesados guijarros, ejecutando, en fin, cuantos actos creía conducentes a acelerar mi desarrollo muscular". Lo consiguió, y también la destreza en el manejo de la honda, lo que le valió para poner a raya a los matones e incluso hacerse amigo del más gallito de todos.  

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