Nowhere: el antifestival más internacional está de vuelta en los Monegros

Tras dos años de parón por la pandemia, más de 3.600 personas de 45 nacionalidades se dan cita en la sierra de Jubierre hasta el domingo en este evento lúdico-artístico.

Festival Nowhere en la sierra de Jubierre.
Festival Nowhere en la sierra de Jubierre.
Patricia Puértolas

Los tutús, las pelucas rosas o los tops de lentejuelas están de moda en mitad del desierto de los Monegros. También los fulares o las faldas escocesas. Aquí hay tantos estilos válidos como personas. Aunque dista mucho de ser lo más importante, la vestimenta es la señal más visible del espíritu libre, creativo y respetuoso que impera en el antifestival más internacional que se organiza en Aragón. Se denomina Nowhere y, tras dos años de parón, está de vuelta.

A pesar de que la traducción literal de su nombre es "en ningún lugar", lleva casi dos décadas desarrollándose en un sitio muy concreto, la sierra de Jubierre, uno de los lugares más inhóspitos de los Monegros. El trajín de estos días es una excepción. Lo normal es poder atravesar este paraje sin cruzarte con nadie. La cola de vehículos delataba el pasado martes su apertura oficial. También la trillada tierra de los caminos. El escenario elegido ofrece a los inscritos todo lo que buscan: privacidad, contacto con la naturaleza y una dosis de aventura.

La edición de este año reúne a más de 3.600 personas de 45 nacionalidades, con predominio de ingleses, franceses, alemanes, españoles, americanos u holandeses. También hay grupos llegados desde Israel, la República Checa o Finlandia. El arte es el eje central del Nowhere, el satélite europeo del conocido Burning Man, que tiene lugar en el desierto de Nevada (Estados Unidos). A cada paso, hay construcciones únicas. En esta edición, han sido creadas 42 propuestas diferentes, desde un gusano de madera que ofrece sombra y descanso a una estructura metálica con sonoros atrapasueños o un colorido cohete espacial. También hay 16 vehículos decorados. Todos son obra de los propios participantes y han sido financiados a través de la recaudación de las entradas. 

El Nowhere carece de patrocinadores. Tampoco hay público ni programa. Los inscritos son los que proponen y reciben. Todos deben aportar. Y eso garantiza su funcionamiento y vitalidad. Hay quien da clases de baile y quien gestiona grupos de meditación. Otros organizan sesiones de música en vivo, espectáculos de circo o talleres de cocina. Y, por supuesto, son muchos los que forman parte de las brigadas de limpieza o de los grupos de logística.

Una experiencia "arrebatadora"

Dentro de los voluntarios, hay un monegrino de adopción, Óscar Carnero. Por segundo año consecutivo, ha acudido con su pareja, Cristina Rojo. Ambos viven en la localidad de Grañén. "En 2019, probamos, atraídos por su filosofía, y nos encantó. La experiencia fue arrebatadora", describe ella. "El comportamiento de la gente es excepcional. Actúan con naturalidad y se expresan con libertad, respetando siempre al otro y cuidando del entorno. No verás ni un solo papel o colilla en el suelo", añade. Y es verdad. "A mí me ayudó a romper con determinados prejuicios. De hecho, me sentí tan agradecido que quise sumarme a la organización y verlo crecer desde cero. Ha sido mi forma de devolver parte de lo recibido", explica Carnero, que ha pasado varios días creando el efímero asentamiento. "Aquí nadie actúa. La gente huye de convencionalismos y es muy transparente, sin querer ocultarse o aparentar nada", añade. "Son muchos los principios que deberíamos interiorizar y aplicar en nuestro día a día", subraya Rojo.

Aunque hay una zona de acampada libre, la mayoría de inscritos se agrupa por barrios. Todos deben ser autosuficientes. Los campamentos disponen de zona de cocina y espacios diferenciados, donde dormir, reunirse o divertirse. Las construcciones son diseñadas y colocadas por los propios participantes, que reciben el apoyo de las diferentes brigadas. Aquí prima la cooperación. Al finalizar el evento, y cumpliendo con otro de sus principios básicos, no quedará ni rastro de este asentamiento. Todo desaparecerá de forma paulatina a partir del próximo domingo.

Todas las noches hay diversas opciones de ocio. La jornada inaugural incluyó una fiesta dedicada a los voluntarios. Dentro de sus organizadores, estuvo un israelí, que, según explica, encuentra en esta gran comunidad "una manera maravillosa de romper con mi rutina y conocer a gente de diferentes lugares del mundo". "También me atrapa la oportunidad de poder ayudar", añade. Para otros, el aliciente está "en el desafío, es decir, en poner a prueba tu capacidad de adaptarte a un lugar inhóspito", señala una pareja de ingleses, que, al mismo tiempo, repite cada año "por el sentido de comunidad y la posibilidad de vivir en libertad, pero respetando los límites del otro".

Sin móviles

Todos los barrios crean zonas de sombra en las que refugiarse del potente sol. Además, las gafas de buceo o esquí abundan con el fin de protegerse del polvo. Julia González, de Zaragoza, lleva varias consigo. La artista es enlace de prensa y además, ha dejado su impronta en varias de las estructuras del asentamiento. Aunque asistió a varias reuniones previas, asegura que tuvo que vivir la experiencia "para entender y asimilar su filosofía". "Desde fuera, no entendía nada", señala. Ahora, nueve años después, se mueve como pez en el agua.

La aragonesa imparte talleres de arte urbano. Hay otros muchos inscritos relacionados con el mundo del arte o el espectáculo, pero también abundan los abogados, ejecutivos, periodistas, ingenieros o empresarios. A excepción del hielo, aquí nada se compra ni se vende. No hace falta cartera y además, es difícil encontrar a alguien pegado a su teléfono móvil. Solo al atardecer algunos acuden en su búsqueda para inmortalizar los imponentes colores del cielo de los Monegros.

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