"Seguimos viviendo igual, pero con más tranquilidad"

La entonces alcaldesa de Sodeto rememora lo ocurrido aquel feliz día del 22 de diciembre de 2011.

De izquierda a derecha, Tere Lacambra, Laura Arnal y Rosa Pons.
De izquierda a derecha, Tere Lacambra, Laura Arnal y Rosa Pons.
Rafael Gobantes

"Nadie cambió su vida, simplemente se ganó en tranquilidad". Así resume la entonces alcaldesa de Sodeto, Rosa Pons, lo que supuso hace diez años la llegada del Gordo ‘más gordo’ de la historia de la lotería de Navidad. A ella, la salida del bombo del 58.268 le pilló con la radio puesta. "Al principio, nombraron a la administración de Grañén y simplemente pensé que seguro conocería a alguno de los agraciados. Después, dijeron que era el número de la asociación de mujeres de Sodeto y, tras comprobarlo, salí a felicitar al pueblo a través de la megafonía", explica. 

"Fue una locura; reías y llorabas, te abrazabas con unos y con otros, sin saber aún ni lo que te había tocado", recuerda. "Al distribuirse en papeletas, nadie se hizo millonario, pero fue un respiro y un importante balón de oxígeno al coincidir con fuertes inversiones como la modernización de las tierras", añade. De hecho, una de las primeras personas a las que vio fue al secretario de la comunidad de regantes, que emocionado le espetó: "Ya podemos pasar sin miedo el recibo". 

Y eso es lo que casi todos los vecinos aseguran haber ganado, "tranquilidad". "Dejar de hacer tantas cuentas; afrontar los pagos sin apuros; o directamente, comprar el sofá que te gusta y no el que te puedes permitir", añade otra de las afortunadas, Tere Lacambra, que vivió aquella jornada "con una gran emoción". "No se puede describir con palabras; fue algo increíble, casi ni te lo creías", añade.

Al igual que otros de los agraciados, Laura Arnal estaba trabajando cuando la fortuna irrumpió en su vida. "Mi hija tenía solo cinco meses y por lo tanto, se cumplió el dicho de llegar con un pan debajo del brazo", recuerda. "Salí antes de trabajar y me vine al pueblo. Aquello era una locura. Había mucha alegría", explica. Tras la euforia inicial, que duró varios días, Arnal asegura que "seguimos viviendo igual, pero con más tranquilidad". 

Dentro de las consecuencias más felices, estuvo el asentamiento de gente joven o nuevos vecinos, a los que el premio dio el empujón económico que necesitaban para construirse su propia casa. Conchi Malavia fue una de ellas. "Ya estaba aquí instalada, pero me ayudó a asentarme y echar raíces", dice. "La alegría vivida fue inmensa, especialmente al ser un premio compartido", añade. "Todos seguimos con nuestros proyectos personales y profesionales, pero con mucha más tranquilidad", reitera.

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