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Los supervivientes intentan pasar página: "El recuerdo de aquella tarde es muy doloroso"

Son pocos los que vuelven estos días al parque construido en el campin en memoria de las víctimas. El largo proceso judicial alargó el sufrimiento, duró casi 20 años y algunos solo cobraron una parte de la indemnización.  

Pere Espinosa y sus dos hijos, Oriol (con camiseta azul) y Arnau (con polo de rayas), supervivientes de la riada de Biescas en la que murió la madre, este viernes en el memorial.
Pere Espinosa y sus dos hijos, Oriol (con camiseta azul) y Arnau (con polo de rayas), supervivientes de la riada de Biescas en la que murió la madre, este viernes en el memorial.
R. Gobantes

Oriol Espinosa paseaba este viernes junto a su padre, Pere, y su hermano, Arnau, por el campin de Biescas, 25 años después de que el agua les arrastrara a toda la familia. Son de los pocos familiares que se acercan estos días en el aniversario al parque construido en memoria de las víctimas. La madre, Carmen, fue una de ellas. "Nunca hemos sabido qué le ocurrió exactamente. Era la única que se quedó en la caravana", señala Oriol, mientras su padre confiesa que "siempre" echarán en falta a su esposa. "A pesar de haberlo asimilado después de tanto tiempo, lo vamos a tener presente pasen los años que pasen. Veníamos aquí a relajarnos los cuatro y volvimos con una persona menos", se lamenta.

Oriol Espinosa y Sergio Murillo, otro superviviente que perdió a sus padres y sus dos hermanos, de 10 y 12 años, son dos de los rostros más conocidos de la tragedia por su implicación en los actos de homenaje del 20 aniversario.

En 1996 tenían 19 y 16 años, respectivamente. La juventud los ayudó a rehacer su vida. Han creado sus propias familias: Oriol espera gemelos en un mes y Sergio tiene tres hijos. "Resulta muy doloroso recordar aquella tarde", coinciden, pensar en los que ya no volverán y rememorar lo que ellos mismos vivieron. Hace cinco años acudieron a la inauguración del parque del memorial en el lugar donde ocurrió la tragedia, una catarsis para superar el duelo.

Oriol fue el impulsor del homenaje. Este llegó tarde, pasadas dos décadas, pero llegó. Una carta suya pidiendo la dignificación del campin animó al Ayuntamiento de Biescas a adecuar el espacio para cerrar la cicatriz. Él leyó el discurso de parte de los familiares y asistió a la inauguración del monolito con los 87 nombres. «Intenté transmitir que había que mirar a Biescas como un sitio donde no solo se perdieron vidas por un mal acto de un campin instalado donde no debía, también se salvaron otras. Los vecinos han tenido que sufrir casi, casi el mal nombre de Biescas. Al final aquello tenía que quedar como un espacio de solidaridad y de vida, porque también hubo supervivientes y porque a partir de esta catástrofe se hicieron protocolos de riesgos naturales y cambió la legislación. Aprendemos a base de palos porque banalizamos el poder de la naturaleza», explica Oriol.

Este vecino de Granollers (Barcelona) no volvió a Biescas hasta el 2013. Estaba haciendo el Camino de Santiago y casualmente llegó un 7 de agosto. Le impactó encontrar el campin casi igual que cuando ocurrió la tragedia, abandonado. Recorrió el barranco de Arás para tratar de entender qué pasó y por qué.

Pere Espinosa y sus hijos, Oriol y Arnau, sobrevivieron, pero no la madre.
Imagen de Oriol Espinosa en el hospital de Jaca con su padre y su hermano .
Heraldo/ Agencias

Aquella tarde del 7 de agosto de 1996 estaba con su madre en la caravana esperando que dejara de llover para ir a cenar a Jaca. "No lo vimos venir", asegura. Cuando salió, fue embestido por otra caravana. Consiguió agarrarse a un puente donde se acumulaban piedras y árboles y cuando bajó un poco el nivel del agua, escaló unos coches amontonados, como en un desguace. A su padre y a su hermano se los llevó la riada y los reencontró en el hospital. "Nunca hemos sabido qué le ocurrió exactamente a mi madre. Era la única que se quedó en la caravana, a los demás nos arrastró el agua". 

Sergio Murillo es arquitecto y vive en Pamplona.
Sergio Murillo es arquitecto y vive en Pamplona.
Heraldo.

Sergio Murillo tenía tres años menos que él y en unos minutos perdió a su familia. Se fue a vivir con unos tíos. Estaba en una tienda en la parte alta. El agua lo arrastró y acabó en un árbol. No se agarró, se lo llevó la corriente y quedó enganchado en unas ramas. Tirando de ellas salió a la orilla con ayuda de un hombre.

"Agua turbia, los coches flotando...", como en Alemania

Como Oriol, acudió al homenaje del 20 aniversario, y ahora, en el 25, insiste en que duele hablar. "He podido rehacer mi vida, pero sin duda el recuerdo de ese día no se puede borrar por muchos años que pasen. Tanto a mí como el resto de víctimas no nos gusta hablar del tema, es muy doloroso", añade Sergio. No puede evitar que hechos como las inundaciones de Alemania le hagan revivirlo. "Las imágenes tienen mucho en común: el agua turbia, los coches flotando... Seguro que hubo gente que diría ‘Mira, como en el campin’. Nos ha vuelto a recordar que la naturaleza tiene su punto agresivo, es indómita y el hombre puede intervenir en ella pero solo hasta cierto punto, respetando sus leyes. Construir en los cauces de los ríos es lo que tiene, tarde o temprano…", explica este navarro, que por su profesión, arquitecto, está especialmente concienciado.

"Tanto a mí como el resto de víctimas no nos gusta hablar del tema. Remover los recuerdos resulta doloroso"

Dice que la legislación española se reformó y se hizo más dura. "Nos debe servir de aviso. Si yo quisiera construir una casa en el Pirineo, lo primero que haría sería contactar con alguien de la zona y que me dijera por dónde vienen las aguas… La legislación la hacemos los hombres con el escarmiento", concluye..

Ha vuelto al campin de forma esporádica. "Fui a cerrar ese capítulo cuando tocaba y un par de veces más con mi mujer. La primera vez tomé dimensión del sitio, porque mis recuerdos estaban magnificados por el hecho de ser una víctima. Estuve en el hospital no llegó a un día y me parecieron tres. Quería volver por hacerme una idea físicamente del lugar. En realidad no era tan grande. La segunda y tercera vez fue una sensación más de duelo, como cuando vas al cementerio, para presentar mis respetos no solo a mi familia sino a todos los que estuvieron allí, a los que fallecieron y a los que sufrieron".

El largo proceso judicial solo incremento el sufrimiento. Después de dar sepultura a las víctimas, empezó otro interminable calvario, el de los tribunales. Los jueces no vieron pruebas para una causa penal contra altos cargos de la CHE y la DGA.

"Evitable" y "predecible"

El caso se cerró con una condena al Ministerio de Medio Ambiente y al Gobierno de Aragón como responsables patrimoniales, en 2005. La riada mortal fue "previsible" y "evitable", dictaminó la Audiencia Nacional. Al primero lo condenó porque no tenía que haber autorizado las licencias para instalar un campin en una zona considerada de riesgo, y más cuando había informes técnicos que lo advertían. Al segundo, por consentirlo y dar por buena una situación que no lo era. Pagaron en total 11 millones de euros en indemnizaciones, pero una veintena de afectados que no habían estado desde el principio en el pleito quedaron excluidos y finalmente solo cobraron la mitad de la indemnización.

Algunos llegaron incluso a Estrasburgo. El tribunal europeo determinó 19 años después de la riada que la justicia española ya había resuelto el asunto.

Entre los que no cobraron todo estaba la zaragozana Mari Luz Sanz, que perdió a su marido. Prefiere no hablar, "es doloroso". Mira hacia adelante, piensa en sus nietos, y lamenta la injusticia. Juan José Miguel también se quedó viudo aquella tarde. A él lo encontraron a 5 km seis horas después. "Lo que ocurrió no se olvida fácilmente. Ojalá nunca vuelve a suceder", dice.

 

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