Cien años de la muerte de Lucien Briet, el explorador que reivindicó la protección de Ordesa

El escritor y fotógrafo francés fue uno de los pirineistas más destacados, profundo conocedor de la geografía del macizo y de la Sierra de Guara. 

Una imagen del explorador perteneciente al Fondo Lucien Briet.
Una imagen del explorador perteneciente al Fondo Lucien Briet.
Musée Pyrénéen de Lourdes/Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca.

“Apremia una solución que no debe demorarse. Es imprescindible proteger el Valle de Ordesa contra los leñadores, contra los cazadores y contra los pescadores de truchas. Sus rebecos, diezmados y perseguidos, imploran socorro. Sus hayas, muchas veces centenarias, son dignas de morir noblemente". De esta forma reclamaba el francés Lucien Henri César Briet (París, 2 de marzo de 1860/Charly-sur-Marne, 4 de agosto de 1921) una protección para Ordesa. Fue el primero que lo propuso. Este miércoles se cumple un siglo de la muerte a los 61 años en su casa de París de este escritor, fotógrafo y explorador, considerado uno de los más célebres pirineistas. Es un buen momento para recordar que si hoy existe el Parque Nacional de Ordesa en parte es gracias a Don Luciano, como lo conocían en las montañas.   

"Si no existe en España una sociedad para la protección de los paisajes pueden suplir su cometido la Diputación Provincial de Huesca y la Real Sociedad Geográfica, para interesar al Gobierno de Madrid a favor del Valle de Ordesa. Si esta impusiera su voluntad, el Divino Cañón se transformará en un Parque Nacional portentoso, reflejo del creado por los norteamericano a orillas del Yellowstone, donde florecerán las siemprevivas de montaña, donde se reproducirán sosegadamente los rebecos y las truchas, y donde la venerable selva de los Pirineos será respetada como una abuela", proclamaba.

Una fotografía de Lucien Briet, que tan bien retrató los Pirineos y sobre todo el valle de Ordesa.
Una fotografía de Lucien Briet, que tan bien retrató los Pirineos y sobre todo el valle de Ordesa.
Heraldo

Pero Briet no solo se fijó en Ordesa, recorrió las montañas del Pirineo y la sierra de Guara desde 1890 a 1911. Publicó dos libros, ‘Bellezas del Alto Aragón’ y ‘Soberbios Pirineos’, sobre el macizo de Marboré, el valle de Vió, la Brecha de Rolando o Bielsa. Y sus fotografías son testimonio de los paisajes y el modo de vida de aquella época en los imponentes macizos aragoneses. 

No fue el único, formó parte de una corriente que desde dentro y fuera del país ensalzaba la belleza del Alto Aragón. Louis Ramond de Carbonières realizó la primera ascensión a Monte Perdido. También hay que destacar el legado del geólogo aragonés Lucas Mallada. Y no se puede olvidar a José de Viu, vecino de Torla que en 1832 escribió el primer libro de viajes en el Pirineo.

"Nuestro Pirineo ha sido testigo del paso de peregrinos, pastores, reyes, guerreros, comerciantes y contrabandistas; también personas del mundo de las artes, las ciencias, los viajes y exploraciones, que quisieron ser testigos de la belleza de sus cumbres y glaciares, valles y desfiladeros", comenta Nacho Pardinilla, educador ambiental de la Red Natural de Aragón, pero de entre todos ellos dice que hubo un hombre que marcó para siempre la historia del pirineismo y por supuesto del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. "Su presencia sigue muy viva un siglo más tarde, pues nos dejó un excepcional legado de fotografías y textos que narran sus viajes por tierras altoaragonesas". Cuenta que tras su ascenso a la cumbre de Monte Perdido en 1890, siguiendo los pasos de su predecesor Ramond de Carbonnières, "Briet se vio atrapado por aquel mar de tozales, sierras y valles que se extendían hacia el sur, hasta aquel horizonte lejano de la Sierra de Guara".

El Parque Natural de la Sierra y Cañones de Guara está conmemorando la efeméride con visitas guiadas por el cañón del río Vero, a través de sus narraciones y fotografías, en un tramo que discurre entre la Fuente de Lecina y la ermita de San Martín de la Choca.  

Entre 1903 y hasta 1911, Don Luciano viajó al Alto Aragón todos los años para recorrer los valles de Vio y Pineta, la Garganta de Escuaín, la Peña Montañesa; y en Guara, los cañones del Vero, Mascún y Alcanadre, el valle de Rodellar o la garganta del Flumen y del Guatizalema.

Sobre la impresionante Gargante de Escuaín, escribió: "Al verla se contempla una rotura prodigiosa, obra de un cataclismo de los tiempos del Génesis, que hiende toda una meseta a la manera de los Fiordos de Noruega, donde el mar boreal no permite gozar del espectáculo. En ninguna parte, en la región del Monte Perdido, el altivo mármol pirenaico se fractura de un modo más soberbio y magnífico". Y del Cañón de Añisclo, decía: "No conozco nada comparable a un desfiladero estrecho y variable, por el que se oye el estruendo de un torrente del que se puede beber". 

Para él, la montaña era una composición de versos. "¡Qué felicidad me produce vagar por ese paraje, perderme en él a mi antojo, recogiendo una piedrecilla o una flor, disfrutando de un rincón salvaje, interesado en todas y cada una de las particularidades que encierra y capaz de comprender todo el encanto y toda la poesía!". Lo decía en unos tiempos en los que no existía, salvo en casos como el suyo, tal apreciación del valor de las montañas.  

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