hostelería

Cómo mantener un hotel en el Pirineo en plena pandemia y no morir en el intento

Alberto y Ángela son una pareja de apasionados de la nieve que en agosto se hizo con el traspaso de El Mirador de los Pirineos, un alojamiento rural de siete habitaciones en Santa Cruz de la Serós.

Alberto y Ángela regentan el hotel El Mirador de los Pirineos.
Alberto y Ángela se conocieron en la nieve y ahora llevan un hotel rural en los Pirineos..
Heraldo

La historia de Alberto Calvo y Ángela Gozalbo es la de una pareja que, en plena pandemia, decidió hacerse con el traspaso de un alojamiento rural en Santa Cruz de las Serós, en La Jacetania. Desde agosto del año pasado, estos jóvenes apasionados del esquí y el snowboard regentan el hotel El Mirador de los Pirineos, un establecimiento con siete habitaciones en un entorno único.

Aunque su verdadero sueño era comprar una casa en un pueblo y rehabilitarla para convertirla en un alojamiento turístico, todavía no se habían dado las condiciones económicas oportunas como para poder hacer frente a un proyecto de esa envergadura. Así, como primera toma de contacto con el sector, Alberto y Ángela decidieron embarcarse en esta aventura casi de un día para otro.

“El hotel es de un amigo que nos ofreció el traspaso porque nos conoce, sabe cuál es nuestra filosofía de vida, nuestra pasión por la montaña y confiaba en nosotros para dar continuidad a su negocio de toda la vida”, explica Alberto.

Aunque no es la primera vez que trabajan en un establecimiento hotelero, sí que ahora están haciéndose cargo de tareas que nunca habían realizado, como preparar desayunos o limpiar habitaciones y hacer camas.

La propuesta les pilló en un glaciar de los Alpes, hasta donde viajaron en busca de trabajo con los pocos ahorros que habían hecho en la temporada de invierno 2019-2020. Alberto había estado en Baqueira, impartiendo clases de snowboard y en un hotel, lo mismo que Ángela, pero ella en Formigal.

"El lugar nos encantó y el proyecto era lo que necesitábamos: algo que nos hiciera echar un poco en ancla en algún sitio"

A causa de la pandemia, la temporada terminó de forma repentina y antes de lo previsto por lo que decidieron probar suerte en verano en los Alpes. Fue entonces cuando recibieron la llamada con la oferta del hotel y, sin pensárselo dos veces y casi con la ropa de nieve puesta, se fueron a conocer las instalaciones. “El lugar nos encantó y el proyecto era lo que necesitábamos: algo que nos hiciera echar un poco el ancla en algún sitio”, explica Alberto.

Y es que, desde que se conocieron hace unos tres años, esta pareja de nómadas de 32 y 30 años ha viajado por el mundo haciendo lo que más les gusta: esquiar. Es su afición pero también su sustento y han impartido clases en Sudamérica o Japón, así como en varias estaciones de España.

Ahora, su lugar de referencia es Astún, por suerte para ellos, la única estación abierta en el Pirineo aragonés. El hotel rural que regentan, donde también residen actualmente, está a algo menos de una hora de distancia de las pistas por lo que también ofrecen sus servicios como profesores.

En este sentido, no están teniendo demasiado éxito ya que la mayoría de personas que suben a esquiar ya saben hacerlo y ahora mismo solo son los residentes en la provincia de Huesca.

En el hotel el panorama tampoco es mucho más alentador. Por suerte, el dueño de las instalaciones, su viejo amigo y quien les propuso aceptar este reto, está siendo flexible con los pagos del alquiler, lo que ayuda a que la situación económica de Alberto y Ángela no sea tan crítica. “De lo contrario, es muy probable que ya nos hubiéramos rendido”, lamenta Alberto.

Aun así, actualmente están perdiendo dinero y se plantean cerrar hasta Semana Santa y aprovechar para visitar a su familia, ya que ninguno de los dos es de la zona. “El final del verano fue muy bien pero desde octubre hasta el fin de semana de San Valentín, cuando tuvimos tres habitaciones ocupadas, no ha habido prácticamente reservas”, explica Alberto.

El tipo de cliente de su establecimiento son parejas de todas las edades que aprovechan este lugar de ensueño para hacer una escapada de fin de semana. El cierre provincial de Aragón les está afectando mucho ya que su público potencial es ahora solo el de Huesca y, de normal, un 50% llega desde Zaragoza.

A pesar de ello, confían en que esta mala racha es solo cuestión de tiempo y se muestran optimistas de cara a la flexibilización de las restricciones de movilidad. “En cuanto abran un poco, lo notaremos seguro”, prevé Alberto.

Mientras tanto, aprovechan para hacer algunas mejoras en el hotel, sobre todo en lo referente a la forma de trabajo, la página web y las reservas. Sus puertas siguen abiertas porque al fin y al cabo ellos viven allí y los gastos mínimos los tienen que seguir pagando igualmente, con huéspedes o sin ellos.

“Nos subimos a un tren en marcha”

De espíritu aventurero, Alberto y Ángela cuentan con una formación universitaria que nada tiene que ver con el camino profesional que han tomado. Ella es de Castellón y es licenciada en Bioquímica. Él es madrileño y estudió Administración y Dirección de Empresas, lo que en este caso le ayuda con el plan de desarrollo de su negocio, así como con algunas gestiones y temas de papeleo.

Pero su pasión por los deportes de nieve pudo más y, al final, como dice Alberto, “hemos tirado al monte, como buenas cabrillas”. “Habernos hecho con el hotel ha sido como subirnos a un tren en marcha. El viaje nos gustaba, pero no sabíamos bien cuál era el destino”, reconoce. Una incertidumbre e inseguridad motivada, sin duda, por la covid. “Sin una pandemia de por medio, tenemos claro que este negocio funciona”, dice.

La apuesta no era tan arriesgada si se tiene en cuenta que el hotel El Mirador de los Pirineos lleva 15 años funcionando con éxito y se ubica en un entorno privilegiado. “Estamos en la zona alta de Santa Cruz de la Serós, con un bosque enorme detrás y vistas a las peñas de San Juan”, relata Alberto. Como reclamo turístico, tienen a un paso el Monasterio de San Juan de la Peña y también se ofrecen actividades como paseos a caballo y otras en el cercano aeródromo de Santa Cilia.

Las instalaciones cuentan con seis habitaciones dobles con baño privado con bañera y terraza, y también disponen de una pequeña nevera. Hay una séptima estancia con cama individual que suele usarse para niños de cierta edad que ya son mayores para dormir en una supletoria dentro de la habitación de sus padres.

De normal, en el hotel solo se sirven desayunos, ya que no se cuenta con una cocina preparada para grandes elaboraciones. Pero a raíz de la covid y dado que los bares y restaurantes cierran pronto, Alberto y Ángela también ofrecen cenas a base de tablas de embutidos, ensaladas, algún bocadillo o hamburguesa, así como tapas frías para salir del paso.

Los precios de las habitaciones van de los 80 a los 100 euros por noche y la reserva se puede realizar por internet. También se ofrece la posibilidad de alquilar la casa completa, con las estancias, dos salas comunes y cocina.

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