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Diego Tresaco, dueño del bar La Fábrica: "No podemos hacer más de lo que hacemos y no hay ayudas”

En 2017, su pareja y él se hicieron con el traspaso del negocio. Con la inversión inicial aún sin amortizar, la covid ha acabado con todas sus previsiones.

Estefanía y Diego aguantan al frente del bar La Fábrica, que regentan desde 2017 y cuyo traspaso aún están pagando.
Estefanía y Diego aguantan al frente del bar La Fábrica, que regentan desde 2017 y cuyo traspaso aún están pagando.
Heraldo

El sector de la hostelería es uno de los más afectados por la crisis económica derivada de la pandemia. Diego Tresaco lo sufre en sus propias carnes a diario. Tiene un bar en Huesca, La Fábrica. Su especialidad es el café y se sirven desayunos, almuerzos, bebidas, bocadillos, tostadas y tapas frías.

Su clientela habitual la compone, por la mañana, funcionarios y personas que van a hacer gestiones al Inaem, situado junto a la cafetería. Por la tarde, al ser también una zona de colegios con una piscina que ofrece clases de natación, los padres que llevan a sus hijos a extraescolares llenan el bar.

Pero la situación ha cambiado considerablemente desde que apenas hay clases extraescolares y con el teletrabajo y las gestiones online en muchas administraciones públicas.

El negocio iba viento en popa desde que Diego y su pareja, Estefanía, se hicieron con él porque el anterior dueño se jubilaba. Fue en 2017, cuando pidieron un préstamo a cinco años para hacer frente al traspaso.

No hacía ni tres años desde que se habían metido en esta inversión cuando llegó la covid. Les pilló sin un colchón económico del que echar mano y, pese a estar cerrados de marzo a mayo, tuvieron que seguir pagando rigurosamente no solo el préstamo, sino también el alquiler del local y las facturas. “Con todos los electrodomésticos apagados y el bar cerrado, solo de la cuota fija de la luz, pagamos 300 euros cada mes”, dice Diego.

Esta suma, multiplicada por los tres meses que se obligó a cerrar durante el primer confinamiento, ya asciende casi a los mil euros de la única ayuda a la que han podido optar. Además, de momento no la han recibido. “La solicitamos pagando a una gestoría, ya han pasado tres meses y no tenemos noticias del dinero”, asegura Diego.

"Con todos los electrodomésticos apagados y el bar cerrado, solo de la cuota fija de luz, pagamos 300 euros cada mes"

Dentro de lo malo, mientras no había restricciones de horarios, Diego y Estefanía tenían el bar abierto tantas horas como estaba permitido. “Lo único que queremos es que nos dejen trabajar”, dice Diego, frustrado por tener que cerrar ahora a las ocho de la tarde. “En verano, con la terraza aguantábamos hasta tarde y hacíamos bastante caja pero como sigamos con estas limitaciones no sé qué vamos a hacer”, lamenta.

Con el bar como única fuente de ingresos de la unidad familiar, que la completa su hija de seis años, a esta pareja de 39 y 33 años no les queda otra que seguir aguantando día a día con el bar abierto el mayor tiempo posible. “En las épocas en las que solo podemos estar con la terraza no abrimos hasta las once, que es cuando empieza a dar un poco el sol”, explica.

Ahora, cuando se puede atender en el interior con un 30% de aforo, la persiana de La Fábrica se sube a las ocho de la mañana, hasta las ocho de la tarde. Estefanía suele ir por las mañanas y Diego toma el relevo por las tardes. Trabajan de lunes a domingo, aunque esa tarde la toman de descanso. “Ya tuvimos vacaciones forzosas en primavera del año pasado, ahora toca trabajar todo lo que podamos”, asegura Diego.

Antes de la covid, tenían otros tres empleados. Uno de ellos, por casualidad, dejó el trabajo justo antes del confinamiento y los otros dos estuvieron en ERTE unos meses. “Por suerte, encontraron trabajo en otro sector”, explica Diego. Desde entonces, al frente del bar están Diego y Estafanía que no se plantean de ninguna forma abandonar el negocio.

“Si este verano nos dejan trabajar sin limitaciones de horarios, podremos mantenernos”, calcula Diego, apurado por una situación que cada día se vuelve más insostenible. “Es frustrante porque no podemos hacer más de lo que hacemos. No hay ayudas y lo peor de todo es que no vemos el final de esta crisis”, lamenta.

Antes de hacerse con el bar La Fábrica, Diego trabajaba en Ayerbe, en otro bar. Aquel negocio iba bien, solo tenía que pagar el alquiler y al ser un pueblo turístico siempre había mucho movimiento. Al mismo tiempo, Estefanía era una de las empleadas de su actual establecimiento y el entonces el dueño les ofreció el traspaso.

“El bar llevaba en marcha cuatro o cinco años, funcionaba bien, no había que reformar prácticamente nada y lo vimos como una buena inversión”, explica Diego, que nunca pensó en lo que sucedería unos años después.

Previamente a entrar en el mundo de la hostelería, había trabajado por cuenta ajena y realizado un curso de Jardinería, pero eran tiempos de bonanza y el emprendimiento estaba en boca de todos. Así es como se lanzó en esta aventura que ahora, cuando apenas estaba arrancando, se ha visto truncada por la covid.

Diego se suma a las protestas de sus compañeros de sector y pide al Gobierno un programa de ayudas claro y efectivo. “El ICO que pedí en abril se acabará pronto y si no puedo trabajar, no sé qué vamos a hacer”, sentencia Diego, cuando se encuentra al límite de esta situación insostenible.

Situada en la esquina de la calle de San Jorge y de Menéndez Pidal de la capital oscense, la cafetería La Fábrica es uno de los pocos bares de la zona que permanecen abiertos. “Solo seguimos los dos que somos empresas familiares y que no tenemos sueldos que pagar”, explica Diego. De los seis o siete negocios de este tipo que había antes de la covid, algunos han bajado la persiana definitivamente y otros están cerrados temporalmente, con un ERTE para todos sus empleados.

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