En busca de los virus atrapados en el glaciar de Monte Perdido

El virólogo Antonio Alcamí, conocido por sus trabajos sobre el covid-19, está investigando los microorganismos que han permanecido durante miles de años bajo los hielos del Parque de Ordesa.

Antonio Alcamí (derecha) extrayendo las muestras del hielo en el glaciar de Monte Perdido.
Antonio Alcamí (derecha) extrayendo las muestras del hielo en el glaciar de Monte Perdido.
Eñaut Izaguirre

¿Qué virus han podido habitar lugares tan fríos y remotos como el glaciar de Monte Perdido y permanecer atrapados en el hielo miles de años? ¿Se depositaron por el aire? ¿Cómo se refleja en ellos el cambio climático? A estas preguntas intenta dar respuesta el prestigioso virólogo Antonio Alcamí, del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, conocido por sus estudios en hospitales de Madrid sobre la transmisión del coronavirus por el aire, que estos días se ha trasladado al Parque Nacional de Ordesa para tomar muestras en el glaciar, a más de 2.700 m, junto a científicos del Instituto Pirenaico de Ecología (IPE).

"No sabemos cuántos virus se habrán perdido, pero tenemos evidencias de la existencia de partículas virales en ese hielo", explica Alcamí. Espera encontrar una gran diversidad, a tenor de los estudios pioneros realizados por él en la Antártida y en el Ártico, aunque sobre todo de vegetales, no tanto humanos.

"Si el glaciar va a desaparecer, o lo estudiamos ahora o perdemos una oportunidad de oro"

Su investigación de virus en glaciares, un campo nuevo, no tiene mucha conexión con la actual pandemia, aclara, "a no ser que encontráramos algún coronavirus como el que tenemos ahora de hace 1.000 años. A lo mejor significa que hubo una pandemia no descrita, pero lo veo bastante improbable".

El trabajo forma parte de un proyecto de la Fundación BBVA, en el que colaboran el IPE y el Parque Nacional, para el estudio integral de los microorganismos en las aguas de los ríos de Ordesa, en el lago Marboré y en el glaciar de Monte Perdido. "La idea es hacer una fotografía de lo que hay, tener una referencia, porque el cambio climático lo veremos primero en los microbios, y eso influirá en la vegetación y los animales".

La toma de muestras

El año pasado, este virólogo ya realizó un análisis preliminar para determinar el protocolo a seguir y comprobó la importante diversidad de virus y bacterias. El jueves se tomaron muestras para secuenciarlas. Hubo que palear 80 centímetros de nieve reciente para luego perforar el hielo con un cilindro que extrajo unos testigos de hielo. "Cuanto más profundo, es más antiguo, de forma que tendremos representados entre 1.000 y 2.000 años". Su obsesión es no contaminar las muestras, por eso se tratarán en un laboratorio de alta seguridad y con epis, desechando además la parte superior de los testigos, en cuya recogida utilizaron aparatos esterilizados.

Los virus han llegado hasta esta zona remota con escasa presencia humana empujados por el aire, comenta Antonio Alcamí. Ya hay evidencias científicas reflejadas en estudios sobre el transporte de polvo del Sáhara hasta el Pirineo.

El objetivo que busca el investigador es doble: por una parte, tener un registro histórico y, por otra, "si ese glaciar va a desaparecer, o lo estudiamos ahora o perdemos una oportunidad de oro". Es, junto a los sedimentos de los lagos de alta montaña, el único testigo del tiempo pasado.

Alcamí ha destacado por sus investigaciones en la actual pandemia analizando la transmisión del covid-19 por el aire a través de muestreadores en hospitales de Madrid. "Nos hemos preocupado mucho del contacto, de las superficies contaminadas, y hay que hacerlo, pero también son importantes los aerosoles, para eso nos ponemos la mascarilla", advierte. "Las autoridades son reacias a aceptar esto, pero cada vez hay más evidencias científicas". Y aclara que mientras en ambientes exteriores se disipa rápidamente, en sitios cerrados sin ventilar, supone un mayor riesgo. Según él, hay más peligro en "quitarnos la mascarilla en un restaurante que en ir con ella apelotonado en el metro de Madrid".

Trabajos de medición del glaciar durante la campaña de ínvestigación llevada a cabo esta semana.
Trabajos de medición del glaciar durante la campaña de ínvestigación llevada a cabo esta semana.
Alfredo Serreta

El campamento científico

La expedición a Monte Perdido la formaban 15 personas, responsables de diferentes investigaciones, que montaron tres campamentos. Uno en el lago de Marboré, situado al pie de Monte Perdido, para dar continuidad a los estudios del proyecto Replim sobre el efecto del cambio climático en los ibones y turberas del Pirineo; otro en el glaciar, para tomar muestras; y un tercero intermedio desde donde monitorizarlo con técnicas de medición de escáner con láser. La de este octubre es la novena campaña que estudia la evolución de la masa de hielo, a cargo del Instituto Pirenaico de Ecología y de la Universidad de Zaragoza.

Alfredo Serreta, profesor del campus de Huesca, confía en que, a falta de analizar los datos recogidos, la primera impresión visual indica que el glaciar ha crecido, pues la última primavera dejó mucha nieve y el verano no tuvo olas de calor extremas, "aunque no hay que ilusionarse, no compensará el retroceso de años anteriores".

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