Más de 50 montañeros se refugian en Góriz tras una tormenta que destrozó sus tiendas

Los guardas del refugio tuvieron que hacer frente al aluvión de personas que necesitaban resguardarse sin romper el estricto protocolo de las medidas anti-covid.

Goriz / Foto HERALDO [[[FOTOGRAFOS]]]
Se habilitó el comedor como dormitorio, distribuyendo a los grupos por convivientes, como una madre y sus hijos.
Refugio de Góriz

Los refugios de montaña han reducido su aforo por la covid pero siguen manteniendo su función, la de resguardar a quien lo necesite en caso de emergencia. Lo decía el lunes la Federación Aragonesa de Montañismo de forma casi profética, porque esa misma noche el refugio de Góriz sirvió de cobijo, a 2.200 metros de altitud, para más de 50 personas que vivaqueaban fuera y tuvieron que resguardarse en él tras una intensa tormenta. La lluvia y el viento destrozó sus tiendas y mojó sus sacos y su ropa. 

Acoger a este aluvión de gente no fue fácil, ya que había que respetar el estricto protocolo sanitario adoptado por los refugios de montaña frente al covid, con medidas como la limitación del aforo a la mitad. Sin embargo, como comentan los guardas, “en casos excepcionales, los refugios tienen que tomar medidas excepcionales, y eso es lo que hicimos”.

La tormenta descargó sobre las nueve de la noche. Los partes meteorológicos no habían avisado. La Aemet incluso se puso en contacto con el refugio posteriormente para interesarse porque no aparecía un fenómenos de tal intensidad en las previsiones. Cayeron 35 litros en apenas media hora, pero lo peor era el fuerte viento. A esa altitud están acostumbrados a ver muchas tormentas en verano, y esta no era de las habituales, cuenta el guarda Joan María Vendrell, sobre todo por el vendaval.

La gestión de la emergencia no fue fácil para los siete trabajadores de Góriz. Fuera vivaqueban numerosas personas, en torno a un centenar. Más de 50, cuyas tiendas quedaron inundadas e incluso destrozadas, se refugiaron dentro. “La gente empezó a entrar en el refugio, algunos chorreando, cuando los comedores tienen un aforo limitado de 30 plazas en este momento. Pero no íbamos a dejar entrar solo a 30 y al número 31 mandarlo a la calle. Todos estaban calados, de pies a cabeza, se habían quedado sin tienda, había incluso familias con niños. Era una situación que otro año habríamos solucionado de manera sencilla, moviendo mesas y haciendo que se colocaran todos, y que con lo del covid no era posible”.

Los guardas organizaron a los afectados para que “una mala noche como esta, no tuviera consecuencias” y no comprometiera la seguridad del refugio ante un posible contagio. “No podemos echar por tierra en un momento tanto trabajo de preparación de las medidas, pero teníamos que salvaguardar a la gente”, aclara Vendrell.

El refugio estaba lleno (el aforo es del 50%) y no se podía meter a más en las habitaciones. Había que hacer una criba. Se recomendó que quien tuviera material para dormir en buen estado saliera fuera, y prestaron sacos, mantas, esterillas e incluso las tiendas que alquilan este verano para contrarrestar la reducción de la capacidad interior. “Salieron bastante voluntarios. Hubo el caso de una familia en la que el padre se quedó fuera y la madre con tres hijos, dentro. La gente colaboró”, asegura el guarda.

A los montañeros que se quedaron dentro les ofrecieron mantas y los distribuyeron en un almacén, un pasillo y dos comedores, tratando de mantener un mínimo de distanciamiento y organizando a la gente por grupos de convivientes.

“Dejamos todas nuestras tiendas, esterillas y mantas. Todo el mundo colaboró y ayudó en todo momento y se respiró un buen ambiente a pesar de lo complicado de la situación, con la covid y la limitación de aforo. Para nosotros fue una actuación vocacional. Es en noches como esta cuando la palabra refugio coge todo su significado”, resumía Joan María Vendrell.

Góriz, en la ascensión a Monte Perdido, es el refugio de montaña más demandado en verano. Si siempre es difícil conseguir un sitio, este año, con la reducción de las plazas, todavía más, lo que ha provocado que haya más gente en el exterior vivaqueando. Para los guardas el trabajo continuó mucho después de la tormenta: había que desinfectar mantas, tiendas, esterillas, suelos y mesas con la certeza, dice el guarda, “de que si volviera ocurrir, lo volveríamos a repetir, porque un refugio siempre tiene que acudir en ayuda de un montañero cuando lo necesita”.

Y ellos lo agradecen, como demuestran los mensajes recibidos en las últimas horas. El padre de dos niños a los que se dio cobijo aquella noche ha valorado la atención recibida y se ha mostrado impresionado por la forma con la que se atendió a la gente "teniendo en cuenta la dificultad extra de mantener la distancia interpersonal". Él pertenecía a un grupo de seis personas, tres adultos y tres niños, todos familiares. Los hombres hicieron noche en la única tienda que les dio tiempo a montar y que aguantó la lluvia y el viento, y el resto se refugió dentro.  

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