Los 24 días de Blas en el centro para infectados

El primer paciente de las residencias Covid-19 relata su experiencia en Yéqueda. "No sabía ni dónde iba ni por qué", dice, "pero nunca pensé que iba a morir".

Blas Ballarín, asomado a la ventana de su habitación en la residencia de Castejón de Sos, donde sigue aislado.,
Blas Ballarín, asomado a la ventana de su habitación en la residencia de Castejón de Sos, donde sigue aislado.,
Heraldo

Llegó a Yéqueda pasadas las once de la noche del 23 de marzo. Blas Ballarín, el primer anciano que ingresó en una de las residencias habilitadas en Aragón para infectados de coronavirus, los llamados centros intermedios o centros Covid-19, entró por su propio pie, cubierto con una sábana para protegerse del frío y ascendió la rampa hacia un destino para él incierto ayudado por dos enfermeras. La fotografía de este instante, publicada en las portadas de los periódicos, era el desolador retrato de la pandemia. Casi un mes después sonríe asomado a la ventana de su habitación en la residencia de Castejón de Sos, "mi casa", a la que regresó el pasado miércoles, 24 días después. Blas es un ejemplo de que se pueden tener 84 años y superar la enfermedad.

"No he pensado en la muerte. Si llega, llegará. Un día u otro tiene que ser", cuenta este vecino de Seira, en la comarca de la Ribagorza, que pese a su edad todavía tiene coche y conduce. No recuerda el momento en que le comunicaron el positivo ni tiene la sensación de haber estado enfermo. "No me he encontrado mal". Lleva desde el 15 de marzo, cuando se confirmó su caso, encerrado entre las cuatro paredes de una habitación, salvo el traslado en ambulancia.

Ese día despertó con fiebre alta y tos. Por la tarde le hicieron el test y ya lo aislaron en su residencia. "Una noche me dijeron que me tenía que ir. No sabía dónde iba ni por qué". En Yéqueda ha permanecido asintomático, pero las pruebas seguían dando positivo, de ahí su prolongada estancia. "He estado todo el tiempo dentro de una habitación con dos camas y un baño. No podía salir. Solo andar por el cuarto. Buena parte del día estaba encima de la cama. Había un televisor, pero solo lo puse dos veces. Estaba con un compañero de mi residencia, un hombre de Chía". Este es Antonio Portaspana, que sigue en Yéqueda, también asintomático, a la espera de recibir el alta. 

Traslado a Yéqueda de ancianos contagiados a la primera residencia habilitada para estos enfermos.
Blas Ballarín, la noche que entró en la residencia de Yéqueda.
Rafael Gobantes

Pese a todo lo vivido, afirma sentirse "contento" tras su paso por este centro Covid-19. "Me han tratado muy bien. Las chicas eran muy amables, trabajadoras y limpias. Nadie se puede quejar". El estricto confinamiento ha afectado su memoria y no recuerda bien cuánto duró la estancia, "no sé si estuve, 10 o 15 días", acierta a decir. Ni ha sido consciente de lo que ocurría a su alrededor, de las muertes casi diarias en ese lugar. Su único contacto con el exterior eran las llamadas de teléfono, "de muchos amigos y compañeros", y la ventana, donde pasó horas viendo el trasiego de las ambulancias de la Cruz Roja con los traslados. Sí se ha enterado del fallecimiento de su amigo Antonio Oliva. "Estaba en mi residencia y siempre íbamos juntos a andar".

Cuando le comunicaron el alta se alegró pensando en que volvía "a casa", porque eso es para él la residencia de Castejón de Sos. "El día de antes me dijeron que a la mañana siguiente me podría ir, pero la misma tarde ya vinieron a buscarme". Las pruebas ya daban negativo. Desde su llegada el pasado miércoles, 15 de abril, no ha podido ver a sus compañeros, ni sabe cuántos han estado enfermos o han fallecido "porque casi no puedo salir de la habitación. Solo a una salita y al aseo. Será así durante una o dos semanas", ya que debe permanecer en cuarentena.

Tampoco sabe cómo se contagio, si por sus visitas periódicas al hospital de Barbastro, el contacto con alguien de la residencia a raíz del brote detectado en Laspaúles durante el Carnaval o sus continuas salidas al exterior, ya que Blas es un hombre muy activo. 

"Para proteger al resto había que llevarse a algunos", justifica Isabel Sarasa, administradora de la residencia de Castejón, donde ha habido seis trabajadoras afectadas y cinco ancianos, dos de ellos fallecidos. Una de las víctimas es María Antonia Cañivano, la otra anciana que llegó a Yéqueda con Blas para estrenar el centro de Yéqueda. "Aquella semana del 20 fue muy dura", asegura.

Ahora, para este superviviente de la epidemia ha empezado la cuenta atrás. El martes podrá salir del aislamiento, compartir charlas en la terraza con otros mayores, guardando una distancia prudencial, aunque todavía tendrá que esperar para retomar sus paseos diarios de dos horas.

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