Un mar de pañoletas verdes se mece en la despedida de las fiestas de San Lorenzo

Las peñas se congregaron ante la basílica de San Lorenzo para decir adiós al santo y a las fiestas en Huesca.

La plaza de San Lorenzo se llenó de peñistas que pusieron el colofón a las fiestas con las pañoletas en alto ante el patrón

"Adiós San Lorenzo, adiós. Las peñas ya están aquí, nosotros también sentimos que hoy la fiesta llegue a su fin". Era imposible escuchar este estribillo sin sentir un escalofrío, a pesar del calor reinante en la despedida al santo. Cada 15 de agosto las peñas y sus charangas se concentran a las 23.30 ante la basílica de San Lorenzo, en la plaza del mismo nombre, para dar su adiós a siete días de fiesta continuada en la calle.

Cientos de manos sujetaron las pañoletas verdes que durante todo este tiempo han estado anudadas al cuello para, como un pequeño mar de olas verdes, acompañar el himno laurentino creado en 1989, con música y letra de Darío Esparza y Ángel Orús. El santo salió del templo en su peana para simbolizar ese adiós, que sonó como un lamento pero también como una promesa, porque esta despedida es ya una tradición en el programa laurentino.

"Alzo a los cuatro vientos mi pañoleta, mi cuerpo está cansado, llegó el final. Canto con la voz rota porque en tu fiesta mi garganta y mi alma te quise dar". La canción, que no siempre se interpreta entera, no puede expresar mejor el sentir de los peñistas, que durante una semana han llevado la alegría a sus espaldas y en sus pies.

"Rondallas y charangas tocan con pena, ya les llegó la hora de descansar. Pero en sus corazones aún queda fuerza pa’ venir a tu puerta y todos cantar". La pena se notó en las lágrimas de muchos, pero apenas en su caminar desde la basílica hacia el Coso Bajo y los Porches de Galicia para finalizar en la plaza de Navarra, donde está el cuartel general de las asociaciones recreativas en San Lorenzo con los conciertos, los encuentros de charangas y el final de los encierros infantiles.

Ayer por la mañana, las casetas y el escenario de las peñas ya no estaban. Las vallas protegían el interior de la plaza, donde se colocó la traca. Cuando el reloj marcó las doce, el Casino se iluminó bajo una catarata de colores ante miles de personas. Después, el intenso ruido, y al final, el humo y olor a pólvora.

No se oía, pero en el silencio sonaba: "Hay un peñista triste porque recuerda momentos que ha vivido y no ha de olvidar. Risa, abrazos, amigos, calles de Huesca y sus labios aprieta para no llorar".

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