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Una escuela para seis y un pueblo para uno solo

La escuela de Paúles de Sarsa, con 6 niños, es un símbolo de la España vacía pero también un rayo de esperanza 

A las 14.15, la furgoneta de transporte espera la salida de los seis alumnos de la escuela de Paúles de Sarsa (Aínsa). Solo Miguel Cano, de 9 años, vive en este pueblo. Los demás, de entre 7 y 11 años, proceden de Samitier, Hospitaled y Mondod, en el norte de la sierra de Guara, a caballo entre las comarcas del Sobrarbe y el Somontano. Además de aula, comparten el hecho de ser los únicos niños de sus respectivos núcleos, sin más compañeros de juego que sus hermanos. No tienen piscina, pero sí pozas en el río y su campo de fútbol son los prados. Sus padres, procedentes de sitios tan dispares como París o Sidney, han elegido formar una familia en un entorno rural, algunos en pueblos deshabitados, con un estilo de vida pegado a la naturaleza.

"En Paúles de Sarsa hay siete casas habitadas, pero Miguel es el único niño", cuenta su madre, Milagros Solanilla. Ella también nació aquí. Empezó ingeniería agrícola en Huesca pero decidió regresar y trabaja en el servicio de residuos de la comarca. "A él le gusta estar libre por la calle, pero a veces se queja de que no tiene con quién jugar después del cole", algo, dice, que compensa yendo a Aínsa a extraescolares o a los campamentos de verano. Milagros no se plantea marcharse fuera cuando empiece el instituto. "Salir de aquí será mi última opción. Si necesito cualquier cosa, Aínsa está a 35 minutos".

Miguel tiene como compañeros a Adam Feather y dos parejas de hermanos: Mario y Diego Zuazo y Kellian y Aidan Fraser. A estos últimos el transporte escolar los deja en Mondot (Aínsa) en apenas 15 minutos. Su madre, Virginia, es parisina y su padre, Samuel, australiano. Trabajan como profesores de idiomas en Barbastro, a 40 minutos, un tiempo que no le parece exagerado porque "cuando vivíamos en Londres viajábamos una hora". Hace siete años que la familia reside en Mondot, donde aparte de ellos solo hay casas de vacaciones. "Los niños tienen libertad total, naturaleza, un colegio muy pequeño donde son muy felices. Sobrarbe es muy bonito y tiene mucho potencial y hay una comunidad de gente muy activa", señala Virginia Jusufi, quien lamenta que la falta de trabajo y vivienda haya impedido a otras familias asentarse.

"Buscamos otro estilo de vida"

La siguiente parada del transporte escolar deja a Mario y Diego en Hospitaled (Bárcabo). No hay más niños, son los únicos en todo el municipio. "No me gustaría vivir en otro lugar. Pero cuando sea mayor, creo que no me quedaré", dice Mario. Sus padres, Iñaki y Celina, él de Zaragoza y ella francesa, llegaron hace 13 años a este núcleo deshabitado, con seis casas más pero sin otros residentes habituales. Hablan también de los problemas para conseguir una casa, que experimentaron en carne propia, y de que llega mucha gente preguntando si hay viviendas de alquiler.

"Con 20 años, aborrecido, me fui de Zaragoza a vivir a Eripol (otro núcleo cercano), a probar suerte. Hay gente que no entiende que vivamos solos, pero nosotros no somos de tiendas ni de bares… Estamos mejor aquí. No añoramos un pueblo grande o una ciudad. Tener que coger el coche es el precio a pagar a cambio de la tranquilidad", explica Iñaki Zuazo. Los niños no echan nada de menos, "es lo que han conocido". Él era albañil y lo pasó mal con la crisis pero ahora trabaja en el Ayuntamiento de Boltaña.

A Adam lo va a recoger su madre, Rose Mary Greene, escocesa. Su padre, Tim, es inglés. Viven en Samitier (La Fueva) y él y su hermano también están solos en el pueblo, donde llevan 8 años. "Vinimos para escapar de la ciudad, buscando otro estilo de vida. Es el que hemos elegido. No es fácil encontrar casa porque hay mucho turismo y para construir una nueva la normativa es muy restrictiva". Rose Mary es arquitecta y pudo comprar un terreno y hacer su propia vivienda, ecológica y autosuficiente.

El mercado inmobiliario es lo que ahora amenaza la supervivencia de la escuela de Paules de Sarsa, que ha pasado por tiempos mejores. José María Santos, el director, tenía cinco alumnos cuando llegó hace 20 años, y no pensaba que aguantase más de dos o tres. Pero se establecieron algunas familias en los 13 pueblos de su circunscripción, casi todas extranjeras, y llegó a tener 14 alumnos. "Querían algo que hay gente que no entiende: vivir en un pueblo con poca gente y mucho espacio libre", señala Santos.

La crisis interrumpió este flujo. Hace siete años que no nace ningún niño y la escuela tiene fecha de caducidad, dos cursos, porque los seis alumnos se irán yendo al instituto. “Tenemos un problema, que no hay viviendas de alquiler. Tampoco hay trabajo en las cercanías. Cada administración tendrá que poner las medidas oportunas”, dice el director, que ha pedido a los ayuntamientos que hagan algo. Bárcabo y Aínsa han ofrecido ayudas de hasta 750 euros al año (para arrendatarios e inquilinos) que animen el mercado de la vivienda en los pueblos del entorno de la escuela. "A veces estoy en el recreo y veo parejas jóvenes que paran y preguntan. Lo dramático sería que nadie quisiera venir a vivir aquí, pero no es verdad", afirma.

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