Aragón, pueblo a pueblo

La industriosa Santaliestra lucha por reinventarse

Nudo de comunicaciones entre el alto y bajo valle del Ésera y Ribagorza, Tierrantona y Sobrarbe, tuvo una notable importancia económica y social hasta bien entrado el siglo XX.

Santaliestra es la cabeza de un extenso término municipal que comparte con el contiguo barrio de San Quílez, el núcleo de Caballera, ahora en proceso de recuperación poblacional, las aldeas deshabitadas de La Corona, Laseras y La Plana y los caseríos de Castelblanc, Oliniás y Viu. El pueblo que le da nombre se encuentra al pie de la carretera A-139 –la Barbastro-Benasque–, a orillas del Ésera y en el tramo medio de este río que condiciona su estructura geológica y marca su paisaje, rodeado de escarpadas paredes labradas en la marga eocena que permiten tímidas bancadas de tierras de labor.

El caserío, estructurado en un par de calles paralelas a la corriente fluvial, se apiña entre los barrancos de San Martín y de Caballera y vigila las ricas huertas dejadas por el Ésera en su ensanchamiento tras la cerrada de San Martín. Un río que hasta fechas no muy lejanas alimentaba los molinos de trigo y oliva que hicieron famoso al pueblo en la zona, y que ahora alienta un par de proyectos de turismo de naturaleza.

Lejos quedan, no obstante, los tiempos en que ésta era una activa localidad de servicios. “Santaliestra llegó a contar con más de 500 habitantes y había aquí fábrica de harinas –La Flor del Ésera–, había un par de molinos, salto eléctrico, tres carnicerías, tres tiendas –una con estanco–, dos panaderías, dos barberos, herrería, fonda y establecimiento de comidas…, pero ya queda poco de eso; ahora baja el panadero de Campo, suben algunos camiones de venta ambulante y nos viene una vez a la semana el médico y la asistenta social", comenta Vicente Vilas, hotelero jubilado y promotor de distintas iniciativas agrícolas que están funcionando muy bien.

Tan bien como funcionó su prestigioso Hotel del Ésera, que ahora, con la dirección de José Luis Mur, sigue manteniendo su poder de convocatoria gracias a una excelente cocina y a la especial relación con la trufa que hace de este establecimiento una referencia de primer orden para los gastrónomos. “Viene mucha gente de paso, pero también tenemos una clientela fiel", comenta el cocinero, que admite que los platos con trufa como los patés, los micuits o la famosa tortilla trufada son “sagrados" en la carta.

El hotel y restaurante y los dos negocios de ‘rafting’ son la cara de la economía local, complementada por la horticultura de primor, los frutales, la truficultura y la ganadería. La cruz la refleja esa migración –común a todo el mundo rural de la España interior y que ya empiezan a padecer pequeñas y medianas ciudades– de los jóvenes. Aún siendo consciente de la generalización, para Luisa Espuña es una circunstancia “muy triste", especialmente en invierno, cuando la soledad atenaza a unos vecinos cada vez más mayores.

Aún así, Vicente reconoce que él no cambiaría “por nada" su residencia en Santaliestra. “De joven estuve viviendo en Lérida y en Barcelona, pero no lo echo de menos en absoluto, aquí se vive muy bien", sostiene. Y más desde que Santaliestra consiguió parar el proyecto de un pantano en su término municipal, en un movimiento vecinal que hizo de sus gentes un símbolo en la lucha contra una política hidráulica diseñada de espaldas a los afectados.

El río condiciona el clima de la localidad. Los efectos beneficiosos de la corriente hídrica y la salvaguarda que permiten las montañas circundantes permiten que Santaliestra tenga inviernos benignos y veranos cuyos calores se ven en cierta medida paliados por la presencia del Ésera. Ello permite que la agricultura, tradicional fuente de riqueza –junto con el ganado– de la localidad, se haya especializado en la producción de especies frutales y hortofrutícolas: cerezas, almendras y judías verdes. En el huerto trabaja principalmente Ángel Custodio produciendo tomates, judías verdes, patatas o pimientos, que tienen buena salida en los comercios de las localidades próximas. Ángel y su mujer, Pilar, se muestran ilusionados con la vivacidad de su nieto Samuel, que se queda con ellos mientras su hija baja a la cercana Graus a trabajar y su yerno hace lo propio hacia el valle de Lierp. “Entre semana, escasamente llegamos al medio centenar de vecinos y de éstos, muchos están todo el día fuera por trabajo, como nuestros jóvenes, pero los fines de semana esto se anima mucho", comentan al alimón Pilar y un Ángel quien sentencia que si volviera a nacer, no querría otra cosa que quedarse aquí.

Samuel marchará el próximo curso a la escuela de Graus, donde acude desde hace varios años Jara, hija de Pedro Aventín. “Somos conscientes de que cuando salen de casa ya no vuelven, y sentimentalmente es una circunstancia dura", reflexiona Pedro sobre un sistema educativo –y de vida– que desarraiga a los jóvenes y acelera la despoblación de los núcleos rurales mientras se pregunta si no nos estamos equivocando como sociedad “con este modelo de desarrollo deshumanizado que, además, no garantiza el futuro empleo de nuestros hijos".

La más que notable (y desconocida) profusión local de auténticas joyas del románico

Además de los edificios más relevantes del casco urbano, las estructuras arquitectónicas con una mayor singularidad del legado patrimonial son las iglesias románicas que atesora el término municipal de Santaliestra. Sobre una pequeña colina, junto a los restos de un antiguo castro defensivo –a un kilómetro de la localidad– se encuentra la iglesia de La Piedad. Es un excelente ejemplar de románico popular del siglo XII, de nave única, con bóveda de cañón terminada en ábside semicircular con cuarto de esfera. Adosada al muro sur del presbiterio se levanta desde el suelo una original espadaña. En dirección este, y en una terraza sobre el Ésera, está el núcleo de La Corona en el que destaca su pequeña iglesia dedicada a Santiago, de raíz románica popular. El núcleo de Caballera conserva excelentes muestras de arquitectura civil. Especial interés merecen las ruinas consolidadas del monasterio de San Martín, que se encuentra a unos 45 minutos de camino. Donado por Sancho Ramírez a la sede de Roda de Isábena, cuenta con una iglesia románica del siglo XI de excelente factura constructiva.

Trufas y cerezas, las joyas que prestigian y singularizan la agricultura local

Recuerda Vicente Vilas que su padre fue el primer ribagorzano que empezó a comercializar la abundante y prestigiada trufa local, gestión ésta que hasta entonces era coto de mayoristas catalanes y levantinos. "Aquí las cogíamos, pero no sabíamos dónde llevarlas hasta que, en los años sesenta, mi padre se enteró de los entresijos del mercado y empezó en la compraventa, ocupación que yo he seguido", apunta comentando que en su casa ha habido trufas "toda la vida". No obstante, la situación ha cambiado el último medio siglo; estas tierras eran las principales productoras de trufa salvaje de España y, prácticamente, de Europa. "Las truferas han ido desapareciendo, entre otras causas por el emboscamiento del monte, pero ha cobrado fuerza la truficultura a la que nos hemos sumado varios vecinos de Santaliestra", comenta Vicente. Es también uno de los mayores referentes de otro producto estrella de la localidad: las cerezas, que se cultivan en cada vez más fajas y bancales del entorno. Vicente explica que los cultivadores siguen produciendo la cereza clásica de la zona, muy dulce y apreciada, pero que están introduciendo variedades más modernas "para ampliar mercados y alargar la temporada".

En datos

Comarca: Ribagorza.

Población: 91.

Distancia a Huesca, su capital de provincia: 95 km.

Los imprescindibles

Casa Blasco

El más destacado ejemplo de arquitectura civil de la localidad, con puerta en arco de medio punto moldurado y escudo de los Mur, con una edificación contigua unida por un paso cubierto sobre arco escarzano. Origen: siglo XVI.

Los senderos

Históricamente, la localidad fue nudo de comunicaciones entre el norte y el sur de la comarca y para el acceso al vecino Sobrarbe. La red de senderos conservados hace ahora las delicias de caminantes y excursionistas.

Hotel-restaurante Ésera

El más destacado ejemplo de arquitectura civil de la localidad, con puerta en arco de medio punto moldurado y escudo de los Mur, con una edificación contigua unida por un paso cubierto sobre arco escarzano. Origen: siglo XVI.

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