José Ramón Marcuello: "Mi ídolo sigue siendo Natalie Wood"

Periodista y escritor jaqués, especializado en temas hidráulicos.  Premio Pignatelli en 1991 y Medalla de Oro de la Ciudad de Zaragoza en 2001. Ha trabajado en multitud de medios de comunicación. En la actualidad colabora en Aragón Radio y Aragón TV.

Marcuello con 10 años a lomos de 'Platerico' con sus hermanas Menchu y Maria Jesús
José Ramón Marcuello: "Mi ídolo sigue siendo Natalie Wood"

¿Qué le hizo reír por primera vez?

Los garrotazos que le metía Gorgorito a la bruja Piruja en el guiñol que venía a Jaca para Santa Orosia.

¿Y qué le hizo llorar?

Durante toda mi infancia, el primer día de colegio.

¿Qué era en el patio del colegio?

Uno más entre todos. Nunca me sentí distinto en ningún sentido.

¿Recibió algún castigo que le dejara huella?

La violencia casi continua y gratuita por parte de los curas escolapios: eso fue siempre lo peor de sobrellevar.

¿Qué es lo que más le gustaba hacer cuando no estudiaba?

Estar y ocupar, poseer la calle. La mía fue una infancia sin coches ni televisión y la calle era nuestra patria comunal extramuros del colegio y de la casa paterna.

¿Qué es lo que más y lo que menos le gustaba de Jaca?

Lo que más, la calle, las ferias de ganado y el río al llegar el buen tiempo. Y lo que menos, los ejercicios espirituales y el confesionario del colegio.

¿Cuál es el episodio de su infancia que con más frecuencia vuelve a su memoria?

Dos, uno bueno y otro malo. El bueno, las caricias de una monja, la madre Carmelita, en la sacristía del colegio del Carmen. Y el malo, el mazazo que supuso enterarnos de golpe que un camión acababa de matar a un compañerico nuestro de Escolapios cuando venía hacia el colegio.

¿Tenía mucha conciencia política?

Hasta llegar al instituto, creo que ninguna. Pero sí recuerdo el coraje que me producía ver cómo los curas del colegio maltrataban, de palabra y de obra, a los fámulos.

¿Qué imagen tenía de Franco?

En mi casa nunca se hablaba de Franco. Yo tenía su imagen en la retina por las monedas y los sellos. En la etapa del bachillerato supe que mi madre, al acostarnos, se encerraba en la cocina, se tapaba la cabeza con una manta y escuchaba, a trancas y barrancas, Radio España Independiente, la Pirenaica.

¿Era alguien muy religioso?

Tibio tirando a frío. De hecho, en cuanto me fui de Escolapios tras el bachiller elemental y la reválida de cuarto, dejé de ir a misa.

¿De qué modo le hizo sufrir la sensación de culpa?

Creo que, como para todos los de mi generación, la ‘bestia negra’ de nuestras conciencias era el maldito Sexto Mandamiento. La represión sexual de nuestra infancia y adolescencia fue brutal y eso, al atravesar el obligado filtro del confesionario, se convertía en una auténtica pesadilla al menos hasta superar los 14 años. Luego ya, esas cosas se fueron superando poco a poco, felizmente.

¿Vivió algún episodio que retrate el clima moral de la época?

Nací y viví frente por frente a la catedral y por eso supe pronto dos cosas tremendas de aquella sociedad: las chicas que se casaban ‘de penalti’ lo hacían a las siete de la mañana y sin invitados. Y otra más terrible es que a los que se suicidaban no se les hacía funeral y, además, eran enterrados en el cementerio civil, anexo pero extramuros del católico. Y de críos, todos sabíamos dónde estaba el prostíbulo al que acudían los soldados de la guarnición, pero nunca se hablaba de eso en público. Y menos, en casa.

¿Cuál fue su primer contacto con la muerte?

El atropello mortal del compañero de los Escolapios y, de otra parte, los frecuentes suicidios en aquellos años, casi todos ellos por ahorcamiento. La primera muerte familiar que recuerdo es la de mi abuela materna, cuando yo tenía seis años. Pero lo que recuerdo con más nitidez es el fastidio que me produjo que se fuera a morir la víspera del Día de Reyes. Y ese año me quedé sin regalos.

¿Cómo ganó su primer dinero?

Dando clases particulares. Y recuerdo que lo primero que hice fue comprarme el ‘Arias Paz’, un estupendo manual de mecánica del automóvil porque entonces quería ser ingeniero o, al menos, mecánico de coches.

¿Cuál fue la primera estrella de cine que le fascinó?

Pues como a casi todos los críos de mi edad, la almibarada Romy Schneider de ‘Sissi emperatriz’, rápidamente sustituida por la Audrey Hepburn de ‘Vacaciones en Roma’ y por la Ingrid Bergman de ‘Casablanca’. Pero mi ídolo fue siempre Natalie Wood. Y lo sigue siendo.

¿Cuál fue su primera chica inolvidable?

Una chica de mi edad, a la que conocí en el instituto y a la que he querido siempre y que aún quiero… pese a hacer ya unos años que murió.

¿Cuál fue la primera canción que memorizó?

La canción del ‘Cola-Cao’ que escuchaba en la radio. Aún la recuerdo.

¿Cuál fue su relación con el fútbol, los toros o la radio?

En mi infancia en Jaca, todos éramos del Atlético de Bilbao. Y coleccionábamos cromos y cajas de cerillas. Hacíamos chapas con la cara de los futbolistas que salían en las tabletas de chocolate ‘Cima’ de ‘Juan Lacasa’. Nunca fui aficionado a los toros a pesar de ser pariente político lejano de Manolete o de ser hijo de un buen aficionado. Me gusta el lenguaje y el argot taurinos, aunque no la crueldad que rodea la llamada ‘fiesta nacional’. No concibo que eso sea considerado ‘cultura’

¿Qué libros o películas le deslumbraron?

Por encima de todo lo imaginable, ‘Cien años de soledad’ (de hecho Gabo es culpable de que mi hija se llame Amaranta). Y la segunda gran novela de mi vida, ‘Camí de sirga’, de Jesús Moncada. De mis películas preferidas, de mi infancia ‘Marcelino pan y vino’ y ‘Capitanes intrépidos’ y de mi primera juventud ‘Amacord’ de Fellini y ‘Doctor Zhivago’.

De todo lo que le enseñaron sus padres ¿qué recuerda con más fuerza?

El sentido de familia, el significado de la sangre y del apellido, de la ‘casa’. Fui educado en el afecto mutuo y en el respeto a todos. Pero siento que conmigo se cierra todo un proceso, una forma de ver la vida y la familia.

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