Iratxe Bolaños: "A la gente que vive en los pueblos se les ha quitado la voz"

Nació en Bilbao, pero vive en un pueblo de Soria. Participó como ponente en el II Congreso Nacional de la Despoblación celebrado en Huesca.

Iratxe Bolaños es psicóloga, 'coach' y formadora.
Iratxe Bolaños es psicóloga, 'coach' y formadora.
Rafael Gobantes

¿Qué es una psicóloga rural?

Yo soy psicóloga clínica pero no me dedico a ello. Lo que hago es un programa de psicología comunitaria (según anuncia en su web, facilita la felicidad rural como forma de repoblación). Vivo en Lubia, un pueblo de Soria, y ahora estoy trabajando en Valencia con asociaciones vecinales para ayudarles a afrontar problemas como la despoblación, para que ellos mismos generen sus propias soluciones.

¿Quiere decir que anima a la gente de los pueblos a que se sientan importante?

Es que se les ha quitado la voz, cuando son ellos los que conocen las soluciones. Tradicionalmente se ha pensado que la gente de pueblo era inculta, que el que no valía para estudiar no salía de allí. Además, es gente mayor, a la que nunca queremos escuchar. Ellos han asumido que son más ignorantes y no se atreven a hablar. Yo hablo de su dignidad, y de una autoestima que actualmente sigue estando vulnerada.

Usted es psicóloga, ¿deprime vivir en un pueblo?

No, rotundamente. No hay que establecer una patología clínica. Hay un sentimiento como grupo, no como persona, de indefensión aprendida. No vayamos a poner otro estigma.

¿Ha hecho mucho daño la figura del paleto?

Muchísimo. En una sesión que hice puse ‘La ciudad no es para mí’ y ‘Qué invento es el turismo’. Todos nos reíamos porque era humor, pero sigue existiendo esa idea de que el paleto es el hombre que viene del pueblo y que no se entera. Les hice ver que justamente es lo contrario: a Paco Martínez Soria lo tomaban por tonto, pero al final era el que viajaba a la ciudad y daba solución a los problemas de sus hijos. Me gustaría que esta figura de sabiduría popular se siguiera manteniendo, no la podemos perder.

¿Cree que subsiste la idea de que en los pueblos se quedan los que no tienen otra opción?

Yo he vivido en Italia y en Inglaterra, y nadie me dijo que estaba loca cuando me fui allí. Pero cuando comenté a mi familia y a mis amigos que me iba a un pueblo donde de normal vivimos 25 personas, les pareció que daba un paso atrás. Mi abuela se esforzó mucho por llevar a mi madre a Bilbao, y de repente su nieta, la que tiene estudios y un buen trabajo en Valladolid, fijo, estable… decide irse a un pueblo.

¿Y por qué tomó usted esta decisión?

Trabajaba en Valladolid y llegó un momento en que el estrés me consumía. Mi pareja estaba en Soria y decidí irme allí, convencida de que no quería volver a trabajar tantas horas ni residir en una ciudad.

¿Quién se va ahora a los pueblos?

Hay otro estereotipo aparte del de paleto rural, y es el del neorrural. No somos ni antisistema ni hippies, ni gente que busca una utopía. El que decide irse y pasar con el huerto y las gallinas, dura tres meses. Pero algunos buscamos tranquilidad, estar en el campo y tener tiempo. Y para eso es necesario internet, porque si no, no podemos trabajar. Todo depende de en qué basas tu ocio. Si lo que más te gusta es ir a un centro comercial, al cine o a la Gran Vía de Madrid, no vas a estar bien en un pueblo. No es cuestión de forzar a la gente. Además, dejemos de pensar que en el pueblo las cosas son más baratas, no es cierto. Estará bien en un pueblo aquel al que le guste pasear por el monte.

¿Ve jóvenes que retornan al medio rural?

Cada vez más, y también padres de familia que quieren ese estilo de vida para sus hijos porque lo consideran más saludable.

Entonces, ¿ahora está más prestigiado?

Está más idealizado. La gente se imagina un mundo que tampoco es real. Hay mucho desconocimiento. Se valoran las imágenes del turismo rural, pero detrás hay otra vida escondida, de familiaridad, de solidaridad, de vecindad, de comunidad, que se ha perdido en la ciudad, y eso sí tiene repercusiones psicológicas en el mundo urbano. A mí me cuesta explicar que tengo la puerta de mi casa abierta.

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