Isaac Revah: "Radigales se enfrentó al gobierno de Franco para salvarnos a los judíos de Salónica"

Isaac Revah, uno de los judíos a los que salvó el cónsul Romero Radigales y que viajó a Graus para rendirle homenaje, cuenta cómo fueron aquellos largos meses de 1943.

Isaac Revah era un niño cuando las tropas de Hitler entraron en Grecia y comenzaron la deportación de judíos. Su familia, sefardí de nacionalidad española, vivía en Salónica. Estaba destinado a acabar en Auschwitz pero el diplomático Sebastián Romero Radigales (1884-1970), nacido en Graus, le salvó la vida (a él y a otros 646 judíos), enfrentándose con las propias autoridades franquistas. Revah, de 82 años, es miembro de la asociación judeo-española de París ‘Aquí estamos’ y de un comité que quiere hacer un memorial en recuerdo de los 5.500 judíos españoles deportados a Francia. Geofísico de profesión, asistió el pasado 25 de abril al homenaje que Graus rindió a Romero Radigales, inaugurando una plaza que lleva su nombre, junto a la nieta del cónsul, Elena Colitto-Castelli.

Gracias a la investigación emprendida por usted, Romero Radigales recibió el título de Justo entre las Naciones, la mayor distinción de Israel a no judíos o extranjeros. Solo tenía 9 años cuando ocurrió. ¿Qué recuerda?

Durante la II Guerra Mundial vivíamos en Salónica y pertenecíamos a un grupo de judíos de nacionalidad española. Cuando ocuparon la ciudad en 1943, 47.000 judíos griegos fueron deportados a Auschwitz. Nuestro grupo no fue sometido a las medidas antijudías porque teníamos la nacionalidad de un país neutral y en ciertos periodos amigo de los alemanes. Pero los alemanes pedían nuestra repatriación. España era contraria y, sin embargo, tampoco tenía la intención de abrirnos sus fronteras. Radigales, que llegó a Atenas en abril de 1943 como cónsul general, empezó a preocuparse por nosotros, tratando de convencer a los alemanes de no deportarnos y a su ministro de Asuntos Exteriores, Gómez-Jordana, de que nos diera el visado para ir a España.

¿El cónsul llegó a enfrentarse a su propio Gobierno?

Él negoció con unos y otros, pero no los convenció. En julio de 1943 nos deportaron al campo de Bergen-Belsen (Alemania) y si no nos repatriaban a España, acabaríamos en Auschwitz. El cónsul no podía soportar eso. Advirtió a su gobierno de que si nos ocurría algo, cuando los aliados ganaran la guerra tomarían acciones. España no se guiaba por una preocupación humanitaria. En realidad Franco y su ministro de Asuntos Exteriores, al ver que la situación militar era favorable a los aliados, decidió tratarnos con consideración.

¿Cómo fue la vida en ese campo de concentración?

El viaje duró 12 días, en condiciones muy difíciles, en vagones de ganado con 60 u 80 personas, durmiendo en el suelo, con poca comida, y malas condiciones higiénicas. Un agujero cerca de la puerta hacía de aseo.

Nos quedamos en Bergen-Belsen seis meses. Como éramos españoles, nos separaron de los judíos griegos que habían viajado con nosotros y nos alojaron con los deportados políticos que querían repatriar e intercambiar por alemanes residentes en territorios aliados. Sobrevivimos en condiciones menos crueles: los adultos no estaban obligados a trabajos forzados, no llevábamos el traje de deportados y no nos tatuaron el número en el brazo. Estábamos aislados para evitar que pudiéramos dar testimonio de los actos de barbarie.

¿Pero usted era consciente del trato que les daban a los otros deportados?

Con 9 años no era consciente, pero sí mis padres. Detrás de las alambradas veíamos a los griegos trabajar, caerse cuando estaban cansados o enfermos. Sospechaba que había una hostilidad a nuestro alrededor.

¿Cómo llegaron finalmente a España?

Mientras estábamos en Bergen-Belsen, Radigales siguió insistiendo para liberarnos. Finalmente, en noviembre de 1943, España aceptó la repatriación. Gracias a él salimos sin que los alemanes nos tocaran. Era una situación inimaginable: de un lado, teníamos a los alemanes que exterminaban a los judíos en Auschwitz y de otro, a España que rechazaba acogernos.

En febrero de 1944 viajamos a Barcelona. Atravesamos Alemania y Francia en plena guerra. La frontera de Port-Bou ha quedado en mi conciencia como el lugar de mi segundo nacimiento, me devolvió a la normalidad. Aún recuerdo que nos dieron a comer un plátano, lo primero normal que probaba desde hacía tiempo. Barcelona fue para nosotros un paraíso. Pero Franco no nos quería allí, nos había acogido solo por tres meses. Nos enviaron a un campo americano al lado de Casablanca (Marruecos). Al final de ese año, la guerra acabo en Grecia. Ofrecieron a mi padre volver a Salónica pero decidió ir a Palestina y luego nos marchamos a Francia.

¿Conoció al cónsul?

Nunca lo vi, pero he trabajado para contar lo que hizo. Escribí un testimonio para que le dieran el título de Justo entre las Naciones, pero me dijeron que no había demostrado que actuó en contra de sus autoridades. Entonces preparé otro. El centro Sefarat de Madrid me ayudó a conseguir los telegramas intercambiados con su ministro entre abril y noviembre de 1943. El ministro le decía que no trabajara más para los judíos. El embajador le escribió a Gómez-Jordana para decirle que el cónsul pedía con urgencia un barco para repatriar a los judíos por mar, un medio más seguro. La respuesta fue que debía mantener una actitud "pasiva" y "abstenerse de cualquier iniciativa personal". En este tono hubo diez telegramas que demuestran que actuó contra las instrucciones de sus jefes, del gobierno de Franco, para salvarnos. Mi segundo testimonio sí sirvió para nombrarle Justo entre las Naciones.

El se jugó su carrera diplomática y no sé si algo más. De no haber sido por sus gestiones, ¿qué hubiera pasado con ustedes?

Nos hubieran deportado a Polonia para exterminarnos.

¿Su trabajo en los últimos años ha estado motivado por que se sentía en deuda con el cónsul?

Sí. Estaba extrañado de que nadie del grupo, los adultos, tratara de hacer lo que yo hice cuando tenía 74 años, en 2008. Fui deportado por los nazis pero no sufrí tanto como otros judíos de Grecia. Soy un superviviente gracias a mi nacionalidad española. Yo debo mi vida al cónsul y a España.

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