Los psiquiatras discrepan sobre la enfermedad mental que sufre el acusado del crimen de Benabarre

Algunos peritos dan validez a sus alucinaciones sobre el demonio pero otros creen que se trata de una simulación.

El acusado (con pelo largo y esposado) –a la izquierda– junto su abogado.
El acusado (con pelo largo y esposado) –a la izquierda– junto su abogado.
Rafael Gobantes

El acusado por el crimen de Benabarre es una persona automarginada de la sociedad, apática, solitaria, emocionalmente fría y sin empatía. Pasaba días enteros en su habitación, no tenía amigos, su círculo social se circunscribía a una familia con cuatro hermanos con discapacidad mental reconocida y su coeficiente intelectual raya con el retraso mental. Es el perfil de Antonio Belmonte trazado por los cuatro equipos psiquiátricos que declararon ayer, en la segunda sesión del juicio con jurado por asesinato. Los peritos coincidieron en que padece un trastorno de personalidad muy grave y aconsejaron su reclusión en un psiquiátrico penitenciario, la cárcel no sería un lugar apropiado para él. Sin embargo, discrepan en el diagnóstico y en su grado de conciencia cuando el 31 de marzo de 2013, con 19 años, golpeó mortalmente con una piedra a Consuelo Roy, de 52, en la escombrera de Benabarre.


Ni siquiera los especialistas del Instituto de Medicina Legal de Aragón (IMLA) se ponen de acuerdo. Eduardo Cantón, jefe de Psiquiatría Forense, habló de un trastorno esquizoide. Según su parecer, el día de autos no tuvo un brote psicótico que lo hiciera inimputable, pues se preocupó de esconder el arma homicida y el cadáver. "Sabía lo que hacía y pudo evitarlo", señaló. "Cuando uno ve al diablo le da lo mismo si lo pillan", aclaró respecto a las alucinaciones del acusado, quien dijo ver en la víctima a "un demonio ensangrentado".

"Síntomas simulados"

Según psicólogas del IMLA, eran "síntomas simulados", pues las referencias al demonio no aparecieron en su relato hasta meses después de las primeras entrevistas con los peritos. "Él nos dijo que había sido aconsejado para hablar de demonios", corroboró el jefe de Psiquiatría Forense.


Este experto mostró una "discrepancia absoluta" con el informe de su colega Teresa Roca, junto a la que declaró. Ella sí apoya la inimputabilidad de Belmonte. El crimen fue "inesperado" e "inmotivado", indicó, acción de "un psicótico", que ocultó pruebas "porque tienen conciencia de que se trata de un hecho punible para la sociedad".


Los otros dos equipos de psiquiatras, uno propuesto por el abogado de la acusación particular y otro por la defensa, también discreparon. De parte del primero, Miguel Ángel de Uña declaró que la conducta en el crimen no coincide con un brote psicótico, no apreciado en el hospital Miguel Servet cuando lo trataron durante 11 días, tras la detención. Lo considera un paciente peligroso "para él mismo y para los demás", temeroso de repetir su acción y con una "sexualidad perversa" (solo ha mantenido relaciones zoofílicas). Según le explicó el joven, volvió a ver el cadáver y le tocó el pecho.


Sin embargo, para el equipo pericial de la defensa, Belmonte sufre una esquizofrenia paranoide iniciada en la adolescencia con vivencias delirantes. "Desde los 12 años tiene la conciencia de ser un ente no humano con capacidad para escuchar, ver y obedecer a demonios ensangrentados", declaró Ricardo Campos, profesor de Psiquiatría en la Facultad de Medicina. Los percibió en Consuelo Roy y los ve en sus compañeros y vigilantes de prisión. No cree que exista simulación y sí una voluntad mermada por una crisis psicótica en el momento del crimen.

Las dos familias

Ante el jurado también comparecieron el jefe del parque de bomberos de Benabarre, quien vio al acusado esa tarde ir a la escombrera; y un hortelano de la zona. La lista de testigos incluyó a los padres del joven y a dos trabajadoras sociales. Estas atendieron a los Belmonte, una familia desestructurada, desde su llegada a Benabarre en 1999. Reconocieron una sensación de fracaso porque nunca lograron integrarlos en el pueblo.


Además, comparecieron los tres hermanos de la víctima, uno de los cuales encontró el cuerpo. Se refirieron a la activa participación de Consuelo Roy en la vida cultural y social de la localidad y a su afición por la fotografía (el día del crimen fue a la escombrera a fotografiar un árbol). Su asesinato, dijeron, "ha destrozado" a la familia, a los padres, ya ancianos, pero también a sus sobrinos. Pidieron "justicia" y que caiga sobre Belmonte "todo el peso de la ley".

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