Una tabla de Riglos convive con Goya en la National Gallery de Londres

La pinacoteca conserva en sus fondos desde 1929 el ático de un retablo gótico que salió de Huesca a principios del siglo pasado.

'La Crucifixión', del retablo del siglo XV que salió de la ermita de San Martín de Riglos.
'La Crucifixión', del retablo del siglo XV que salió de la ermita de San Martín de Riglos.
© The National Gallery, Londres

La National Gallery de Londres es foco de atención durante estos meses para el mundo del arte por la reciente inauguración de 'Goya: The Portraits', la gran exposición del otoño europeo. La mayor compilación de retratos del de Fuendetodos jamás reunida - 70 de los 150 que pintó-, que cuenta con el autorretrato de juventud prestado por el Museo Goya Colección Ibercaja y los del duque de San Carlos y del infante Luis María de Borbón y las miniaturas de Javier Goya y Gumersinda Goicoechea, del Museo de Zaragoza.


Pero este no es el único arte con sello aragonés que acoge el corazón de Trafalgar Square. En el fondo de sus almacenes, desde 1929, duerme una tabla procedente de un retablo gótico del siglo XV que salió de la ermita de San Martín de Riglos a principios del siglo pasado. Una de esas historias azarosas del expolio sobre el patrimonio histórico-artístico español de las primeras décadas del siglo XIX que traza un viaje por la Europa convulsa de las guerras mundiales, y muestra de cómo un activo artístico puede quedar inerme en los fondos de un museo si no en engarza en su relato expositivo.


Esta Crucifixión encontró acomodo en la pinacoteca londinense al ser donada por el brillante diplomático y coleccionista inglés Sir Ronald Storrs, que la había adquirido a los Satori, marchantes judíos de Viena. Eran décadas de apogeo del mercado del arte, en las que se desplegó toda una red de anticuarios, chamarileros y ojeadores del territorio para satisfacer los deseos de aristócratas y acaudalados ansiosos de engrandecer sus corpus artísticos. Se codiciaban las piezas de calidad, que pasaban de mano en mano atravesando fronteras. Este ático recaló en Inglaterra, pero el resto de las tablas hermanas acabaron disgregándose entre Barcelona, Bolonia (Italia), Philadelphia y California, donde se encuentran a día de hoy.


La tabla de Londres presenta una composición enigmática y conmovedora. "Es una pieza relevante porque permite entender la transición entre los periodos del estilo gótico en la pintura aragonesa, ya que es una Crucifixión más elaborada y compleja que los modelos usados hasta el momento", explica el historiador del arte Luis Miguel Ortego. El retablo es obra del denominado Maestro de Riglos -Blasco de Grañén-, si bien algunos autores abogan por que esta tabla sería una colaboración entre artistas, ya que ven en la ejecución la mano de Pedro García de Benabarre, que se formó en el taller de Grañén.

A la vista la próxima primavera


La donación de Sir Ronald Storrs no encajó con el resto de los fondos de la National Gallery, y en su dilatada estancia apenas se ha expuesto en una institución que, en la adquisición de sus fondos, puso el énfasis en la pintura medieval y renacentista italiana y en los movimiento de finales del siglo XIX y principios del XX. 'La venus del espejo', de Velázquez, y tres retratos de Goya son el exponente español de su colección permanente. "No hay planes de que se exhiba", explican desde la National Galley, y dado que no se puede apreciar en las paredes de sus galerías tampoco ha podido ser difundida en los programas educativos del museo, donde apuntan que sí puede verse solicitándolo previamente. Sin embargo, saldrá del letargo la próxima primavera para formar parte de un ciclo educativo que prepara el prestigioso Courtauld Institute of Art de Londres.


Ya había salido del museo en una ocasión en los años 60, al ser prestada para formar parte de una muestra de arte español en el Bowes Museum, en la ciudad inglesa de Barnard Castle. Pero antes tuvo otra salida más azarosa: la operación de salvaguarda del patrimonio durante las guerras mundiales, otro de los grandes flancos a los que tuvieron que enfrentarse las naciones de la contiendas.


En la primera Guerra Mundial se había recurrido a ocultar los cuadros del museo en estaciones de metro, pero el desarrollo de las fuerzas de los bombarderos hicieron más temerosos a los consejeros de la National Gallery, que llevaron la cuestión hasta el despacho del propio Churchill, quién dio una consigna clara: ninguna pintura debía abandonar la isla. La solución final pasó por un complejo plan de evacuación, que llevó a trasladar todas las obras de arte, incluida la tabla de Riglos, hasta una remota mina de pizarra en el norte de Gales, donde las galería excavadas en la roca se convirtieron en un museo subterráneo hasta el fin del conflicto.

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