ZONA VERDE

La roja e inolvidable paleta otoñal del cerezo silvestre

En este momento del año las hojas caducas de este árbol, diferente a la variedad frutal, dan las más ardientes pinceladas de color en los valles del Pirineo. Lo podemos ver en Yésero, Tramacastilla o San Juan de Plan.

El paisaje otoñal de los bosques altoaragoneses cuenta durante estas fechas con el particular color de este árbol asilvestrado.
La roja e inolvidable paleta otoñal del cerezo silvestre
E. V. C.

La llegada del otoño decora el ecosistema boscoso con una amplia paleta cromática difícil de olvidar. Pero es en el paisaje humanizado del entorno de los pueblos de montaña donde a los tonos amarillos, dorados y naranjas de los bosques de quejigos, hayas, abedules y álamos se suma la llamativa pincelada de color rojo vivo de un árbol también caducifolio y espontáneo que aparece asilvestrado de forma aislada o dispersa, aquí y allá, ocupando en muchas ocasiones los claros que se han ido produciendo en el propio bosque que lo acoge.


No se trata de un arce, ni tan siquiera de un álamo temblón o tremoleta, sino que son las hojas ahora de color fuego del cerezo silvestre, las cuales destacan sobremanera en estas semanas de octubre y noviembre con las del resto del boscaje, creando allá donde están un llamativo contraste con los cercanos y verdes prados de siega.


El cerezo silvestre o cerecera, diferente a la variedad frutal cultivada, es un árbol de crecimiento rápido, que aunque está considerado originario del Cáucaso se distribuye de forma natural por toda Eurasia occidental y el extremo norte de África, ocupando en nuestro país las áreas norteñas peninsulares donde impera cierto clima oceánico o húmedo, pues el cerezo silvestre no tolera la sequía de los climas mediterráneos, y por eso siempre ocupa laderas umbrías o bien zonas de montaña luminosas próximas a los cursos de agua y barrancos, hasta los 1.500 metros de altitud, en suelos profundos y frescos, aunque libres de ese fatal encharcamiento que puede producirle la pudrición de sus superficiales raíces. La presencia secundaria de este árbol en un bosque concreto es, por otra parte, un indicador de que en ese enclave existe una cierta protección térmica.


Sus hojas vistas de cerca tienen un largo rabito o peciolo, y presentan el borde ondulado con dientes en forma de sierra. Otros rasgos característicos del árbol que nos llama la atención durante estas semanas de otoño en bosquetes, setos y ribazos próximos a pueblos como Yésero, San Juan de Plan o Tramacastilla de Tena es la corteza gris brillante y, en lo más temprano de la primavera son sus flores blancas, agrupadas en ramilletes, con cinco pétalos blancos y numerosos estambres que atraen a los insectos polinizadores.


Pero para muchos caminantes y lugareños quizás lo más importante del cerezo silvestre o de monte, el padre de los cerezos comunes, es que en los meses de mayo a julio produce unos sabrosos frutos ligeramente carnosos y globosos, de un color que va desde el rojo hasta el negro, normalmente dulces, y que se pueden comer crudos o cocidos en compotas, tartas, confituras, postres o jarabes.


Machacadas y por fermentación, con estas pequeñas cerezas se obtienen aguardientes comercializados bajo el nombre de 'Kirsch', muy apreciados en Centroeuropa y bebidos como un estimulante digestivo. Las cerezas silvestres resultan nutritivas y algo astringentes, siendo ricas en ácidos orgánicos, azúcares, fibra, vitaminas y minerales. Se trata de frutos muy apreciados igualmente por las aves, quienes consumen y dispersan en gran cantidad estas drupas 'sin dueño', pues de hecho el nombre científico del cerezo es Prunus avium o de las aves. Del cerezo resultan tóxicas las hojas, las flores, la corteza y las almendras que albergan los huesos del fruto, al contener un herósido cianogenético peligroso.