TOROS EN SAN LORENZO

'Juanpedrada' en la primera de feria

Floja, mansa y descastada salió la de Parladé. Ponce abrió la Puerta Grande sin merecimientos. Morenito cortó una oreja y Castella, sin suerte, se fue de vacío.

La primera en la frente. Como está mandado, colega. Los calorrillos no quieren a sus hijos con buenos principios. Por algo será. Pese a las orejas -de regaliz todas ellas-, la primera fue un auténtico coñazo, con perdón. Al reclamo de San Lorenzo, los toreros se sumaron a la fiesta. Uno bailó, otro se atracó de bombones y otro se fue directo al confesionario. No era para menos. El de Aranda, que es muy cumplido, así lo hizo. Se había acordado de los ancestros del señor presidente por no darle una oreja que el público había solicitado con insistencia. Ni lo uno ni lo otro. Mal el usía, sin criterio y barriendo para la casa de Ponce, que todo lo puede. Y mal el torero por mascullar improperios delante del pueblo que es el que paga. Bueno, pelillos a la mar. Con dos credos y tres avemarías, solucionado.


Se guardó un minuto de silencio en memoria del que fuera alguacilillo de esta plaza, Raimundo Pérez. Buena gente y buen amigo. Sería ese minuto el que retrasó la corrida. Casi dos horas y media de auténtico tostón. De pases por aquí y chicotazos por allá. De vueltas al ruedo lentas, pausadas, como buscando la foto para su salón.


En estas, que salió un castañito con los pitones tan recogidos que casi se saca los ojos. Brocho y gacho. Con él, Ponce se estiró como un chicle a la verónica. Pegajosos ambos. Como el chicle. Amago de empujar en el caballo pero desiste. El de Chiva le dio aire. Lo esperó muy en la línea y a base de pico logró sacarle un par de tandas con más ilusión que ritmo. Pegapases. Pesado con la derecha. Y más con la izquierda que descubrió tarde. Pinchaúvas. Al cuarto, Amargado de nombre, con cuerpo de hombre y cara de niño, lo recibió pegadito a tablas. Dos lances con las manos por las nubes y una media de cartel. El toro fue pronto en banderillas, noble y con el morro por el suelo. Enrique, genuflexo, descubrió la bondad personificada del Juan Pedro -el único que lució ese hierro-, aunque manseó como el resto. La faena fue un calco a la primera. Bueno más extensa, más para la galería. Muleta en la cadera, a la espera, engancha y escupe allá a la lejanía. Siempre igual. Como con desgana. O sin el como. El presidente se acordó a los 12 minutos que debía terminar con aquello y sacó el pañuelo blanco a la balconada para avisar. Enrique Ponce se perfiló y dejó un espadazo que para sí quisieran algunos toreros de esta feria. Pañuelos en los tendidos para la primera oreja. Nada más. Las mulas se retrasan y sale otro moquero blanco en señal de ofrenda al bueno de Ponce. Dos orejas. Puerta Grande. Propina para el costalero.


Castella, inmaculado, ni tuvo mejor ni peor lote que sus compañeros. Simplemente marró a espadas. Su reumático primero, con dos platanitos por cuerna, no se tenía en pie. Tras un simulacro de vara, se rehizo en banderillas y aguantó cuatro o cinco series con la mano derecha. Cortas ellas. Sí, pero el animal no pdía con más. Mal con el pincho. Al quinto, más toro y con la cara por delante, lo lanceó con las manos muy bajas. Como el quite. Lento. Capote arrastras. Torero. Con la muleta le dio sitio. Lo esperó en la válvula para enjaretarle cuatro cambios por la espalda y un desprecio que no tuvo fin. Aguantó parones aunque es cierto que se alivió al hilo de los pitones. El castañito se acabó rajando como ya había amagado tras el quite. Mató a la última y recogió una ovación.


Morenito de Aranda, seguro que repite el sábado. Y no por ser torero de la empresa, que no. No hay que ser mal pensados. Morenito estuvo por encima de los dos toros. Mejor en el primero porque se movió más y mejor. También el toro tuvo codicia, cosa que el sexto no. Con este, el de la jota, lo citó demasiado en corto. Acabó ahogándolo. La voluntad y una buena estocada, bien merecieron premio.


Huesca, primera de abono


Tres cuartos de entrada en tarde calurosa con algo de viento.


Cinco toros de Parladé, desiguales, mansos, sin fuerzas, desrazados, sin casta y uno, que hizo cuarto, de Juan Pedro Domecq, igual que sus hermanos.


Enrique Ponce, de turquesa y oro, silencio y dos orejas tras aviso.


Sebastián Castella, de catafalco y oro, silencio tras aviso y ovación tras aviso.


Morenito de Aranda, de rosa y oro, oreja y vuelta al ruedo.


Presidió Toño Riva, mal. Sin criterio.