S. D. HUESCA

¡Bienvenidos!

El Huesca regresó de Vigo ayer a mediodía y fue recibido por un grupo de aficionados. Sus paradas, El Alcoraz y la Estación Intermodal.

¡Bienvenidos!
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Como Odiseo buscó la paz del hogar después de la guerra de Troya, así encaró la Sociedad Deportiva Huesca el retorno a casa tras asegurarse la permanencia en Segunda División. Casi diez meses de liga que se sustanciaron en el gol de Mikel Rico al Celta en Balaídos. Tiempo de nervios y sufrimiento que se arrojaron a las Rías Bajas; había que festejar la hazaña como se merecía en una horas felices que concluyeron ayer a mediodía, cuando la nave de la expedición azulgrana tocó tierra. Primero en El Alcoraz y después en la Estación Intermodal para darse un homenaje con los aficionados que acudieron a darle la bienvenida.No fue un baño de multitudes. Pero sí un caluroso recibimiento, espontáneo y surgido del más íntimo huesquismo. No se había planificado un programa de actos como el del ascenso, pero es que tampoco lo dictaban las leyes del fútbol. Sí se adivinaba en el rostro de los futbolistas y técnicos el cansancio de unas últimas jornadas agotadoras, la tensión de un curso que amenazó ruina en algunos momentos. Por eso, de momento, los cuerpos y las mentes reclaman descanso. También, tras una noche de alborozo como mandan los cánones, que se había iniciado en una prestigiosa marisquería de la ciudad gallega.

Poco durmió el Huesca entre el sábado y el domingo. Bien temprano había que partir al aeropuerto de Vigo, donde tomaron un avión con rumbo a Madrid y, desde la capital de España, AVE hasta Zaragoza. Esta era la hoja de ruta del equipo, puesto que algunos de los directivos tiraron de paliza de coche el mismo sábado, con regreso durante toda la jornada de ayer. En torno a las 13.00 se pisó suelo aragonés, y en la estación de Delicias se apeó buena parte de la plantilla, aquellos que residen habitualmente a orillas del Ebro. Los Camacho, Helguera, Dorado o Moisés no llegaron a Huesca porque no lo exigía el protocolo.

Los 'supervivientes' enfilarían las calles oscenses alrededor de la una. En primer lugar acudieron al estadio, donde algunos de los viajeros debían recoger enseres personales. Allí les esperaba un grupo reducido de seguidores, alrededor de dos decenas. Entre ellos, familiares directos y muchos amigos que comenzaron a aplaudir antes de que se abriesen las puertas del autocar. El primero en descender, el delegado y jefe de expedición, Antonio Villacampa.

Después, los jugadores, Calderón, Paredes o Rodri. El míster, con gafas oscuras, recibió el cariño de muchos de los congregados, a quienes correspondió con palabras de agradecimiento apenas intuidas en su expresión entre cansada y emocionada. Momentos como estos, de sincera comunión, deben de valer por muchos de los sinsabores padecidos.

La última parada del Huesca le condujo a la Intermodal, donde el grupo de seguidores era más numeroso, con 50 personas. Una mayor coordinación hubiese convertido en este acto en algo mucho más multitudinario, pero el boca a boca y las consultas a los medios que se hicieron eco tal vez no resultaron suficientes. Entre los dos puntos de la ciudad, el autobús se desplazó al ritmo de los cláxones que trataban de emular el himno del equipo oscense. En la estación, fotos, carantoñas, abrazos y mucha gratitud mutua. Algunos adioses sonaron a despedida definitiva y otros, a hasta pronto. Odiseo se reencontró con su esposa y su padre al final de su epopeya. Y descansó. Pero seguro que nadie gritó su nombre y ondeó una bufanda azulgrana.