Resaca de una larga noche

La primera celebración fue en tierras andaluzas. El técnico, Ángel Navarro, dijo a los jugadores que "hicieran lo que les diera la gana", con tal de llegar a la comida.

 "La Marcha Verde nunca pierde". Este cántico volvió a atronar en el teatro de los sueños en que se convirtió el miércoles el pabellón municipal de Tíjola. Los escogidos e irreductibles seguidores del Club Baloncesto Peñas que recorrieron 900 kilómetros de ida y otros tanto de vuelta con el convencimiento de que iban a ser parte de la historia verdiblanca resucitaron esta tonada antes de que el Lobe asestase el golpe definitivo a la final de la LEB Plata. En su éxtasis, apenas acertaban a desglosar el emocionantísimo final del último cuarto. Estaban en otra parte: en Palencia en 2005, en el ascenso de Lérida, en el 'play off' de descenso de Gerona, en el Pabellón del Parque de los 80?

Allá arriba, sobre la pista, los jugadores se abrazaban unos a otros, Ángel Navarro pasaba a un segundo plano y todos se ajustaban las camisetas conmemorativas con el lema 'Campeones. Hemos vuelto. ¡Aúpa Peñas!'.

Rincón, a la deriva

El presidente, José Manuel Rincón, no sabía a dónde dirigirse entre felicitaciones y llamadas al móvil, y todos se remojaron en el improvisado vestuario del polideportivo. La afición tijoleña, muy correcta en general, aplaudió a sus guerreros derrotados antes de felicitar con sinceridad al Peñas. Las guerras se quedan en los campos de batalla y el acta del partido fue como un armisticio.

Con las tijeras del fisioterapeuta, el base Óscar Herrero se encargó de la liturgia de cortar las redes de la canasta para adjudicárselas como recuerdo. Después pasarían de cuello en cuello. La Guardia Civil, testigo de la escena, no sabía si intervenir o reírse.

Unos colgados del móvil, como Zack Andrews, y otros con secuelas físicas, como Chus Aranda, abandonaron la instalación para poner rumbo a Baza. La ciudad granadina, completamente ajena a la película, algo debió de olerse cuando el autobús atravesó las calles hasta el hotel a golpe de claxon.

En el salón de comidas les esperaba un menú quizá poco festivo: puré de verduras y pollo con patatas fritas. Posiblemente, la cena de ascenso con menos glamour de la historia. Daba igual.

Crecía la fiesta

El agua, el vino y los zumos dieron pie a los cánticos y las bromas privadas. Así, Ángel Navarro se enteró de que se le llama "Maestro Yoda", en referencia al venerable personaje de "La Guerra de las Galaxias".

El presidente Rincón, que acudió en coche, se pidió un billete de AVE de última hora para acompañar a los suyos hasta la capital. Solo los americanos, Johnson y Andrews, tan queridos como muy suyos, se privaron de salir a un bar cercano.

Algunos con sus mejores galas y otros con las camisetas del ascenso, apartaron la rutina y los cuidados médicos de un deportista profesional, acompañados de directivos, aficionados y curiosos que preguntaban quiénes eran esos de verde.

Navarro, como no podía ser de otra forma, les había dado permiso, literalmente, para que hicieran lo que "les diera la gana" hasta la comida y el viaje del día siguiente. Y le hicieron caso. Fue el preludio de la verdadera "marcha", la de la pasada noche por las calles de la capital oscense. Ahí se desató el júbilo, arropados por seguidores que se sintieron identificados con una hazaña inolvidable.