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El incierto futuro de los pueblos de colonización

El escaso patrimonio concedido hace 50 años los abocó a la emigración y ahora buscan alternativas para sobrevivir

"De dos modos puede aumentarse el suelo de la patria: por medio de conquistas guerreras fuera del territorio, y por medio de conquistas agrícolas en el interior". Así defendía el regeneracionista Joaquín Costa la necesidad de ganarle la batalla a la naturaleza, sin sangre ni lágrimas, mediante la ejecución de obras hidráulicas y la extensión del regadío, que se convirtieron en el germen del proceso de colonización agraria.


El régimen franquista acabó avalando esta teoría y, entre los años 1950 y 1970, creó de la mano de los planes nacionales de obras hidráulicas hasta 300 pueblos de colonización en toda España (30 de ellos en Aragón). En Los Monegros, se fundaron 10, que llegaron a tener 3.760 habitantes y que medio siglo después han perdido unos 1.000. Las localidades de Montesusín y Frula, las primeras en construirse en esta zona, celebran este año su 50 aniversario con el objetivo de homenajear la labor y lucha de los primeros colonos. Como explica Rosa Pons, alcaldesa de Alberuela de Tubo, que tiene el único centro de interpretación sobre la colonización agraria que existe en España, los nuevos pobladores fueron "hombres y mujeres valientes capaces de convertir con el sudor de su frente un paisaje desértico y estepario en productivo".


Un gran porcentaje llegaron a Los Monegros desde localidades aragonesas, especialmente del Pirineo, la ribera del Ebro e, incluso, de la propia comarca. Claro ejemplo de ello es Sodeto, donde un 25% de los colonos de primera generación son originarios de la Ribagorza, el Alto Gállego y la Jacetania. Otros pobladores llegaron de Andalucía, Extremadura, Castilla León o Valencia. "Muchos de estos ya se encontraban en la zona trabajando en las obras de regadíos", apunta Pons. En su opinión, esta diversidad ha conseguido que "este tipo de poblaciones sean hoy en día mucho más abiertas y receptivas a nuevas culturas".


El Instituto Nacional de la Colonización (INC) concedía a cada colono un lote compuesto por una vivienda, una finca, un huerto y, en función de la demanda, una caballería o diferentes animales de cría. Los aspirantes debían cumplir una serie de requisitos, entre los que figuraba la necesidad de acreditar moralidad y conducta aceptables a través del informe de las autoridades locales o el párroco. Las tierras, recién niveladas, eran duras de trabajar y, al igual que el resto de los bienes, debían amortizarse a través de bajos intereses. Por ejemplo, en Valfonda de Santa Ana una vivienda de 600 metros cuadrados costaba 973 euros y una finca de 9 hectáreas, unos 1.668.


Los pueblos de colonos son "como las lujosas urbanizaciones de hoy; casas unifamiliares y de planta baja, amplias calles y abundantes zonas verdes", explica Pons. Los arquitectos del INC diseñaron diferentes construcciones, entre ellas, viviendas de colonos, obreros agrícolas, artesanos, funcionarios (mayorales y capataces) y los profesionales (médico, maestro y párroco).


La vida se regía a través de la Junta de Colonos, donde se planteaban los problemas de convivencia u organización de fiestas. Una especie de Ayuntamiento, controlado por el INC a través de peritos y mayorales, y que se mantuvo hasta la llegada de la democracia.


Ocho de los diez pueblos de colonización han visto descender el número de habitantes desde su creación. Según el Instituto Nacional de Estadística, San Lorenzo del Flumen es el que más ha notado este descenso, con pérdida de 203 vecinos, seguida de Montesusín (168) y Curbe (157). Frente a ello, La Cartuja y San Juan del Flumen, ambas pertenecientes a Sariñena, han subido sus registros, en 3 y 108 personas. Según diversos estudios, una de las causas de este descenso puede estar en la falta de terrenos edificables en el entorno, ya que los pueblos quedaron rodeados por extensos pinares. Por otro lado, el paso del tiempo y el incremento del nivel de vida provocaron que la superficie cultivable resultara escasa y los colonos de segunda generación se vieron en muchos casos obligados a emigrar.


Para Pons, algunos de estos problemas se habrían evitado si los pueblos se hubiesen edificado más cerca de las localidades tradicionales. "Ahora es necesario buscar sistemas de diversificación económica como el turismo o la transformación agroalimentaria", dice.