Ponce se lleva el lote, Perera la faena y Antonio Ferrera sale por la puerta grande

Una encastada corrida de Buenavista puso en jaque a los tres espadas.

Natural con la mano muy alta al bravo y encastado quinto de la tarde, de nombre Pasodoble.
Natural con la mano muy alta al bravo y encastado quinto de la tarde, de nombre Pasodoble.
Verónica Lacasa

Tercera gran entrada de la feria que vuelve a demostrar que la capital altoaragonesa quiere toros. Al reclamo de Enrique Ponce y Miguel Ángel Perera se volvieron a cuajar los tendidos y la tarde, entretenidísima, tuvo de todo.

Abrió la puerta grande el extremeño Antonio Ferrera con una faena en la que lo mejor fueron un eléctrico tercio de banderillas y los tres trincherazos con los que se sacó a los medios al animal. Torerísimos. Lo demás fue bisutería. Excesivas las dos orejas, presidente. Mejor el toro. Pasodoble fue de vuelta al ruedo. Un tren. De pronta arrancada, humillada embestida y largo recorrido no mereció que su matador le acortase las distancias y lo llevase hacia las tablas en una eternísima faena que, para colmo, culminó con un bajonazo.

Ante el encastadito primero anduvo con muchas dudas y lejos de conducir su embestida, le tocó las orejas con muy malas intenciones.

Enrique Ponce mostró sus dos caras. Más de veinticinco años de alternativa lo convierten en maestro de todo. Del arte y del engaño. Capaz de lo mejor y de lo peor, al bravo primero lo llevó toreado desde la lejanía y siempre con medios muletazos. Periférico. Con ese pico de la pañosa que ahora llaman recurso. De uno en uno, cuajó una faena populachera en el sol que le valió para cortar una oreja. Baratita.

Con su segundo fue otro cantar. Un toro bien hecho aunque con poquita cara, le permitió torear como él sabe. De buena condición, adoleció de fuerzas y terminó frustrando la faena del de Chiva. Siempre torero, con la vertical relajada y los hombros caídos llevó suavemente al animal. Con el temple y el buen gusto como norma. Dos tandas al hilo de las tablas contaron con muletazos que parecieron no terminar nunca. Eternos. Sensacionales. Volcó la plaza.

El arrimón de Perera

Llegaba el extremeño con necesidad de triunfo y de recuperar el sitio que poco a poco le han ido quitando los más jóvenes. Lo cierto es que estuvo muy por encima de su lote. El manso tercero le hizo discurrir y le obligó a torear en la puerta de chiqueros. Perera no pudo mostrar nada más que oficio y disposición. El animal no mereció tanto. Lo mató con facilidad. Con el que cerraba plaza se inventó una faena a base de muchísimo valor y sangre fría. Lo puso todo. Le bajó la mano sin que el toro respondiese. Nunca descolgó la cabeza. Se lo dejó llegar a los muslos y un feo derrote al pecho le puso al respetable el corazón en un puño. Perdió las orejas con un bajonazo.

Por otra parte, la corrida de Buenavista, lució un trapío más que digno y respondió con bravura a unos lanceros crueles que la masacraron en los petos. Se ensañaron y barrenaron a placer en puyazos interminables.

El tercio de varas es indispensable, pero no necesita otro protagonista. Y menos, un impertinente monosabio. Su sitio no es el ruedo ni entre sus funciones están las de colear toros ni sujetar a los jacos para evitar que estos sean derribados.

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