Adiós laurentino a la saga de panaderos Ayerbe

Santiago Ayerbe y Pili Carrera se jubilan este sábado después de 50 años en su obrador de Huesca.

Santiago Ayerbe y Pilar Carrera, en el mostrador de la panadería que han regentado durante 55 años.
Santiago Ayerbe y Pilar Carrera, en el mostrador de la panadería que han regentado durante 55 años.
Javier Broto

Santiago Ayerbe amasará este sábado su último pan de San Lorenzo en la panadería Ayerbe de la calle Lanuza, en Huesca. Después de 50 años en el obrador, él y su mujer, Pili Carrera, han decidido jubilarse poniendo fin con ello a una saga de tres generaciones de panaderos que no han querido continuar ninguno de sus tres hijos, Rebeca, Santiago y Pablo, ya que han elegido otros caminos profesionales.


Aun así, la panadería, que lleva en funcionamiento desde 1890, no echa el cierre sino que volverá a reabrir el próximo 1 de septiembre con un nuevo dueño. Precisamente esa ha sido una de las razones para haber tomado la decisión “porque la vamos a dejar en muy buenas manos y seguro que la calidad y el trato será igual o mejor que el nuestro ya que es alguien que sabe del oficio”.


Han querido irse sin grandes alharacas, pero aun así han sido muchos los clientes que durante los últimos días se han enterado de la noticia de su jubilación y se han acercado a agradecerles su servicio y el trato recibido durante tantos años. “Llevo todo el día con las lágrimas en los ojos de todos los buenos deseos que nos han transmitido los clientes”, aseguraba este viernes Pili Carrera. Y es que como destaca su marido, Santiago, la mayor satisfacción con la que se despiden es que “después de tantos años, más que un trato de clientes o de proveedores, llegas a hacer amistad de verdad con casi todas las personas que durante tantos años han venido a comprar pan”. Además, quieren mostrar su agradecimiento a todas las personas que han trabajado junto a ellos en estas cinco décadas “porque han sido más compañeros que trabajadores”.


La panadería Ayerbe fue abierta hace 126 años por un tío abuelo de Santiago. Le sucedieron su padre y su tío y luego, en 1966, recogieron el testigo él y su primo, aunque hace unos años se quedó al mando en solitario junto con su mujer Pili. “Hemos intentando trabajar cómo hay que defender una puerta abierta, dando siempre un buen servicio”, resalta. Y eso que admite que él hubiera preferido no ser panadero. “En los estudios no iba mal y me hubiera gustado seguir con ellos, pero me dijeron en casa que la panadería me esperaba. Y entonces no es como ahora que te dan la opción de poder escoger así que me quedé”, relata.


Asegura que la vida del panadero “no es que sea más dura que otras, pero sí especial porque hay que saberse aclimatar a nivel familiar, a nivel social y también a nivel fisiológico porque tienes que dormir fuera de horas y trabajar cuando la gente está durmiendo, y eso cuesta un poco”. Aun así, ambos hacen un balance profesional inmejorable “porque hemos recibido más de lo que hemos dado y hemos sentido muchas satisfacciones”. El hecho, además, de decir adiós en plenas fiestas de San Lorenzo le da más emotividad a la despedida.


Desde que empezó en el obrador hasta ahora han ido multiplicando la oferta de productos de panadería y repostería, pero ante todo defiende la forma de trabajo artesanal. “El pan hecho con masa madre y sin mirarte demasiado el reloj es el mejor que puede existir. Las máquinas tienen que ser las justas y siempre hacer una fermentación natural”, destaca. En este sentido, y ante la proliferación de establecimientos donde hoy en día se puede comprar pan, aprovecha para recomendar que “donde vean el pan fotocopiado, que no compren, porque hacer el pan bonito igual no es difícil pero hacerlo todo igual es imposible si no se le ponen muchas de las cosas que no es necesario que lleven y desde luego llevan de todo menos harina”.


Santiago y Pili reconocen que les hubiera gustado “sin dudarlo” que hubiera continuado al frente del negocio alguno de sus tres hijos. “Sobre todo por continuar una nueva generación aunque por otro lado nos da un poco de pena la vida que llevan los panaderos porque tienes que estar toda la vida madrugando y es muy sacrificado”.


Una de sus primeras ilusiones es hacer un viaje a Panamá para visitar a su hijo pequeño Pablo, que trabaja desde hace varios años en las obras del canal de Panamá “porque hasta ahora no hemos podido ir a conocer el país”. “Ya le hemos aconsejado que se ponga una panadería allí...”, bromea Pili.

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