"Siempre trabajé pensando en que bajo el alud había una persona viva"

José Antonio Torrijos deja el Greim después de más de 20 años como guía canino de búsqueda en avalanchas.

El guía José Antonio Torrijos con su perro Clauss, en unas prácticas en Benasque.
El guía José Antonio Torrijos con su perro Clauss, en unas prácticas en Benasque.
Sergio González

La nieve ha sido su medio y los perros, su compañía. José Antonio Torrijos, guía canino y un referente de los grupos de rescate en montaña de Aragón, se despide de su vida laboral, tras 36 años como especialista del Greim, la mayoría en Panticosa, y 22 como adiestrador de perros de búsqueda en avalanchas. Con 56 años, a principios de mes pasó a la reserva y con él probablemente se jubilen también los perros, Clauss, de 8 años, y Curro, de 14. Ha enviado un escrito al servicio cinológico de la Guardia Civil para solicitar que les den de baja y se puedan quedar con él. De esta manera dejarán de ser un ‘agente’ más para convertirse en simples mascotas. Al retirarse, el equipo de Panticosa se queda sin unidad cinológica, pero el servicio queda cubierto con Benasque y Huesca.

En estos más de 20 años como guía le han acompañado Ayton, Serafín, Kimon, Curro, Clauss y León. Tres (abuelo, padre e hijo) son mestizos de pastoreo. Aunque sobre todo se trabaja con pastores alemán y belga, él incorporó la raza autóctona porque le vio cualidades. Solo pueden rastrear entre 30 y 45 minutos, por lo que siempre ha intentado llevar a dos para darles relevo. La nieve no tiene secretos para Torrijos, que sabe por propia experiencia lo que se siente cuando te cae encima un alud. Por eso, dice, «los guías tenemos que ser especialistas en montaña, saber movernos por un medio hostil, y conocer los tipos de avalanchas». No es lo mismo un alud de nieve polvo que uno de nieve compacta. «Se puede morir por asfixia o politraumatizado. Si tienes la suerte de generarte una cavidad y protegerte las vías aéreas, con la ropa de ahora se puede aguantar más de los 30 minutos que tradicionalmente se decía», explica.

A pesar de que la supervivencia bajo un alud es limitada, nunca ha dado una misión por imposible. «Siempre trabajé pensando que iba a buscar a una persona viva». La experiencia se lo ha demostrado. En 2001, Ayton sacó a un montañero en el Garmo Negro cuando ya se daba todo por perdido después de cuatro horas sepultado bajo una avalancha de 3 kilómetros de longitud. «Lo encontré en una posición casi fetal, en una ladera. Al desenterrarlo, oí que murmuraba y fue un subidón. Él tenía escasa consciencia. Se enteró de que estaba vivo cuando lo evacuó el helicóptero del 112. A estas personas hay que moverlas despacio para no provocarles una alteración y evitar que la sangre que está fría y cristalizada les llegue al corazón», explica Torrijos, que con 861 intervenciones a sus espaldas era el guardia de rescate en activo más veterano del país.

En su carrera también ha habido momentos sin final feliz. Estuvo en la búsqueda del alud de Benasque en 1991, que con nueve militares muertos es el accidente más grave que se recuerda en la montaña oscense. Entonces no era guía canino. Ya con los perros, le tocó vivir otra gran avalancha, el día de Reyes de 1995. Sepultó a seis excursionistas vizcaínos, de entre 17 y 23 años, cerca del refugio de Respomuso, en Sallent. «Estuvimos mucho tiempo subiendo allí para buscar. El último cuerpo lo sacamos después de cuatro meses». Iban a diario a rastrear, siempre que lo permitía el tiempo invernal a casi 2.000 m. Finalmente, el 22 de mayo se halló el último cuerpo en medio de paredes de nieve de hasta 8 metros. La zona se había perforado con mangueras de agua hasta convertirla en un gigantesco queso gruyere. El último socorro lo realizó el 29 de septiembre, en Sallent de Gállego.

Después de «toda una vida en la montaña», reconoce que «los años y las lesiones hacen mella». Y recomienda a todo el que salga fuera de pistas que se informe de los partes meteorológicos de riesgo de aludes, actualmente más precisos, y que meta en la mochila los medios de autorescate: detector de víctimas de avalancha (DVA), sonda y pala. Treinta años de experiencia le han enseñado que la vida se escapa en un instante.

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