Las Fallas de San Juan encienden el verano en el Pirineo

Sahún, Laspaúles, San Juan de Plan, Montanuy, Bonansa, Suils y Villarroé celebran hoy el solsticio de verano

La antorchas y el fuego protagonizan la noche.
La antorchas y el fuego protagonizan la noche.
Ángel Gayúbar

La conmemoración del solsticio de verano tiene una especial simbología en las 60 localidades pirenaicas pertenecientes a las comunidades de Aragón y Cataluña y a los vecinos países de Andorra y Francia que conservan la ancestral tradición de las Fallas, las fiestas del fuego de San Juan declaradas en 2015 Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.

Este reconocimiento ha servido de caja de resonancia para hacer llegar su singularidad el gran público. Así lo reconoce Lourdes Ascaso, alcaldesa de Sahún, uno de los diez pueblos de Ribagorza y Sobrarbe que mantienen viva esta tradición del fuego purificador para dar la bienvenida al verano. "Antes eran unas Fallas muy entrañables, pero cada vez se van haciendo más multitudinarias", comenta la edil.

El nombre de ‘falla’ alude a las antorchas y al juego que se realiza con ellas iluminando la noche más corta del año. La tradición ‘fallaire’ está relacionada con los cuatro elementos primordiales: fuego, agua, aire y tierra, que son claves de la alquimia y la base del conocimiento esotérico antiguo.

En este contexto se enmarca la tradición de las fallas en la noche mágica por excelencia. Sahún, Laspaúles, San Juan de Plan, Montanuy, Bonansa, Suils y Villarroé –localidad ésta última donde los festejos se celebran en la intimidad y sin trascendencia pública- son las localidades que vivirán su fiesta solsticial en la noche previa a San Juan, la del 23, mientras que Castanesa celebrará las fallas la noche del 29 y Aneto el sábado 7 de julio para concluir el ciclo fallero con la programación, ya más alejada en el tiempo, de las fallas del núcleo de Ginast el 4 de agosto.

La ceremonia de las fallas fue muy común en los pueblos pirenaicos. En Sahún, las fallas son unas grandes teas de madera cuyo extremo está recubierto de corteza de abedul que originalmente bajaban portadas por los mozos del pueblo desde los montes y bosques cercanos. En los últimos años los bosques se han ido cerrando y ha obligado a que acorten su recorrido.

"Esta noche es fantástica, es pura esencia y emoción que te retrotrae a un período en el que el mundo era joven", comenta Lourdes Ascaso, quien recuerda que es característico de estas fallas que los porteadores las volteen por encima de sus cabezas creando unos extraños dibujos.

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