De tranvías, paladares y nuevas generaciones

La familia Montal, que regenta un negocio gastronómico bajo el mismo nombre desde 1919, y donde ya asoma la quinta generación, ha sido testigo (y protagonista) de la historia de la capital aragonesa.

Acceder al hermoso palacio renacentista del siglo XVI que regenta la familia Montal, en la capital aragonesa, es sinónimo de viejas historias, de sabores de la tierra y de innovación y esfuerzo con la vista puesta en el futuro. Lo mejor, una vez atravesadas sus puertas, es abrir bien los ojos, el olfato, y sobre todo, el oído.


«Recuerdo en los años 50 la plaza de España repleta de tranvías, sin coches. En el paseo de la Independencia, los soldados atestaban los urinarios públicos, que eran subterráneos, y en el andador central, un quisco de helados –Kelito se llamaba-, donde vendían estupendos friseles». Es la voz de Julián Montal, nieto del fundador de la empresa que mantiene el apellido entre los más reconocidos de la comunidad.


Aquel pionero, su abuelo, se llamaba Jacinto, y en 1919 inauguraba una tienda de ultramarinos, que con el paso del tiempo y de las generaciones, se ha convertido en una de las más completas y prestigiosas tiendas de delicatessen, además de bodega y restaurante, de la ciudad de Zaragoza.


«Yo entré en la empresa en 1958, cuando estaba prohibido hablar de política en la sobremesa, y el sentimiento aragonés ni se intuía, comparado con el que existe hoy en día», recuerda Julián. Comenta en el patio del palacio que la familia reformó hace unos años, y por el que recibieron una distinción del Gobierno de Aragón en 1991, que en aquella época «se trabajaba muchísimas más horas que ahora», que «se vivía más lento, pero el tiempo cundía menos», y que aquellos tiempos «no eran mejores que los de ahora».


Casa Montal llega ya a su cuarta generación, y nadie duda de que en pocos años celebrará su centenario. Algo que «solo se consigue aprendiendo de tus abuelos y padres, y trasmitiéndolo como ellos a tus hijos». Una vez hecho bien el trabajo, Julián ya puede escribir sus memorias, ocupación que ha emprendido con entusiasmo y minuciosidad, sabedor de que los nuevos ‘jefes’ de la empresa no fallarán.

Cuarta generación

Y de momento, no han fallado. Nacho y María, primos, e hijos de Julián y Rafael Montal –la tercera generación, encargados de abrir nuevas líneas de negocio, como el cáterin o los platos preparados-, han tomado el testigo al frente del negocio. «A partir de los noventa vivimos la reforma de la empresa, con mucho esfuerzo por parte de todos, pero que mereció la pena, ya que marcó la continuidad del negocio», señala Nacho.


Junto a él, María, quien asegura que aprendieron «de sus padres y abuelos el valor del sacrificio, y una cultura gastronómica que queda para siempre». Treinteañeros ambos, consideran que su generación «ha evolucionado bien» aunque reconocen que tuvieron más suerte que las que ahora deben buscar su futuro en el mercado laboral. «Era una buena época para salir, no como ahora», apunta Nacho.


En todo caso, ambos creen que Aragón ha dado un salto muy grande en todas los sentidos, desde la justicia, las infraestructuras, la cultura… y cómo no, la gastronomía, pese a la delicada situación que viven algunos comercios del sector. Por ello, su mejor receta sigue siendo la del «trabajo diario» para que la quinta generación, al menos, tenga la opción de seguir la tradición. Puede que sea Jacobo, el hijo de 16 meses de María.