EDITORIAL

Aulas y barracones

Cada año, cientos de niños aragoneses tienen que estudiar en barracones prefabricados, pues la Administración no ha sabido disponer para ellos aulas de verdad en un edificio apropiado. Y el fenómeno parece ir en aumento, ya que el curso que viene se verán afectados 200 alumnos más que el anterior.

LA pervivencia -en pleno siglo XXI y en la que, a pesar de la crisis, es la octava potencia económica mundial- de las aulas prefabricadas no puede -no debe- dejar de producir cierta vergüenza. Estas dependencias, dispuestas por la administración educativa para suplir la falta de verdaderas aulas en los colegios de determinadas localidades o barrios de nuestra comunidad, apenas reúnen los requisitos mínimos para impartir clase. Pero, sobre las incomodidades que generan, su peor defecto es que, se quiera o no, lesionan la dignidad de la enseñanza. Profesores, alumnos y padres, junto al barrio o el pueblo, deberían poder sentirse orgullosos de su colegio o de su instituto. Y eso resulta muy difícil con instalaciones tan precarias. Los barracones vienen de lejos, de los años setenta del siglo pasado, cuando la enseñanza obligatoria, entonces hasta los 14 años, era aún un objetivo a alcanzar. Hoy, no solo se ha alcanzado, sino que, con todos sus problemas, nuestro sistema educativo ha mejorado sustancialmente. Por eso llama más la atención que reaparezcan viejos estigmas. Y, peor, que lo que debería ser, en todo caso, un arreglo provisional se prolongue en algunos centros durante demasiados años. Los gestores de la Educación aragonesa no pueden dar por buenas estas situaciones. Hay que planificar mejor para que todos los niños aragoneses acudan a un colegio digno de ese nombre.