historia

Cien años del asesinato de un cardenal en Zaragoza: un crimen sin resolver

Este domingo se cumplen 100 años de la muerte a tiros del cardenal Juan Soldevila en Zaragoza, en un atentado del grupo anarquista Los Solidarios. Aún hay misterios en torno al crimen.

Un siglo de la muerte a tiros del cardenal Juan Soldevila en Zaragoza.
Un siglo de la muerte a tiros del cardenal Juan Soldevila en Zaragoza.
Archivo Heraldo de Aragón

Las pistolas Alkar las fabricaban en Guernica. En los calibres pequeños no eran tan eficientes como una Astra 400, pero cabían en la palma de la mano y tenían ‘ventanas’ en las cachas por las que se atisbaba el número de balas del cargador.

Al anarquismo español del siglo pasado le gustaba esa marca de pistolas. Y es que Alkar (de alkartasuna, solidaridad en vasco) había nacido como cooperativa de trabajadores que habían perdido su empleo por huelguistas. Tal día como este domingo, hace 100 años, dos hombres aguardaban con sus pistolas en el bolsillo la llegada de un coche a la Torre de las Paulas, una escuela asilo de Zaragoza que había fundado el hombre al que esperaban, el cardenal Juan Soldevila.

Era lunes, de calor bochornoso, y no había muchas sombras donde refugiarse cerca de la finca, ubicada entre las carreteras de Valencia y Madrid, en el actual barrio de Delicias. Los dos hombres llevaban un tiempo vigilando los movimientos del prelado. Lo aguardaban para matarlo, en un atentado que, lo sabían muy bien, iba a dar la vuelta al mundo. Al fin y al cabo, desde la Comuna de París en 1871 nadie había llegado tan lejos como para matar a un cardenal de la Iglesia católica. Nadie ha llegado tan lejos después.

Zaragoza, y España entera, vivía desde hacía unos años una vertiginosa espiral de violencia y los dos hombres tenían mucho resentimiento que mitigar. Al filo de las tres y media de la tarde de ese lunes, 4 de junio de 1923, el coche del cardenal, matrícula Z-135, se detuvo a la entrada de la torre. Al volante estaba su chófer, Santiago Castanera.

El coche de Soldevila era un Sunbean de fabricación británica, con amplio habitáculo para los pasajeros, y su mayordomo y sobrino, el presbítero Luis Latre, había desplegado el asiento auxiliar frente al cardenal para charlar durante el corto viaje. A las 15.30 el coche llegó ante la verja exterior de la escuela asilo. Del establo salía entonces el vaquero, Ramón Jáuregui; sor María de la Cruz acudió a abrir la cancela y una criada, Aquilina Ucelay, se dirigió hacia el coche para besar el anillo del purpurado.

En ese momento, los hombres que le esperaban sacaron las pistolas y dispararon 13 tiros al vehículo. Una bala le atravesó una oreja al chófer y se le quedó alojada en la mandíbula: salvó la vida milagrosamente. Luis Latre también tuvo suerte: solo uno de los proyectiles le alcanzó, y le causó apenas una herida limpia en un brazo. Se sobrepuso y se lanzó a administrar los últimos sacramentos a Soldevila. Una bala había atravesado el corazón del cardenal, que murió prácticamente en el acto. Alertados los médicos del manicomio cercano, solo pudieron certificar su muerte.

Lugar de los hechos del asesinato del cardenal Soldevila.
Lugar de los hechos del asesinato del cardenal Soldevila.
HA

La noticia llegó pronto a la ciudad, que quedó conmocionada. El cadáver del cardenal se trasladó hasta el palacio arzobispal en su vehículo oficial, en el que se apreciaban los balazos, y ya en su recorrido cientos de zaragozanos salieron a la calle para verle pasar, conmocionados. Al día siguiente se le realizó la autopsia, luego fue embalsamado y la capilla ardiente se instaló en el salón del palacio. Durante tres días el desfile de zaragozanos fue continuo, y en la tarde del día 8 se le trasladó en procesión al Pilar, tras recorrer buena parte del centro de la ciudad y recibir el caluroso adiós de miles de ciudadanos. Quedó depositado ante el altar mayor, donde se realizó una solemne ceremonia, y al día siguiente, el sábado 9, tuvieron lugar los funerales para, después, recibir sepultura en la propia basílica.

El atentado no solo sacudió a la sociedad zaragozana y aragonesa; fue un mazazo en toda España. Si el asesinato del archiduque de Austria en junio de 1914 desató un mes después la I Guerra Mundial, la muerte de Soldevila alimentó movimientos que se estaban gestando. Cuando en septiembre de ese 1923 Miguel Primo de Rivera dio su golpe de Estado, en el manifiesto que lanzó a los españoles aseguraba: "No tenemos que justificar nuestro acto, que el pueblo sano demanda e impone. Asesinatos de prelados, exgobernadores, agentes de la autoridad, patronos...". Ahora bien, ¿por qué los anarquistas eligieron a Soldevila?

Cortejo fúnebre del cardenal Soldevila hasta el Pilar.
Cortejo fúnebre del cardenal Soldevila hasta el Pilar.
Lucas Cepero | Archivo Heraldo

Una carrera meteórica

Juan Soldevila y Romero nació en 1843 en un humilde pueblo de Zamora, Fuentelapeña. Se ordenó sacerdote en Valladolid y en 1875 ya era secretario del obispo de Orense. Hombre muy trabajador, ambicioso y conocedor de los resortes del poder, hizo méritos y trenzó relaciones hasta que en 1889 fue elegido obispo de Tarazona. Doce años después, en 1901, le llegó Zaragoza. Entró en la ciudad como mandaba la tradición, a lomos de un caballo blanco y con timbaleros y maceros, el 21 de marzo de 1902. Fue designado cardenal en diciembre de 1919 y participó en el cónclave de 1922, en el que se eligió como Papa a Pío XI.

Soldevila estaba en el punto de mira de los anarquistas, pero no por su carrera eclesiástica. Tenía, también, una importante trayectoria política y social. En 1898, cuando España se desangraba, fue nombrado senador. Hombre de pensamiento ultraconservador, insaciable a la hora de exigir mayor presencia de la Iglesia en todas las facetas de la sociedad, desplegó una infatigable actividad en todos los frentes y ello le valió un buen número de admiradores: defendió los riegos del Alto Aragón en Madrid, logró que el Pilar fuera declarado Monumento Nacional, promovió la creación de la Caja de Ahorros de la Inmaculada, organizó la exposición de arte retrospectivo de la Expo de 1908, creó instituciones de asistencia social...

Pero su omnipresencia le granjeó también enemistades enconadas. En Aragón el anticlericalismo había echado raíces, como prueba el hecho de que, ya décadas atrás, el maestro de Villanueva de Huerva hubiera asesinado al cura por culpa de las clases de religión.

No fue solo la hiperactividad de Soldevila lo que le convirtió, a la altura de 1923, en el hombre más odiado de Zaragoza (Luis Buñuel cuenta en sus memorias, que la noche de su muerte se brindó en la Residencia de Estudiantes). En el templo del anarquismo zaragozano, el Café Oriental, a la entrada del Tubo, el nombre del cardenal era desde hacía años objeto de insidias y murmuraciones. Se le acusaba de cosas espantosas: se decía que era dueño de turbios negocios en el mundo del juego y los cabarets; que tenía relaciones íntimas con una monja; que patrocinaba el pistolerismo.

Recreo del colegio Santa María Reina, de Zaragoza.
Recreo del colegio Santa María Reina, de Zaragoza.
José Miguel Marco

En aquella época el peso de la CNT en la capital aragonesa era tremendo. Las ideas anarquistas habían prendido en el proletariado local, harto de corruptos y explotadores, y que además se había encontrado con una patronal, como la del resto del país, pétrea ante sus reivindicaciones. Una parte del anarquismo nacional había optado por las acciones violentas (asesinato del conde de Salvatierra en 1920, de Dato en 1921 y del exgobernador de Bilbao en 1923) y, también parte de los empresarios, sobre todo en Barcelona, contrataban matones para eliminar o amedrentar a sindicalistas y trabajadores y frenar así sus reivindicaciones laborales.

Entre 1917 y 1923 se calcula que el pistolerismo causó la muerte de unos 200 obreros y 20 hombres armados contratados por la patronal. En medio de una creciente e infinita espiral de violencia, uno de los crímenes más sonados tuvo lugar el 10 de marzo de 1923, cuando Salvador Seguí, 'El noi del sucre', un destacado sindicalista, fue asesinado en el Raval barcelonés.

Y la violencia no se reducía a la ciudad condal, adonde muchos aragoneses emigraban para encontrar trabajo; se había extendido también a Zaragoza. A finales de ese mismo mes de marzo, José Pons, vicepresidente del Sindicato Libre, fue enviado a la capital aragonesa para abrir sede y combatir el anarquismo. Poco después, una noche, en la trasera del Teatro Principal, mató a tiros a Francisco Navarro, un carpintero de 18 años, secretario general del sindicato de la madera. Aunque éste sacó su pistola, solo logró herir levemente a su agresor.

Un "monstruo con sotana"

Cuando poco después las autoridades zaragozanas atendieron la petición de Soldevila de que todos los presos oyeran misa y comulgaran en domingo, la comunidad anarquista estalló de ira. En el editorial de 'Cultura y Acción' del 24 de marzo se le definió abiertamente como un "monstruo con sotana". Y en mayo, en un mitin que abarrotó el coso de la Misericordia, Miguel Abós, que había compartido celda con 'El noi de sucre' antes de que lo mataran, cargó en su discurso contra la 'clerigalla' local, y acusó directamente a "los príncipes de la Iglesia" de estar detrás del asesinato de Seguí. Se había creado el ambiente propicio para que alguien atentara contra Soldevila.

El caspolino Manuel Buenacasa, una de las figuras clave del anarquismo aragonés de aquellos años, contó en 'Figuras ejemplares que conocí' cómo se fraguó el atentado tan solo unos días antes en una vivienda zaragozana: "Las palabras que, según mi opinión pronunció Teresa Claramunt en casa de Dalmau originaron el hecho… Teresa me dijo: 'ayer estuvieron aquí Francisco Ascaso y tres compañeros. Les dije que conceptúo deplorables ciertos hechos que vienen sucediendo de algún tiempo a esta parte, pues no responden a las ideas que tengo de la acción emancipadora. Las muertes recientes de ese desgraciado esquirol y de un guardia de seguridad, ambos cargados de hijos, han provocado indignación en el propio seno del pueblo trabajador. En cambio, distinta sería la reacción de ese pueblo si cayese un alto jefe de policía, un gobernante reaccionario o un obispo fascista… ¿No recuerdas el regocijo en el pueblo catalán al caer Bravo Portillo?…'. Yo le pregunté: '¿Y qué dijeron ellos?'. 'Ni una palabra. Me escucharon y se fueron'".

El nombre de Francisco Ascaso está indisolublemente unido al del atentado del cardenal, tras el cual se inició una monumental cacería en busca de sus responsables. Solo los habían visto, y muy de pasada, dos niños que hacían adobes en un descampado. Pero tan solo una hora después del crimen ya hubo dos detenidos en Utebo, que tras varios días encarcelados se comprobó que no tenían relación alguna: eran dos jóvenes de 18 años que venían a la ciudad en busca de trabajo y habían sido expulsados del tren por viajar sin billete.

La Policía peinó durante varios días el barrio de Delicias, donde se perdía la pista de los agresores, hasta que una joven les puso sobre la pista de un anarquista de Almudévar que formaba parte del grupo de Los Solidarios y que era muy conocido por las fuerzas de seguridad: Francisco Ascaso. No lo consiguieron detener hasta el 21 de junio. Varios testimonios involucraron luego a otro cenetista bien conocido, Rafael Torres Escartín, natural de Bailo, pero este había logrado huir a Francia, aunque fue detenido meses después.

Concluida la instrucción del sumario, el juicio del caso se celebró a principios de abril de 1925 y acabó con una sentencia de pena de muerte para Torres Escartín (conmutada al año siguiente por cadena perpetua porque enloqueció e ingresó en un manicomio). Para entonces, Ascaso se había fugado de la cárcel, permanecía en paradero desconocido y en el juicio fue declarado prófugo. Se condenó también a penas de cárcel a Esteban Salamero y Juliana López, como encubridores.

Si una sentencia suele poner punto final a un crimen, no fue así en este caso. Quedaron cabos sueltos, al menos para la prensa anarquista de la época, que argumentó que Ascaso, que había sido panadero y camarero en Barcelona, estaba visitando presos en la cárcel de Predicadores a la hora del atentado.

Algunos testimonios incriminatorios fueron un tanto endebles y durante el juicio se estableció que los disparos se habían realizado con tres pistolas (lo que abría la posibilidad de que hubiera participado una tercera persona); incluso un sobrino del cardenal prestó declaración apuntando otras posibles autorías... De todo ello no quedó aparentemente nada en muy poco tiempo. Con el paso de los años los historiadores han acabado por dar por bueno que Ascaso y Torres Escartín fueron los únicos asesinos del cardenal.

Queda, eso sí, una 'condena' cuyo origen se desconoce porque no está escrita en ningún lado. Desde hace décadas se cree que el Vaticano impuso como 'castigo' a Zaragoza, la ciudad de las dos catedrales, que no volviera a tener a un cardenal al frente de la diócesis hasta que no pasaran 100 años del suceso.

Cardenales 'zaragozanos', en un concepto amplio, ha habido seis. Dos nacieron en Zaragoza aunque no estuvieron al frente de la diócesis: Jerónimo Javierre en el siglo XVII, que lo fue sin ser obispo, y José María Bueno Monreal en el XX, que fue obispo de Vitoria y arzobispo de Sevilla. Otros dos ya habían recibido la púrpura cuando se les destinó a Zaragoza: Francisco de Paula Benavides, en el XIX, y Antonio María Cascajares, en el XX. Y dos más recibieron el capelo de quince borlas cuando se sentaban en el sillón arzobispal zaragozano: Manuel García Gil y el propio Soldevila. Si la 'maldición' o castigo de este último tiene algo de cierto, quedará sin efecto a las tres y media de este domingo.

Garcia Vivancos, Garcia Oliver, Louis Lecoin, Pierre Odeon, Francisco Ascaso y Durruti en Montju.
Garcia Vivancos, Garcia Oliver, Louis Lecoin, Pierre Odeon, Francisco Ascaso y Durruti en Montju.
HA

Los Solidarios: Durruti, Ascaso, Torres Escartín

Los Solidarios fue un grupo anarquista nacido a fines de 1922 para hacer frente a la represión gubernamental y patronal contra el movimiento obrero de Barcelona. Formaron parte de ese grupo, entre otros, Buenaventura Durruti (primero por la derecha), Francesc ‘Quico’ Sabaté, Rafael Torres Escartín, los hermanos Alejandro y Francisco Ascaso (segundo por la derecha), Gregorio Jover o Joan García Oliver (segundo por la izquierda) que fue ministro de Justicia durante la Guerra Civil.

En los primeros meses de 1923 intentaron matar a Severiano Martínez Anido, el militar que estaba al frente de la represión anarquista en Barcelona. Refugiados Francisco Ascaso y Torres Escartín en Zaragoza, atentaron contra el cardenal Soldevila, y aunque el primero de ellos fue detenido, escapó de la cárcel de Predicadores en una fuga masiva organizada por los anarquistas en noviembre de 1923. Unos días antes, el 1 de septiembre, los miembros del grupo en libertad llevaron a cabo el famoso atraco a la sucursal del Banco de España en Gijón, en el que lograron 850.000 pesetas. La presión de las autoridades les hizo exiliarse a América Latina, donde cometieron más atracos. De vuelta a Europa, se establecieron en Francia, donde planearon matar a Alfonso XIII en una visita a París, y luego en Bélgica. Al declararse la Guerra Civil el grupo dejó de existir. Torres Escartín fue fusilado por las tropas franquistas en 1939 y Francisco Ascaso falleció en Barcelona el 20 de julio de 1936, en el asalto al Cuartel de las Atarazanas. Recibió un disparo en la cabeza.

 

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