La batalla del azúcar solo era el principio
Los padres de hoy luchamos contra molinos de viento. Queremos ser mejores padres que los que tuvimos y que nuestros hijos sean mejores hijos que nosotros. Y afrontamos la primera batalla: nosotros, contra el lineal del supermercado y la publicidad. Luchamos a brazo partido contra el azúcar, las grasas saturadas, los conservantes y el aceite de palma.
Con el mismo empeño, nos aplicamos a apuntarlos a teatro, robótica, inglés y malabares, y pedimos cita para el logopeda, el optometrista, el psicólogo o el coach. Aún faltan los deportes: damos cera al coche y comenzamos a recorrer pabellones municipales los sábados a las ocho de la mañana entre entusiastas bostezos.
Con todo, estos chicos y chicas, mimados y cuidados como si fueran jarrones chinos, se nos están rompiendo. Nuestros hijos de entre 10 y 14 años dibujan un dato siniestro y espeluznante: en 2022 su índice de suicidio creció un 134% respecto a 2020.
Esta semana dos hermanas gemelas optaron por quitarse la vida. Una lo consiguió y la otra permanece grave.
Los expertos apuntan al incremento de trastornos mentales y a la presión de las redes sociales, donde los adolescentes fían su autoestima a los ‘like’ y sustituyen los contactos personales por avatares sin alma.
Los productos dañinos para la salud se señalan pero no se retiran de los lineales. Las redes sociales crecen y se les abren las puertas de las aulas. Y los chicos con trastornos mentales no reciben la atención que deberían.
Los gigantes nos ganan.