Familias ucranianas rehacen su vida en Aragón: "Me subí al autobús para huir sin saber dónde iba y he tenido suerte"

Cuatro familias que han huido de la guerra relatan sus odiseas hasta llegar a la Comunidad, algunos por pura casualidad, y cómo han empezado a echar raíces.

Familias refugiadas ucranianas en Aragón
Familias refugiadas ucranianas en Aragón
Toni Galán/José Luis Pano/Tomás Santos

A punto de cumplirse el primer aniversario de la invasión de Ucrania por Rusia, cuatro familias que huyeron de la guerra en distintos momentos relatan cómo viven en Aragón, qué esperan del futuro a corto plazo y cómo el sueño de volver a su país se desvanece ante una escalada del conflicto armado y unas perspectivas de paz cada vez más lejanas. La historia de cada uno de ellos es una odisea imposible de resumir en unas líneas que, de momento, tiene su último episodio en localidades aragonesas en las que intentan hacerse con el español, encontrar trabajo y llegar a vivir de sus sueldos. 

Maksym Malaschenko, su mujer Irina y su hija Adelina de 16 meses
Maksym Malaschenko, su mujer Irina y su hija Adelina de 16 meses
Toni Galán

Maksym Malashchenko: junto a su mujer y su hija vive con sus padres de acogida en Zaragoza

"Me gustaría quedarme en Zaragoza, tristemente no veo futuro en mi país"

Maksym Malaschenko, su mujer Irina y su hija Adelina de 16 meses viven en el Actur con los padres zaragozanos de acogida de este joven de Poliske, localidad ucraniana situada dentro del área de control del desastre de Chernóbil. Llegó al hogar de Pilar Duarte y Carmelo Herrando con seis años y medio de la mano de la asociación Asistencia a la infancia. Regresó por navidades y en verano hasta los 18 años, después para estudiar y buscar trabajo. Siempre pensó que llegaría a afincarse en la capital aragonesa, pero ahora con más razón que nunca porque "tristemente no veo futuro en mi país", dice en un perfecto español.

A Irina le pidió matrimonio en las fiestas del Pilar de 2018 durante unas vacaciones y por amor regresó a su país, donde se casaron en febrero de 2019. Hasta que han podido estar los tres juntos en la capital aragonesa han vivido una auténtica odisea. Cuando el pasado marzo los bombarderos rodeaban la localidad en la que viven, Berezan, a unos 70 kilómetros de Kiev, decidieron que salieran Irina y la bebé porque él no podía. Pilar y Carmen acudieron a buscarla a la frontera de Rumanía. En mayo, ya liberada Bucha de "los orcos" ­–como se refiere Maksym a los rusos –quiso volver y allí estuvieron ellos de nuevo en la frontera de Polonia. Los ataques rusos a las centrales eléctricas, los continuos cortes de luz, el frío y el miedo a lo que pudiera ocurrirle a la pequeña les llevó a un viaje de cinco días hasta que el pasado 5 de diciembre llegaron a Zaragoza.

Él pudo salir porque tiene una "minusvalía de tercer grado" por un neumotorax bilateral, aunque todos están en alerta y con miedo ya que le pueden llamar a filas "en cualquier momento". Hace dos semanas empezó a trabajar en una empresa de automoción y está "encantado". Para Irina, administrativa en un hospital en su país, el problema es que no acaba de expresarse en español y echa mucho de menos a los suyos. Tienen amigos en la "zona caliente" de Bajmut que les cuentan que de allí solo se sale "muerto o herido".

Alina Panferova en el vestíbulo del Albergue de Zaragoza
Alina Panferova en el vestíbulo del Albergue de Zaragoza
Toni Galán

Alina Panferova: llegó hace once meses al albergue zaragozano en el que ahora trabaja

"Me subí al autobús para huir sin saber dónde iba y he tenido suerte"

Alina Panferova llegó al Albergue de la calle Predicadores de Zaragoza con su hija de 9 años el 28 de marzo del año pasado en un autobús junto a otros sesenta compatriotas. Trabaja desde hace ocho meses en la limpieza de este alojamiento que se ha convertido en un lugar de acogida de refugiados de todas las nacionalidades gestionado por la Fundación Cepaim. Hace dos meses que ya vive en su propio piso en el barrio.

Cuando echa la vista atrás, cuenta que su marido falleció por una enfermedad tres días antes de comenzar la guerra y huyeron de Kiev poco después. Tras pasar unas semanas en uno de los campos de desplazados de Polonia, se subió "a la desesperada al autobús sin saber dónde iba, si era España u otro país, pero he tenido mucha suerte". Unas palabras que traduce Victoria, que también escapó de la guerra y trabaja para Cepaim.

Es la segunda vez que Alina se ha visto obligada a salir de su hogar de forma precipitada. Lo hizo en 2014 a raíz del conflicto que entonces se vivió en la zona del Dombás, primero a la región del Cáucaso y luego a la capital ucraniana. Por eso, tiene claro que "al menos durante los próximos cinco años no pienso volver". "Aquí mi hija va a tener mejores perspectivas de futuro -asegura-. Los dos primeros meses fueron muy duros, yo estaba muy perdida porque no veía qué podía hacer aquí e incluso me planteé volver. Mi hija solo quería regresar a casa, pero desde que va al colegio dice que únicamente de visita".

Esta licenciada en Economía y Finanzas, que llevaba la contabilidad de empresas en su país, tiene el corazón en un puño porque sus padres residen en una zona ocupada por Rusia y no puede "tener ningún contacto directo con ellos, no hay ninguna comunicación posible, sé cómo están gracias a mi hermana que vive en Rusia".

En el Gancho ha arraigado una pequeña colonia de ucranianas, madres solas con hijos "que somos amigas y nos ayudamos unas a otras a salir adelante".

Anastasia, en el centro, junto a Okasana, a la derecha.
Anastasia, en el centro, junto a Oksana, a la derecha, acompañadas de sus hijos.
José Luis Pano

Anastasia y Oksana: desde hace meses su hogar está en Peralta de la Sal

"Mis hijos sienten seguridad y están felices, si ellos lo están yo también"

Anastasia, de 38 años, llegó en mayo del año pasado al albergue de los Padres Escolapios de Peralta de la Sal junto a su marido Hennadi y sus tres hijos Tigran, Emilia y Nonna, de 17, 16 y 12 años. Desde septiembre trabaja como camarera en el albergue. Su marido fue contratado por la empresa agroalimentaria de Barbastro Julián Mairal. Su hijo mayor es una figura del equipo de fútbol juvenil de la U.D. Barbastro. Con sus hermanos, acude al instituto Mor de Fuentes de Monzón.

"Hemos hecho muchos amigos en Peralta. Estamos muy bien y agradecidos a los Escolapios, a Accem y a los vecinos, pero sufrimos porque la situación es muy difícil. Queremos volver, pero ahora no podemos porque mi ciudad, Nikopol, sufre bombardeos desde junio y está cerca de una central nuclear", cuenta Anastasia.

Su marido apunta que "de los 80.000 habitantes ha pasado a 25.000. La situación está muy mal ahí. Nuestros hijos se quieren quedar", señala Hennadi, quien agradece encarecidamente a los responsables de Mairal, los Escolapios y a Luis Fuster, primer teniente de alcalde de Peralta, el apoyo que han recibido desde que recalaron en esta localidad altoaragonesa en la que han empezado a echar raíces.

Oksana Kravchenko, separada de 41 años y dos hijos Illia (9 años) y Margarita (7) llegó en abril a Peralta con la oenegé Accem. También es camarera y reconoce que en nuestro país se siente "mejor que en Ucrania porque mis hijos tienen seguridad y están muy felices. Si ellos lo están yo también".

Aunque parte de su familia y de su corazón están en su país, tiene claro que de momento el retorno es imposible. "Cada día hablo con mis padres que viven en zona ocupada, en Jersón. Me gustaría volver, pero no puedo. Pensando en mis hijos lo mejor será vivir en España, de momento vivo en el albergue, pero me gustaría tener un piso y quedarme. Me gusta la gente de aquí".

Oksana Koval y su hijo acaban de llegar a Andorra
Oksana Koval y su hijo han llegado esta semana a Andorra
Tomás Santos

Oksana Kova: profesora de informática, acaba de llegar a Andorra con su hijo de la mano de Forestalia

"Sueño con volver a mi escuela, echo de menos las clases con mis alumnos"

En la zona más al norte de Ucrania, entre Kiev y Bielorrusia, Chernihiv fue una de las primeras ciudades ucranianas en ser ocupada por fuerzas rusas. Un año hace de su primer sitio, y desde allí salió Oksana Koval con su hijo, dejando a todo el resto de sus familiares allí. "Soy profesora de nuevas tecnologías, y doy clases a niños entre los 8 y los 12 años", explica. Convive desde el pasado miércoles en Andorra con otros 200 refugiados procedentes de todos los rincones del país, el contingente que ha llegado al Centro de Estudios Ambientales Ítaca. Vienen bajo el amparo del proyecto solidario de la empresa de energías renovables Forestalia. Ha fletado ya cuatro autocares con ciudadanos huidos de la guerra, el viaje parte de la ciudad polaca de Cracovia, 2.500 kilómetros de trayecto hasta la localidad turolense.

Aquí estas 200 personas son beneficiarias de un programa que incluye formación de iniciación a la lengua castellana y recursos para la empleabilidad, para la que Forestalia pone a disposición oportunidades para la integración laboral en los proyectos de la empresa atendiendo a los perfiles personales. Son trabajadores cualificados, con oficios, como Oksana, maestra: "Me encantaría volver a mi escuela, sueño con ello, echo de menos las clases". Otro 50 refugiados llegarán en un próximo contingente.

"La principal prioridad es el empadronamiento y la tarjeta sanitaria, sobre todo para los más pequeños", explica Maria Morska, también refugiada, con un muy alto nivel de castellano que le permite coordinar y mediar en esta ayuda entre las empresas e instituciones aragonesas y sus compatriotas recién llegados. Forestalia asume el transporte, manutención y alojamiento. Y una veintena de voluntarios dan clases, talleres y acompañamiento en salidas y excursiones por Andorra y la comarca. Un total de 2.288 ucranianos registra el Instituto Aragonés de Estadística como residentes en Aragón, de los que alrededor de un 15%, contando los que están en Andorra, viven ya en la provincia de Teruel.

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