Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Conservación de la diversidad

Del agricultor a los bancos de germoplasma

Conservar la diversidad cultivada es clave para la supervivencia de las especies vegetales y, por ende, de la especie humana.

Los bancos de plantas mantienen vivas las especies en colecciones de campo.
Los bancos de plantas mantienen vivas las especies en colecciones de campo.
CITA

Hicieron falta grandes desastres, como la hambruna de la patata, para tomar conciencia de la gran dependencia de nuestra dieta de la supervivencia y resistencia de las especies vegetales a plagas y enfermedades. Una sola enfermedad, causada por el hongo Phytophthora infestans, arrasó, en 1840, con toda la producción irlandesa de patata, dependiente de una única variedad de esta especie (y por desgracia susceptible a dicha enfermedad), ocasionando la muerte de un millón personas y la emigración de otro millón fuera de la isla.

Hechos como este llevaron a la FAO (Organización Internacional para la Alimentación y la Agricultura) a concienciar a los países acerca de la importancia de conservar la diversidad cultivada para la supervivencia de las especies vegetales, y, por ende, de la especie humana.

Diversidad cultivada

Desde hace 10.000 años, con el comienzo de la agricultura, y hasta mediados del siglo XX, la labor de conservación de la diversidad cultivada estuvo en manos de campesinos y agricultores de todo el mundo, que cultivaron generación tras generación variedades y especies adaptadas a las condiciones tanto de su terreno como de su clima y útiles para su alimentación y su estilo de vida.

La revolución agrícola del último siglo, protagonizada por la introducción de nuevas variedades mejoradas, la globalización del material vegetal, el abandono del medio rural y una mecanización e intensificación de la producción agrícola nunca antes vista, marcó el comienzo de la desaparición de esta diversidad agrícola, hasta entonces conservada viva en manos de los agricultores.

La comunidad científica, alertada por la FAO ante la drástica desaparición de variedades locales y la reducción de especies cultivadas, comenzó entonces a tomar el relevo en la conservación de la diversidad cultivada, en lo que se conoce como bancos de germoplasma, que se encuentran dispersos por todo el mundo, con el fin de recuperar, conservar, estudiar y facilitar la utilización de la variabilidad de las especies cultivadas.

A día de hoy, afortunadamente, la sociedad se encuentra lo suficientemente concienciada con la pérdida de biodiversidad, de tal modo que existen interesantísimas iniciativas sociales, como las redes de semillas, las bibliotecas de semillas, las redes de hortelanos, que contribuyen y colaboran con la misión, no imposible, de frenar la pérdida de la biodiversidad cultivada.

Salvar el sabor de las picotas

En los bancos de semillas, las cámaras refrigeradas mantienen la viabilidad de los reservorios de semillas durante décadas, incluso durante siglos. Pero no todas las especies cultivadas se propagan habitualmente por semilla. Existen algunas especies, como los árboles frutales, la patata, la caña de azúcar o el espárrago, que habitualmente se propagan vegetativamente, por injertos, esquejes, tubérculos o acodos. Los bancos de germoplasma de estas especies de reproducción vegetativa no son bancos de semillas, sino bancos de plantas, que se mantienen vivas en colecciones de campo.

El Banco de Germoplasma de Frutales del Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria de Aragón (BGF-CITA) comenzó su labor en los años sesenta del siglo XX con la recolección y conservación de variedades antiguas de frutales de todo el territorio regional y nacional, así como de variedades de referencia internacionales, con el fin de evitar la pérdida de variabilidad dentro de las especies frutales más cultivadas en nuestra región.

El BGF-CITA está compuesto por 10 colecciones de campo, que albergan en total más de 1.500 variedades, tanto de frutales de hueso (albaricoquero, almendro, cerezo, ciruelo y melocotonero) como de frutales de pepita (manzano, peral y membrillero). Además, incluye una colección de portainjertos de hueso y de pepita, así como otra de especies silvestres emparentadas con el almendro prospectadas en 1975 en las estepas de Irán y Afganistán por un equipo mixto de investigadores del CITA (entonces denominado SIA, Servicio de Investigación Agroalimentaria) y del INRA francés (Institut National de la Recherche Agronomique).

Sabores de antes, como los albaricoques moniquí, las dulces cerezas picotas, las pavías (y con ello nos referimos al término aragonés ‘pavía’, es decir, nectarinas) amarillas de carne dura, los melocotones tardíos, las almendras larguetas, las manzanas verdedoncellas, las ciruelas claudias, los aromáticos membrillos, los ceremeños y peras sanjuaneras, entre muchos otros, se encuentran a buen recaudo en las fincas del CITA, tanto en Montañana como en La Garcipollera, en el Pirineo aragonés, donde se mantiene una colección de más de 500 variedades de frutales tanto de hueso como de pepita recuperados de zonas de montaña de Aragón.

Pero no todo el interés de los bancos radica en caracteres aparentemente atractivos por el consumidor. Caracteres menos visibles, como resistencia a enfermedades, adaptación a ciertas condiciones medioambientales (tanto climáticas como del suelo), contenido de compuestos de interés para la salud (antioxidantes, antocianinas, tocoferoles…), son rasgos interesantes que hacen que una variedad que a priori no sea interesante a nivel comercial sea de gran interés para su futuro uso en programas de mejora genética que puedan incorporar estos rasgos en variedades comerciales.

Un universo frutal

El Banco de Germoplasma de Frutales del CITA se mantienen a día de hoy 46 variedades de albaricoquero, 25 de ellas de origen español; 168 variedades de almendro, de las cuales 79 son locales españolas; 27 ejemplares de 9 especies silvestres emparentadas con el almendro; 169 variedades de cerezo, de las cuales 54 son de origen español; 125 variedades de ciruelo europeo y japonés, 86 de ellas locales españolas; 276 variedades de melocotonero, nectarina y paraguayo, 115 de ellas españolas; 302 variedades de manzano, 231 de las cuales son locales, y 300 de peral, siendo 201 españolas. Además, se mantienen más de 100 clones de portainjertos, 96 de los cuales son de hueso y 10 de pepita.

Todo un universo frutal, en Aragón, lleno de colores, aromas, sabores y texturas, representación de la diversidad no solo de Aragón y España, sino del panorama mundial de los recursos frutales.

La diversidad contenida en las colecciones de germoplasma solo tiene sentido si es utilizada, bien en su reintroducción directa en sistemas agrícolas basados en material local, bien para proporcionar nuevos materiales mejorados y adaptados, para contribuir a una agricultura innovadora, adaptada al mercado y al cambio climático y capaz de responder a los nuevos desafíos gracias a la versatilidad del material conservado. Para ello, es necesario un buen conocimiento de este material, tanto en su comportamiento agronómico como en su variabilidad genética, mediante la caracterización del material frutal, tanto a nivel fenotípico a través de los descriptores consensuados internacionalmente (Bioversity International y/o UPOV-Unión Internacional para la Protección de las Obtenciones Vegetales), como a nivel genético, mediante el uso de marcadores moleculares.

Un grupo de 15 personas entre investigadores, técnicos de investigación, analistas de laboratorio y personal de campo del Departamento de Ciencia Vegetal del Centro de investigación y Tecnología Agroalimentaria de Aragón trabajan a diario para atesorar, ampliar, estudiar y divulgar este valiosísimo tesoro vegetal.

Mayte Espiau, Javier Rodrigo, Ana Wunsch, Jose Manuel Alonso, María José Rubio-Cabetas, Ana Pina y Pilar Errea Departamento de Ciencia Vegetal del Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria de Aragón

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