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“Si se cuidara más la oferta de vivienda en los pueblos, vendría a vivir mucha más gente”

Clara Bescós es de Zaragoza pero tiene su residencia en Arguis, donde por suerte pudo alquilar una casa en septiembre de 2020. Junto con su pareja, fueron para nueve meses y ya han cumplido dos años.

Clara Bescós, en su espacio de trabajo con vistas al pico La Calma.
Clara Bescós, en su espacio de trabajo con vistas al pico La Calma.
Heraldo

Aunque a Clara Bescós y su pareja ya les parecía desde hacía tiempo que la ciudad no era para ellos, fue tras el confinamiento por la pandemia cuando se plantearon seriamente salir de Zaragoza y empezar su vida en otro lugar. Los padres de ella tenían una casa en el Pirineo y ya anteriormente siempre que podían se escapaban. Pero en septiembre de 2020 dieron el gran salto y se mudaron a la localidad oscense de Arguis. Por suerte, encontraron una familia que alquilaba su casa y se quedaron en ella. Su idea inicial era ir para nueve meses, a probar qué tal. La respuesta es obvia, puesto que ya llevan viviendo allí dos años.

Clara trabaja en una agencia de comunicación y marketing de Zaragoza y, por su profesión, puede teletrabajar y desplazarse de vez en cuando a la ciudad. Su pareja trabaja en Huesca, de hecho que a él le ofrecieran un empleo en la capital oscense fue determinante para tomar la decisión de mudarse a Arguis. “Ahora vivimos en el campo, en el pueblo, que es donde a mí me gusta estar. Para mí esta ha sido una decisión vital porque lo que me aporta vivir en el medio rural es lo que construye mi felicidad”, asegura.

En estos dos años, Clara ha estado haciendo comunidad en el pueblo e integrándose no solo para hacer amigos y tener algo de compañía, sino también para recuperar un poco la vida en los pequeños núcleos como Arguis. Allí, en invierno, viven unas 150 personas, aunque en verano la población se triplica. “Llegamos en un momento muy raro porque la pandemia estaba todavía muy activa. Todas las actividades del pueblo se habían quedado en stand by, la gente estaba en sus casas… Al principio fue extraño pero conforme pasó el tiempo fuimos conociendo a gente y nos dimos cuenta de que hay muchos jóvenes como nosotros, y todos tenemos un poco la misma filosofía de vida”, explica Clara. En su misma calle viven cinco vecinos durante todo el año y eso a ella le hace sentir más segura y con verdaderas ganas de tener trato con el que vive en la puerta de al lado.

Desde la mesa donde trabaja ve el Pico La Calma, algo “bastante inspirador”, como ella dice. En una de las habitaciones de la casa, Clara se ha montado su estudio de trabajo y, ahora, en su tiempo libre, da paseos por el bosque. “Cuando vivíamos en Zaragoza sentíamos que estábamos siempre con lo mismo, y nos consumía. Queríamos otro tipo de vida y de ocio”. De su nuevo hogar aprecia también que su rutina se guía más por el ritmo natural del día. “Cuando se hace de noche, se acabó el día, no puedes ir a cenar a un restaurante o a ver una película en el cine. A nosotros esto nos está equilibrando biológicamente y nos sienta muy bien”, confiesa. Al mismo tiempo, reconoce que no es fácil vivir en un pueblo durante el largo y frío invierno.

Madrid, Barcelona, Zaragoza, Colombia y ahora, Arguis

Clara y su pareja son de Zaragoza, donde se conocieron. Han vivido en Madrid, en Barcelona y un año y medio en Colombia. Después, pasaron una temporada entre la capital de España y la aragonesa hasta que, finalmente, ambos encontraron trabajo en su ciudad natal. Pero lo que a ellos de verdad les llama es el medio rural y la naturaleza. Por eso, hace dos años, escucharon esa llamada interior que les decía que tenían que cambiar su forma de vida. Animados porque sus condiciones laborales se lo permitían, se atrevieron con este giro de 360 grados y no pueden estar más felices. “Siempre que las circunstancias de vida lo permitan, animo a quienes estén pensando en salir de ciudad que lo hagan. Que prueben porque esto sí que es calidad de vida”, defiende.

"Entre la gente joven intentamos recuperar la vida rural y que haya comunidad"

En su caso concreto, disponer de conexión a internet con fibra ha sido imprescindible para poder mantener su teletrabajo sin problema. Además, de Arguis destaca como ventajas que está bien comunicado por carretera, a apenas diez minutos de Huesca y a 50 de Zaragoza. Estas dos cuestiones, junto con disponer de un lugar para vivir, son para Clara las tres claves fundamentales que facilitan tomar la decisión mudarse al medio rural. “Si se cuidara esto en más pueblos, mucha más gente se vendría a vivir aquí. Trabajar en ello es fundamental para dar vida a los pueblos”, asegura, sobre todo en lo referente a que las instituciones fomenten de alguna forma la disponibilidad de vivienda. “Nosotros estuvimos mirando en varios sitios y había casas vacías que llevaban años cerradas pero sus dueños ni las venden ni las quieren alquilar”, lamenta.

Ellos tuvieron suerte de encontrar su sitio en Arguis y ahora, en sus planes, no hay otra alternativa más que seguir construyendo una vida allí. Ambos están empadronados ya allí y cada vez forman más parte de la comunidad. “Este año ya se han retomado las fiestas del pueblo, en las que se hace una cena popular en la plaza, y hemos podido seguir conociendo a los vecinos”, asegura. También han participado en varios talleres que se han organizado a lo largo del verano, como uno para preparar jabones naturales y vivir en una casa sin tóxicos. “A partir del mes que viene tendremos clases de yoga dos tardes a la semana”, dice, orgullosa de, en unión con otras vecinas, haber conseguido un servicio más para el pueblo.

Así es como, día a día, y ya fuera del horario laboral, Clara trabaja en algo mucho más importante: “Entre la gente joven intentamos recuperar la vida rural y que haya comunidad”. Y parece que van por el buen camino ya que, según comentan los vecinos de toda la vida, hacía mucho tiempo que en Arguis no había tanto movimiento. De hecho, la localidad está entre las que más ha crecido en censo en los dos últimos años. Para darse cuenta no hay más que pasar por la plaza una tarde cualquiera donde, dice Clara, ahora juegan una veintena de niños, cuando hace apenas unos años no había ninguno.

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