La Antigua Fonda de Villel, el negocio que Olivia y Chema rescataron para quedarse en el pueblo

Casados desde hace 18 años, ambos descienden de la localidad y, tras haber vivido ella en Valencia y él en Teruel tenían claro que su vida juntos iba a ser en Villel.

Chema Pérez y Oliva Rodero llevan la casa rural y restaurante de Villel desde hace dos décadas.
Chema Pérez y Oliva Rodero llevan la casa rural y restaurante de Villel desde hace dos décadas.
H. A.

Aunque parece que ellos rescataron el negocio, en cierto modo, los rescatados fueron ellos. Olivia Rodero y José María Pérez son un matrimonio que descienden del pueblo y, aunque durante una etapa vivieron ella en Valencia y él en Teruel, desde hace más de 20 años están donde siempre habían soñado, viviendo en su pueblo. Y esto es posible porque desde entonces, además de matrimonio, son compañeros de trabajo. Juntos decidieron embarcarse en la aventura de regentar La Antigua Fonda de Villel, una casa rural que también es restaurante.

El edificio fue construido en 1914 por Saturnino Yagüe y Flora Mínguez. Empezó a funcionar como fonda ese mismo año, en el primer y segundo piso. La planta baja se empleaba como tienda, almacén y cuadras para las caballerías. Después, la propiedad se dividió en dos por temas de herencias y uno de los dos hermanos continuó con el negocio. En todo este tiempo el establecimiento ha experimentado mejoras y su aspecto actual muestra una casona antigua en el exterior. En la planta baja ahora hay un restaurante con salón privado y terraza y los dos pisos superiores albergan las seis habitaciones dobles reformadas que ofrece la Fona. Todas tienen baño privado y una pequeña sala de estar.

Historias no le faltan a la fonda de Villel, que durante la guerra fue hospital e incluso sufrió un bombardeo. De aquello ha pasado mucho y las páginas actuales las escribe un matrimonio de trabajadores natos a quienes su amor por el pueblo les decidió a tomar este nuevo camino. Ninguno de los dos había trabajado previamente en algo así. Chema tenía una empresa de construcción que tuvo que cerrar con la crisis y Olivia siempre había ocupado puestos de administrativa. Nada relacionado con trabajar de cara al público y en el sector de la restauración y el turismo.

Pese al miedo del comienzo y a pasar una primera época complicada, este matrimonio turolense no puede estar más contento de la decisión que tomaron. “Lo vimos como una oportunidad, pese a que a los anteriores dueños les había ido mal”, asegura Chema. Cuando se enteraron de la posibilidad de hacerse con este negocio ambos andaban buscando un cambio y, sobre todo, les movió el hecho de que de esta manera su pueblo no se quedaba sin este servicio. En estas más de dos décadas de andadura han ido adaptándose a las distintas situaciones y también han ido aprendiendo a separar el trabajo de su matrimonio. Su principal regla es no comentar nada relacionado con la fonda cuando salen de ella y se van a casa.

La pandemia ha marcado un antes y un después en su negocio. A raíz de aquello ahora solo abren a la hora de las comidas (de 13.00 a 15.30 todos los días) y también dan cenas aunque en invierno solo los fines de semana o para quienes están alojados en las habitaciones. Los huéspedes también pueden desayunar. De la cocina se encarga Chema, a quien siempre le ha gustado la cocina y desde que lleva este restaurante se dedica a trasladar las recetas caseras de siempre a un público más amplio. “Ahora que no abrimos por las mañanas, nos hemos apuntado a la escuela de hostelería para prepararnos por si acaso. Acostumbro a leer muchos libros pero no es lo mismo”, explica el cocinero, ya que han observado cómo, aunque mucha gente demanda comida casera, cada vez son más quienes quieren creaciones más vanguardistas.

En cualquier caso, las gachas típicas de la zona, preparadas con una masa a base de harina y agua más el correspondiente acompañamiento, es el plato que más triunfa. “Incluso vienen desde Zaragoza o Valencia a propósito para probarlas”, asegura Olivia. Ella es quien se ocupa de atender a las mesas y tiene el contacto directo con el cliente y con sus gustos. También se encarga de preparar las habitaciones entre un huésped y otro o de gestionar las reservas de la casa rural. Todo lo hacen entre ellos dos desde la pandemia. “Hemos pasado malos años y no podemos contratar ahora a nadie de refuerzo, como hacíamos antes”, lamentan. “Contratar a una persona cuesta mucho dinero y, además, nos cuesta mucho encontrar a gente en la zona”, matiza Chema.

Por su cercanía con Teruel, la gran mayoría de quienes se alojan en La Antigua Fonda de Villel son turistas, sobre todo parejas. También se dejan caer por allí familias, que visitan la zona con el reclamo de Dinópolis. Desde junio, este matrimonio que tiene dos hijas en plena adolescencia no ha parado de trabajar ni un solo día. Antes de que la vorágine del verano empiece y cuando las niñas ya tienen vacaciones, aprovechan para cogerse una semana libre y hacer un viaje con ellas. Durante el resto del año quizás guarden algún día de fiesta pero ya se sabe, cuando el negocio es de uno, no hay horas en el reloj.

 

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