"Me fui a vivir a Riodeva porque no quería criar a mis hijos en una gran ciudad”

Nieves Romero lleva desde hace casi diez años las piscinas y el albergue de su pueblo, al que se mudó para poder formar una familia en la tranquilidad del medio rural.

Nieves Romero, con sus hijos Edgar e Iris, en la puerta del albergue de Riodeva.
Nieves Romero, con sus hijos Edgar e Iris, en la puerta del albergue de Riodeva.
Heraldo.es

Nieves Romero nació en Barcelona pero ella se considera de Riodeva. Es su pueblo, donde nacieron sus padres y donde ella se ha criado. Cuando era niña pasaba allí las vacaciones y conforme se hizo mayor las visitas fueron aumentando y todos los meses pasaba dos fines de semana en la localidad. Cansada de vivir en una gran ciudad y con miedo a tener hijos y criarlos allí, decidió empezar una nueva vida en la tranquilidad del medio rural.

Su marido, David, encontró trabajo en la mina de Riodeva y ella se mudó un tiempo después. Desde aquello ha pasado una década y ahora son una familia de cuatro miembros. Primero llegó Edgar, su hijo mayor, y después Iris. Son dos de los cinco alumnos que tiene la escuela de Riodeva y, gracias a ellos y a otras familias, este servicio se mantiene en el pueblo. Y eso que, como bien sabe Nieves, los pueblos cada vez van a menos. “En mis tiempos íbamos en la cuadrilla 40 personas y ahora somos 20”, ejemplifica.

Durante el invierno, los habitantes de este pequeño pueblo de la comarca de Teruel no llegan a los cien y, aunque en verano la población crece, lo hace solo durante los diez días alrededor de las fiestas. Sin embargo, el albergue y las piscinas van viento en popa ya que, además de los vecinos, reciben a muchos turistas, grupos de amigos, personas que salen a hacer deporte y también campamentos de niños y excursiones de colegios. Además, la proximidad de Titania, una de las sedes de Dinópolis, les beneficia.

Desde que Nieves se puso al frente de las piscinas municipales de Riodeva el negocio ha cambiado mucho. “El primer año el bar era un chiringuito de plástico como los que venden helados o están en la playa. No tenía ni agua y, aunque era pequeño, para mí por aquel entonces era suficiente”, recuerda. Al verano siguiente propuso al Ayuntamiento disponer de una caseta más grande y, un año más tarde, cogió también el albergue, que está junto a las piscinas y tenía un espacio reservado para bar que estaba en desuso. “Se recibió una subvención que se destinó a acondicionarlo y lo abrí en 2016”, añade.

“El primer año el bar era un chiringuito de plástico como los que venden helados o están en la playa. No tenía ni agua"

Desde entonces, Nieves ha ido realizando mejoras, como el acondicionamiento de la terraza, que está entre las actuaciones más recientes. Su temporada alta va desde marzo hasta octubre, con especial éxito de los fines de semana, puentes y el mes de agosto. Unos meses intensos y de no parar durante los que hay que hacer la caja suficiente como para aguantar el largo y duro invierno. “En ese tiempo de parón nos dedicamos al mantenimiento del albergue y también a disfrutar de mis hijos”, puntualiza. Y es que cuantas más vacaciones son para todos, menos lo son para Nieves, quien gracias a que sus padres se mudaron al pueblo puede conciliar su vida familiar y laboral. “Su casa tiene dos plantas así que acondicionamos una para que fuera nuestra vivienda”, explica Nieves, que finalmente tomó esta decisión ante lo prohibitivo de los precios.

El auge de los campamentos de verano

Desde que Nieves regenta el albergue de Riodeva, la instalación está abierta al público entre marzo y octubre, los fines de semana, y en verano, todos los días. De esta forma consigue que su negocio sea rentable, siendo consciente de que no le sale a cuentas tener abierto a diario ni todo el año cuando no hay demanda suficiente. Pero, para su alegría, la temporada estival cada año es un poco más larga. Hace más calor y, este año, además, ha notado más demanda de colegios y campamentos de verano. “Hemos tenido tres colegios, entre mayo y junio, para hacer actividades en la naturaleza y conocer el entorno. También organizamos paseos a caballo y un circuito multiaventura. Además, todo el mes de julio y parte de agosto ha habido campamentos, siete en total; y acabamos de organizar una boda ahora en septiembre”. Todo esto, sumado a los visitantes habituales del mes de agosto ha hecho que Nieve tuviera que contratar a dos personas para el verano y una tercera en agosto.

“Hemos tenido tres colegios, entre mayo y junio, para hacer actividades en la naturaleza. También organizamos paseos a caballo y un circuito multiaventura. Hay campamentos en verano y acabamos de organizar una boda”.

Con jornadas interminables y mucho esfuerzo, Nieves lleva diez años sacando adelante su propio negocio. Aunque ahora todo va más o menos rodado, reconoce que los comienzos fueron duros. “Los principios siempre cuestan pero luego ves que llega tu recompensa. Durante el verano se trabaja mucho pero luego desde octubre a marzo solo abro para grupos porque no sale a cuenta abrir el albergue para una o dos personas”, explica. En esta aventura le acompaña su marido, David, quien al cerrar la mina en la que trabajaba se centró de lleno en el albergue. Con tan mala suerte de que justo cuando habían empezado a mover el tema de los campamentos y colegios llegó la pandemia. “Además, nos pilló saliendo del invierno, después de haber estado cinco meses cerrados y cuando iba a empezar nuestra temporada buena”, lamenta Nieves. Afortunadamente, David encontró otro trabajo y gracias a una ayuda municipal de 600 euros pudieron ir pagando algunos gastos del albergue. “Si no, tendríamos que haber cerrado”. Algo que para esta emprendedora era impensable. “Me daba mucha pena porque es mi negocio, lo he levantado yo y quiero vivir en mi pueblo”, defiende, orgullosa de haber salido del paso.

Antes de instalarse en Riodeva, Nieves había trabajado algo en hostelería y, en aquel momento, estaba en una panadería, pero nunca antes había llevado su propio negocio. La pasión por el medio rural y por su Riodeva así como el anhelo de ver a sus hijos crecer en ese entorno la empujaron a dar el salto. Diez años después y con muchas horas de trabajo a la espalda, sigue al pie del cañón para ofrecer el mejor servicio y, de vez en cuando, coger unos días de merecidas vacaciones.

 

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