Las familias afganas en Aragón un año después: "Llevo a mi país en mi corazón, pero veo muy difícil poder volver algún día"

Lograr un empleo y alquilar una vivienda son las principales carencias para los refugiados que huyeron de los talibanes.

Shapoor y Afifa Yawari, Nasim y Zainab Abduh con su hijo de 7 meses que nació en Zaragoza y Sayed Habibuah Ammadzada son tres familias afganas que intentan echar raíces en Aragón
Shapoor y Afifa Yawari, Nasim y Zainab Abduh con su hijo de 7 meses que nació en Zaragoza y Sayed Habibuah Ammadzada son tres familias afganas que intentan echar raíces en Aragón
Toni Galán/Heraldo/José Miguel Marco

Hace ahora un año llegaron huyendo del terror talibán que los consideraba enemigos por haber colaborado en Afganistán con el Gobierno español, especialmente con militares. Los refugiados afganos, en su mayoría familias con varios hijos y abuelos, empezaron así una nueva vida no exenta de dificultades para lograr su autonomía económica y social y echar raíces. Doce meses después, lograr un trabajo y alquilar un piso para no depender de las ayudas gubernamentales del programa de protección internacional son sus principales necesidades. Aunque muchos tienen un buen nivel de español y alta preparación, con estudios universitarios, los obstáculos no son pocos.

De aquella Operación Antígona, como se llamó a las evacuaciones, se quedaron en Aragón varias familias. A ellas se han sumado en las últimas semanas 65 personas más que emprenderán un itinerario similar al que ellos han seguido en organizaciones como Accem, Cruz Roja, Fundación Cepaim, Fundación Apip- Acam, YMCA y la Fundación Iniciativa Solidaria Ángel Tomás.

Nasim Abduh, de 30 años, y su mujer Zainab, de 27, tuvieron a su primer hijo en Zaragoza el pasado 4 de enero. Nasim, que es ingeniero civil, se refiere a él como un "afganomaño" y fue su auténtico regalo de Navidad tras un angustioso periplo. Un chivatazo gracias a un hermano vinculado al Gobierno les hizo abandonar Afganistán a finales de julio y el 27 de ese mes llegaron a Barcelona, donde tras dos meses recalaron en la capital aragonesa. Pidieron un visado para venir de vacaciones a España.

La pareja, junto al pequeño Menhram, vive en un piso de la Fundación Cepaim junto a otros refugiados venezolanos ­–ocho personas en total-, que le han pegado un gracioso "ahorita". Además de estudiar castellano ha aprendido de carretillero y hace cuentas sobre el coste de la vida. Le preocupa la situación de su hermano que se exilió a Irán y está intentando que pueda venir. Para despedirse busca lo que desea decir en el traductor del teléfono móvil: "No queremos que el mundo reconozca a los talibanes".

Shapoor y Afifa Yawari, esta semana, paseando por los alrededores de La Aljafería de Zaragoza
Shapoor y Afifa Yawari, esta semana, paseando por los alrededores de La Aljafería de Zaragoza
José Miguel Marco
"Nuestro sueño ahora es encontrar un trabajo y poder alquilar un piso"

Shapoor Yawari, de 35 años, enseña en el móvil fotografías de los soldados españoles con los que trabajó como traductor en Herat y de alguno dice que fue su "mentor". Afifa, de 32, era profesora de cultura islámica. El 27 de agosto hará un año que llegaron a España con su dos hijas, de 5 y 3 años, y la hermana de él de 18. Para Shapoor era importante salir de su país también con ella porque con la llegada de los talibanes se ha prohibido a las chicas mayores de 11 años asistir a la escuela y "quiero que estudie y llegue a la Universidad si puede". También temía que acabara casándose "obligada" o algo peor.

"Nuestro sueño ahora es encontrar un trabajo y poder alquilar un piso", dice Shapoor en un castellano que estudió en la universidad y que lucha por mejorar. Y repite varias veces a lo largo de la entrevista que estos son sus "dos problemas graves". En el marco del programa de protección internacional cuentan con el apoyo de la Fundación Cepaim. Tienen cubiertos sus gastos esenciales, pero después de 12 meses ha llegado la hora de pasar a la fase de autonomía y alquilar una vivienda a su nombre, aunque la organización responda por ellos. El itinerario dentro de este plan del Ministerio de Inclusión suele durar un máximo de año y medio y el tiempo corre en su contra.

Durante el curso acudieron a clases de español en la Escuela Oficial de Idiomas y ahora siguen en verano con personal de Cepaim. "Poco a poco voy entendiendo y hablando un poco más", apunta Afifa, que lleva su cuaderno de apuntes bajo el brazo y le va echando algún que otro vistazo. Le gustaría encontrar un empleo relacionado con el cuidado de niños. Shapoor ha hecho cursos de mecánico de fábrica y de fontanería y electricidad y está dispuesto a enganchar "de lo que sea y sepa hacer, para mí es muy importante empezar a trabajar ya". Sus hijas, cuentan, se han integrado "muy bien" en el colegio y la guardería. La hermana de Shapoor ha hecho secundaria en un instituto porque su nivel de español no le permitía cursar el bachillerato que le correspondía por su edad. Están agradecidos con el Gobierno español y con los profesionales de Cepaim. De Zaragoza, donde quieren quedarse, les gusta sobre todo que "la gente es muy amable".

Sayed Habibu Ammadzada en la terraza del edificio de Cruz Roja en Zaragoza.
Sayed Habibu Ammadzada en la terraza del edificio de Cruz Roja en Zaragoza.
Toni Galán
"Mi hijo pequeño tiene terror a los aviones porque los relaciona con los talibanes que pegaban"

Su buen nivel de español, es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Kabul, le ha permitido encontrar un trabajo en un almacén de un laboratorio cosmético de Zaragoza. Tiene contrato desde el pasado junio y aunque Cruz Roja continúa siendo su referencia dentro del programa de protección internacional prácticamante ha alcanzado su autonomía. Pisó suelo español el 22 de agosto con su mujer, sus tres hijos –una chica de 12 años y dos niños de 11 y 6–, sus padres y su hermana soltera.

Recuerda aún con temor el vertiginoso periplo que vivió para escapar de Afganistán. En 2005 lo seleccionaron para colaborar como intérprete con las fuerzas españolas y acabó empleado en la Agregaduría de Defensa. Cuenta que los "peores momentos" de su vida los pasó cuando los talibanes tomaron el poder y "sabía que si me pillaban me iban a matar, no solo a mí, porque todo el mundo me conocía". Dejaron su hogar en la capital y se escondieron en casa de su hermana y su familia política. "Me estaban buscando, a mi padre le dijo un tendero del barrio que habían preguntado por nosotros". Llegar al avión que se fletó fue una odisea. "Me mandaron una ubicación al móvil y pasé dos horas con todos los míos para encontrarla. Fue un camino al aeropuerto militar que abrieron los españoles. Por el mismo sitio que pasamos, tres días después hubo una explosión".

Primero los derivaron a Murcia, pero pidió trasladarse a Zaragoza donde "tenía más conocidos y posibilidades de trabajar". Reconoce que sus expectativas no se han cumplido del todo, la convalidación de sus títulos "está resultando más complicada de lo que esperaba", y lamenta que aún hay gente que trabajó con los españoles y sigue en Afganistán.

Aunque lleva a su país "en mi corazón para siempre", tal como está la situación ve "muy difícil poder volver algún día". "Estoy aquí por mis hijos. En Afganistán se han perdido dos generaciones por los talibanes y ya vale, ellos se merecen una oportunidad", explica. Su hijo pequeño tiene terror a los aviones "porque los relaciona con los talibanes que pegaban". Y él aún prefiere contar su historia sin dar demasiados detalles.

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