Héctor Vallés: "Vivir el mundo de la sordera desde mis ojos de niño marcó mi vida"

Doctor en Medicina y Otorrinolaringólogo, Vallés (Zaragoza, 1952) es premio Colegiado de Honor 2022 del Colegio de Médicos de Zaragoza y realizó el primer implante coclear en Aragón.

Héctor Vallés, en su consulta en Zaragoza.
Héctor Vallés, en su consulta en Zaragoza.
Guillermo Mestre

¿Se ha avanzado mucho en la detección de la sordera en Aragón?

Muchísimo, hasta el extremo de que, desde 2002, cuando nace un niño en cuestión de días sabemos si su audición es normal mediante pruebas muy sofisticadas, como las otoemisiones acústicas.

¿Por qué es importante esta prueba en los recién nacidos?

Podemos detectar precozmente el defecto auditivo e iniciar, también precozmente, el mejor tratamiento para cada caso concreto: por ejemplo, nos permite realizar un implante coclear antes del año de vida del niño, y conectarlo con el mundo del sonido con la anticipación suficiente como para que el cerebro no se duerma para el mundo sonoro.

¿Cómo recuerda aquel primer implante coclear que realizó?

Con una intensa emoción. Hace treinta años, todos nosotros, los especialistas en Otorrinolaringología, lo vivimos como un milagro: era la primera vez en la historia de la Medicina que conseguíamos devolver un sentido perdido.

¿Qué siente cuando un niño recupera la audición?

Un gran orgullo profesional y una profunda gratitud hacia todas las personas que confiaron en mí: los padres, las asociaciones, los educadores y, por encima de todo, los otorrinolaringólogos de Aragón.

Antes de 1995 lo único que podían hacer era enviar a los niños a colegios especializados.

Así fue. Desempeñaron una labor llena de mérito, enseñando estrategias de comunicación como el lenguaje de los signos, que también utilizó nuestro Goya, y la lectura labial.

¿Siempre tuvo claro que quería ser otorrinolaringólogo?

Desde niño. La otorrinolaringología es una especialidad apasionante, de la que me enamoré irremediablemente desde mis primeros años de vida.

¿Fue una vocación familiar?

Mi padre también era otorrinolaringólogo, en un momento en el que el ejercicio de la profesión se llevaba a cabo en el propio domicilio del médico. El vivir el mundo de la sordera desde mis ojos de niño marcó mi vida.

Tiene una larga trayectoria en la Universidad de Zaragoza.

Sí, ocupando diversos puestos, unos 50 años: toda una vida.

¿Con qué se queda?

Me quedaría con todo: lo bueno, pero, también, lo que me supuso algún dolor. Me quedaría con cada uno de mis pacientes, con cada uno de mis alumnos y con cada uno de mis compañeros.

¿Qué le queda por hacer en la Medicina?

Continuar el trabajo emprendido. En general, los médicos lo seguimos siendo siempre. Ahora, me dedicaré al ejercicio de la medicina privada: ayudar, consolar y curar a mis pacientes. No creo que sirva para muchas cosas más…

Pronunció la lección magistral a los últimos graduados de Medicina, despidiéndose de toda una vida dando clase en la Universidad. ¿Qué consejos les dio?

Tras obtener el Grado de Medicina, hay pocos consejos originales que dar: son alumnos brillantes y maduros que van a elegir una especialidad médica concreta; pero dentro de cada una de ellas, solo hay una palabra mágica y común: el trabajo. En el mundo de la Medicina, ningún conocimiento o progreso aparecen casualmente. Detrás de cada paso, hay un enorme esfuerzo y un gran sacrificio personal.

Es también premio Colegiado de Honor del Colegio de Médicos de Zaragoza.

En estos momentos de mi vida, lo vivo como un reconocimiento que no merecía: había médicos mucho mejores que yo. Médicos más sacrificados, más capaces, y más brillantes. Nunca pensé que mi humilde trabajo pudiera merecer ser distinguido por mis compañeros.

¿A qué va a dedicar ahora su tiempo libre?

No quiero tener tiempo libre. Trabajaré hasta que mi vista o mi pulso me obliguen a retirarme. Y, entonces, me dedicaré a recordar la vida tan maravillosa e inmerecida que me ha correspondido vivir.

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