Historias de refugiados en Aragón: "Caí en manos de gente que traficaba con personas, este país ha sido una cura"

Un guineano víctima de trata, un afgano que ha tenido su primer hijo en Zaragoza, un ruso homosexual que huyó de su país y una ucraniana cuentan sus periplos vitales.

'Mesa de diálogo intercutural' celebrada este viernes en el Albergue de Zaragoza organizada por la Fundación Cepaim.
'Mesa de diálogo intercutural' celebrada este viernes en el Albergue de Zaragoza organizada por la Fundación Cepaim.
José Miguel Marco

Lamine, de 31 años, escapó de Guinea-Conakri en 2020 por razones políticas por su posicionamiento contra el entonces presidente del Gobierno tras introducir una nueva Constitución que le permitía presentarse para ser reelegido. Fue secuestrado y cuando huía por la frontera con Mali cayó en manos de una red de trata de personas que le condujo a Marruecos. "Allí un hombre me dijo que tenía que devolverle el dinero que había pagado por mí". Le obligó a subirse a una patera –"no pensaba sobrevivir"–, que llegó a las costas de Fuerteventura.

Este viernes fue la primera vez que Lamine relató en público su dramático periplo, que le ha dejado secuelas psicológicas, en la ‘Mesa de diálogo intercultural’ que la Fundación Cepaim organizó en el Albergue de Zaragoza para conmemorar el Mes Europeo de la Diversidad. Su huida le llevó a los Países Bajos. Allí, por la aplicación del convenio de Dublín, un acuerdo de la Unión Europea que establece que las personas tienen que pedir asilo en el país por el que llegan a la UE, fue deportado a España. "Acepté volver porque hablaba un poco de español, pero este país me ha salvado la vida, no hay un lugar mejor que este". Está pendiente de la resolución de su petición de asilo, pero tiene claro que "este país ha sido mi cura y mi futuro está aquí".

"Sé que aquí mi hija tendrá
un buen futuro, no voy a ser egoísta y pensar en volver a mi país, quiero lo mejor para ella»

"Afganomaño" llaman al primer hijo de Nasim, de 30 años. Con el régimen talibán en su poder, fue evacuado por España junto a su mujer embarazada y tras dos meses en Barcelona recaló en la capital aragonesa. Menhram ya tiene 5 meses.

Su familia comparte un piso gestionado por Cepaim dentro del programa de refugiados del Ministerio de Inclusión con Marta, una nicaragüense de 38 años que acaba de obtener su condición de refugiada. Cuando salió de su país con su pequeña de un año en brazos, por su oposición al Gobierno de Daniel Ortega, tras perder su negocio, sufrir amenazas y ser "golpeada en las detenciones", su destino era Panamá. "Pero no es un sitio seguro y terminé en Madrid», recordó. Ahora su hija tiene cuatro años y "sé que aquí tendrá un futuro, no voy a ser egoísta y pensar en volver, quiero lo mejor para ella».

"Todo el mundo tiene una gran esperanza en la
posibilidad de volver a sus hogares, pero nadie sabe lo que va a durar esta guerra»

Sin buscarlo, Aleksei, un ruso de 32 años, y Victoria, una ucraniana de 47 que dejó en Kiev, el pasado 24 de febrero, a su marido, a su hijo de 21 años y a su madre, se sentaron juntos en la charla que se desarrolló en la Bóveda del Albergue. "Somos hermanos, tenemos que vivir en paz», deseó Aleksei antes de empezar a contar sus experiencias. Dejó todo atrás, "familia, casa, trabajo...", en septiembre del año pasado para poder emprender una vida junto a su pareja en un lugar donde ser gay no se persiga ni se considere nocivo. Con las restricciones por la pandemia solo pudo viajar a Grecia, pero allí le dijeron que no le podían ayudar. "Estaba en ‘shock’ no sabía dónde tenía que ir. No puedo volver a Rusia, quiero vivir, disfrutar y ser feliz", afirmó.

Victoria, que el pasado 23 de febrero estaba de cumpleaños para al día siguiente abandonar Kiev, habla perfectamente español. De hecho trabaja para la Fundación Cepaim como traductora y para "ayudar a sus compatriotas" que se alojan en el albergue de la calle Predicadores en el que la organización atiende a un grupo de exiliados. "Todo el mundo tiene una gran esperanza en poder volver, pero nadie sabe lo que va a durar esta guerra», aseguró.

"En Rusia dejé todo, familia, casa, trabajo. Estoy aquí por mi pareja, para poder empezar una nueva vida juntos. No puedo regresar a mi país"

El derroche de solidaridad desplegado con Ucrania no debe eclipsar otros conflictos vivos que provocan la llegada de desplazados que piden protección.

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