En los años 80, menos de un centenar de chinos vivían en Aragón

En los últimos 40 años la inmigración en Aragón ha cambiado. No son los mismos números, las legislaciones que la regulan, tampoco los lugares de procedencia, ni el perfil y necesidades.

A Samira le pirra la borraja, comer los domingos migas con uva de la parra de su suegro y no falta un 12 de octubre a la Ofrenda de Flores vestida de baturra. "Es que me encanta el Pilar", dice con un acento que delata que sus raíces están al otro lado del estrecho de Gibraltar. Le gusta más el ternasco que el cordero de su tierra, pero no puede evitar que sus ojos se iluminen cuando se planta ante la Aljafería o el Torreón de la Zuda de Zaragoza porque le recuerdan a la puerta Bab Masur de Mequinez. En esta ciudad de Marruecos pasó su infancia, hace ahora cuatro décadas. Justo en ese momento, el Estatuto de Autonomía de Aragón daba sus primeros pasos.

En el documento original no se hacía referencia a la inmigración, pero sí a los emigrantes aragoneses fuera de la Comunidad. Fue en las dos reformas siguientes, en 1994 y 1996, cuando se mencionó que quedaban "reservados al Estado todas las competencias en materia de migraciones interiores y exteriores". En cambio, fue en la reformulación del estatuto de 2007 cuando se redactó expresamente en el capítulo 29. Se promulgó "la integración socioeconómica de las personas inmigrantes, la efectividad de sus derechos y deberes, su integración en el mundo educativo y la participación en la vida pública".

La realidad de la inmigración en los años 80 en Aragón era muy distinta a la actual. Según datos oficiales, se contabilizaban en torno a 2.500 inmigrantes en todo Aragón. Los más numerosos eran los franceses y los estadounidenses. Les seguían los portugueses, italianos, alemanes y británicos –en todos los casos, con más de un centenar–. La colonia sudamericana también era una de las más numerosas a finales de esa década, pero en ningún caso se superaba los cien inmigrantes. Argentinos, peruanos, chilenos, mexicanos y dominicanos eran las nacionalidades más repetidas. Un caso concreto es que en 1988 en Zaragoza vivían 106 marroquíes, ocho tunecinos y siete argelinos.

Las actividades económicas eran uno de los principales motivos por los que llegaban a Aragón. Por ejemplo, los recursos mineros de la provincia turolense trajeron a una comunidad de paquistaníes y la hostelería hizo que llegaran decenas de asiáticos, sobre todo, chinos y filipinos. A finales de los 80, en la capital aragonesa residían menos de un centenar de chinos, mientras que en la actualidad es uno de los colectivos más numerosos.

Forman parte de los inmigrantes que viven en la Comunidad que, según los últimos datos registrados, son alrededor de 161.000 personas. A causa de la pandemia por la covid-19 ha bajado. La curva de inmigración en Aragón estuvo en ascenso desde 1998 hasta 2014, siendo más meseta a partir de 2010.

Tal y como determinan desde el Gobierno de Aragón, el número de mujeres continúa sin superar al de los hombres, a pesar de que se ha incrementado paulatinamente a lo largo de los años. En la actualidad, la edad media de los extranjeros es de casi 34 años, 12 menos que la de los españoles.

Las entidades que trabajan con los inmigrantes consideran que en las últimas décadas ha cambiado el perfil del extranjero. En los años 90 solía venir el padre de familia por motivos laborales –muchos a trabajos del campo–, pero con el tiempo se establecían y ahora reciben a toda la familia, por lo que las necesidades también han cambiado. Además, el nivel formativo de los inmigrantes ha obligado a adaptarse. Por ejemplo, trabajadores poco cualificados han dado paso a universitarios y profesionales con amplias trayectorias en sectores concretos.

Sus principales lugares de procedencia son Europa, África, América Central y América de Sur. Rumanía, Marruecos, Nicaragua y Colombia son las nacionalidades más comunes. Algunos de ellos, como el ejemplo de los colombianos, forzados por la situación de su país, señalan las instituciones aragonesas de acogida.

En un informe del Ejecutivo aragonés se detalla que el número de solicitudes de protección internacional en España ha aumentado de manera "considerable" desde 2016. Solamente en ese año pidieron protección 16.544 personas, de acuerdo con los datos del Ministerio del Interior. Desde entonces ha ascendido progresivamente, siendo 118.446 personas en 2019 y 88.762 en 2020. Aragón ha acogido desde 2015 a 2021 a 4.670 personas en el marco del Programa de Protección Internacional.

Mientras tanto, entidades como Cáritas Diocesana prestan su ayuda. "En 1991 comenzamos a trabajar en la regularización, ofreciendo asesoría jurídica", recuerda Marisa López Moreno, técnico de sensibilización de movilidad humana de Cáritas. Establecieron bolsas de trabajo o de vivienda, que posteriormente han asumido otras entidades. La atención directa con estas familias se hace a través de las Cáritas parroquiales. A la memoria de López Moreno llegan recuerdos de los 90, cuando todavía estaban en funcionamiento centros de internamiento donde los inmigrantes vivían en condiciones que ya se denunciaron en su momento.

"Que no se sientan que son de fuera"

Zaragoza es donde más inmigración se concentra y la Casa de las Culturas es un referente. Desde 1998 este antiguo laboratorio químico de la calle de José de Palafox, en La Magdalena, se ha convertido en el hogar de miles de personas que han dejado su morada en busca de un nuevo horizonte. Al año atienden a unos 4.000 inmigrantes. Hacer ciudad y vecindad es la meta de este servicio municipal. "Que no se sientan que son de fuera", explica una de las trabajadoras sociales de la Casa. Al otro lado de la mesa escuchan cómo dejaron todo para comenzar una nueva vida en Zaragoza, que les acoge haciendo gala de su multicultural pasado. "Es una ciudad muy abierta", aplauden, recordando que no todo es perfecto, ya que siguen aconteciendo gestos racistas. Con el paso del tiempo, las estremecedoras historias se convierten en bonitos relatos familiares que hacen partícipes al personal de la Casa de las Culturas. A través de sus asesorías y cursos enseñan desde ubicarse en la ciudad hasta cómo iniciar trámites. La puerta de la Casa de las Culturas es un termómetro de lo que ocurre en el mundo. Así, en los últimos años han prestado ayuda a los sirios (en 2014) y posteriormente a ucranianos, venezolanos, nicaragüenses o afganos.

En la actualidad, la guerra de Ucrania es el origen de la mayoría de los inmigrantes que se reciben en Aragón, aunque los procedentes de otros países continúan llegando. Kiev, Odesa, Irpín o Leópolis han sido el punto de partida para familias ucranianas huyendo de los bombardeos de la invasión rusa. Las imágenes de ancianos, mujeres y niños llegando en coches y autobuses hasta pueblos aragoneses se han repetido desde este 24 de febrero. Peralta de la Sal, Tauste, Samper de Calanda, Monegrillo, Utrillas o Maella forman parte de ese largo etcétera de pueblos que han abierto las puertas de sus casas. Con ellos traían sus objetos más personales en maletas y bolsas, además del drama de haber dejado en su país a seres queridos, como sus maridos, hijos, padres y hermanos.

Con empeño se trabaja para que los inmigrantes hagan de Aragón un nuevo hogar aunque, como señalan desde algunas asociaciones, todavía queda "mucho camino" por recorrer hasta el destino final.

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