cultura

Nati Cañada: "Pintar un cuadro me llena de felicidad, es una suerte de éxtasis"

La pintora turolense celebra más de 60 años en la pintura con una antológica en el monasterio del Olivar: ‘De lo terrenal a lo sagrado’. Aquí se retrata.

Nati Cañada alterna los retratos, de atmósfera cuidada, con la pintura religiosa.
Nati Cañada alterna los retratos, de atmósfera cuidada, con la pintura religiosa.
Enrique Cidoncha

«Yo estoy en el cielo prácticamente. Flotando desde que la inauguración de mi exposición antológica en el monasterio del Olivar. Fue un día precioso, de sol y de luz nítida, lo prepararon todo muy bien, con muchos actos, era como una boda gitana, visita guiada por el monasterio, inauguración, degustación de productos de la tierra, cita con los frailes en el refectorio, concierto en la iglesia, una conferencia que di, cena con los curas y luego astroturismo. ¿Sabe lo que es?», dice Nati Cañada (Oliete, Teruel, 1942), una de las grandes artistas aragonesas del siglo XX y XXI, y ante todo retratista y pintora de cuadros de asunto religioso.

¿Astroturismo? Díganos, díganos.

Salimos al monte de noche y un experto con el rayo láser te va enseñando las estrellas. Y mire, durante los dos últimos meses el cielo había estado cubierto, y pensamos que no podríamos salir a ver nada. Y de repente dice el padre superior, que es el que hace de guía: «Hemos tenido un regalo de Dios. El cielo está absolutamente despejado». Todo era mágico, fantástico. O sea, que aún estoy por ahí bajo las estrellas en pleno campo.

Aún por ahí, levitando.

Sí. Eso. Como si levitase.

¿Qué supone para usted celebrar en el monasterio de Santa María del Olivar, en Estercuel, más de 60 años en la pintura?

Ya se lo digo, sí: estoy en el cielo. Se unen muchas cosas: primero, está en Aragón, ya sabe que yo soy absolutamente pro-Teruel, pro-Aragón, eso es importantísimo para mí. Me siento muy vinculada a mis raíces de muchas formas. Di una charla y dije que los mercedarios ya no son mis amigos, son mi familia porque hace 55 años que los conocí y desde entonces no he dejado de trabajar para ellos. Luego, el hecho de que me montaran una exposición, ‘De lo terrenal a lo sagrado’, es curioso.

¿Por qué?

Yo habré hecho 110 o 120 exposiciones, y siempre me ha gustado, distribuir, supervisar y colgar los cuadros. Todo eso. Pensé: «Vamos a ver, si esta exposición la dirijo yo va a ser exactamente igual que las otras cien». Le di un margen de confianza al comisario, Alejandro Mañas, que además es un artista, cursó Bellas Artes, es profesor en la Escuela Politécnica de Valencia y su tesis doctoral es de ‘Arte y mística en el siglo XXI’. Me fie de él y ha hecho un trabajo fantástico. Me encontré la exposición montada.

Es una retrospectiva, claro.

Sí, es una antológica. El comisario estuvo en mi casa de Pozuelo, vio los cuadros, los eligió y ha sido una experiencia muy gozosa. Me ha sorprendido. ¡Anda, pero si estos son mis hijos, mis cuadros, mi universo! Mi marido José Luis Monaj, que entiende mucho, que ha estudiado Historia del Arte, me ha dicho: «No me podía imaginar que me gustaran tanto tus cuadros».

¿Eso le dijo ahora, tantos años después?

Como se lo cuento, sí. ¿Qué le parece? A los 88 años. Mi marido entiende muchísimo y dice siempre la verdad. Ese fue un piropo grande. Los cuadros están muy bien colocados, hay un recorrido muy pensando y coherente. En las otras exposiciones que yo he hecho había un cuadro, otro cuadro y otro, sin más, y aquí hay mucho pensamiento detrás.

¿En qué medida se siente usted mística?

Si no me equivoco la mística es la unión del espíritu con Dios.

También es una forma de contemplar el mundo y una pintora mística es una artista de la contemplación, de la búsqueda interior y de la trascendencia.

Claro. Mis hijos siempre me dicen que estoy en las nubes. Algo es algo. Yo vivo en este mundo pero tengo una especie de percepción de algo mágico que, a mis años, me hace sentir un entusiasmo ante cada cuadro que empiezo. Si místico tiene que ver algo con el espíritu, con la intuición, con la emoción, me siento así sí. Pensar me gusta poco y me cansa, me gusta sentir. Creo que soy una maestra del sentir. Tengo el sentimiento a flor de piel, todo me conmueve, me emociona. Creo que son quince años pintando solo obra religiosa. Acabo de terminar un mural de cuatro metros de alto por dos y medio de ancho para Granada; en el monasterio del Olivar inauguramos el otro día un mural de tres metros de alto por dos y media. Me siento comodísima pintando frailes, mártires y santos.

¿Es esa la palabra?

Esa dimensión de la pintura me entusiasma. Fíjese que llevo más de 50 años haciendo retratos, y me siguen gustando, pero en estos cuadros se une un componente vamos a llamarlo místico, porque a un mártir yo no lo puedo pintar igual que a una persona normal, sin un interés, sin un matiz, sin un gesto concreto en la expresión, lo que sea. Pintando me siento en otra dimensión, estoy como en oración, como en meditación, y no hay nada para mí más satisfactorio que hacer lo que estoy haciendo: pintar mártires, santos, curas, obispos…, aunque ya sabe que he pintado a mucha gente famosa y a mi propia familia. Algo se me mueve dentro.

¿Qué significa la Semana Santa?

Significaba más que significa. La Semana Santa me evoca, más que el espíritu religioso, una tradición para mí. O sea, pienso en las procesiones en Oliete, los tambores en Zaragoza, los encapuchados y las procesiones, todo eso es sumamente atractivo, pero me conmueve por su sentido estético, por el peso de la tradición, por el colorido. No sé si sabe que yo pinté un viacrucis.

¿Fue en Pozuelo, no?

Sí. Ese viacrucis me ha unido muchísimo a la Semana Santa. Aquí lo curioso fue el castin que hice. Mis modelos fueron mi hijo, mi hermano, mi peluquera, y está colgado en la capilla del Arzobispado de Madrid, donde tengo un mural de trece metros de largo por tres de alto.

¿Va a seguir haciendo pintura religiosa?

Estoy encantada. No lo hago por obligación, me costó trabajo empezar con ello. Me acuerdo cuando mi padre, el pintor y profesor de pintura Alejandro Cañada, era muralista y pintaba murales para muchos sitios. Cuando lo veía pintar pensaba que aquello era algo ajeno a mí, la pintura religiosa y, además, de formato tan grande. A mí lo que me gustaba era el caballete y los retratos. ¿Quién me iba a decir que llevaría quince años pintando pintura religiosa? Estoy muy a gusto.

¿Tiene una vinculación especial con el convento del Olivar o es sobrevenida?

Absoluta. El cura que nos casó era el superior del Olivar. Hace 54 años. Recién casada me dijo: «¿Tú te atreves a pintar los mártires del Olivar?». Dije que sí, claro. Y desde entonces no he dejado de pintar para ellos. Cuando empecé a pintar yo sufría porque quería expresar la belleza, la perfección, la hondura, y no me salían por lo que fuera. O cuando ya sabes qué camino te gusta, el pintar es absolutamente una maravilla. Estoy esperando que sea por la mañana para subir al estudio, la pintura me da fuerza para levantarme, y la hora de acabar me da pena… Incubar un cuadro –con toda la documentación exhaustiva, el estudio, la composición, etc.–, me deja exhausta. Luego, pintarlo me llena de felicidad, es una suerte de éxtasis.

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